Sociedad líquidamente gaseosa

Yo también formo parte de la sociedad líquida, por tanto la historia que os voy a contar irá danzando y amoldándose en función de los sentimientos que afloren en cada momento. Es lo que hay:
He tenido la oportunidad de leer un artículo en un Diario de ámbito nacional Nabarro en el que su autor relacionaba la “Sociedad líquida” de Zygmut Bauman y la costumbre autóctona de incluir en el menú de nuestras celebraciones el alcohol, añadiendo a ello las redes sociales como hilo de comunicación y exaltación de un falso bienestar entre las personas. Me gustaría hacer una reflexión sobre el consumo de tan exquisito elixir, y de paso, intentaré aclarar que el verdugo tiene mil caras y la más importante no sería, precisamente, el tan preciado acompañante de nuestras frutales bebidas.
Tengo cuarenta y tres años, esto me retrotrae a finales de los setenta, a mis inicios en el txikiteo; aquellas mañanas de cuadrilla que antes de ir a trabajar en el turno de la tarde departían alegremente con los compañeros o discutían agriamente por diversas razones. Estas cuadrillas coincidían en su camino a la fábrica con quien terminaba su trabajo en el comercio, que a su vez se juntaba con quienes venían de vuelta del trabajo de la mañana.
Quienes quedaban ya, -a lo que en este siglo XXI llamamos primera hora de la tarde-, empalmaban y jugaban la partida diaria, en cualquier bar, en cualquier sociedad, hasta bien entrada la tarde -lo que en 2017 sería la noche-.
Muchos volvían a casa, otros – los pocos -, seguían hasta la vuelta ya nocturna de quienes se fueron al mediodía; El Show continuaba, sin descanso. Huelga decir que el ritmo y potencia de la discusión, compadreo musical, exaltación de la amistad y algarabía popular crecía de forma proporcional al consumo de txikitos y cafés toreros.
Esa parte de la sociedad que he descrito era quien en general, (porque en esta sociedad líquida del siglo XXI todo hay que especificar y acotar) creía en, mantenía y luchaba por los valores y los principios de la clase obrera -como la solidaridad y la igualdad-, siendo consciente de que el 99% del pueblo era ella; era un cuerpo sólido (mojadito por el alcohol, pero tremendamente sólido)
Y hete aquí que llegaron los ochenta; llegaron -entre otros- Thatcher, Reagan, Felipe González…y con ellos el ocaso de la luz del Este, aquella que iluminaba el final del túnel. El baby-boom adolescente y joven llegaba a su apogeo, eran demasiadas mentes ideologizadas en exceso -mentes sólidas, en opinión de los custodios del sistema-, (algo que siempre han reconocido en sus discursos “la sociedad está demasiado politizada”, “hay que despolitizar la vida social”); era necesario “despolitizar” al futuro, licuarlo, pues se preveía peligroso para los objetivos de la élite. Llegaron los líquidos sintéticos, las pastas de quemar, más tarde convertidos en pastillas y polvos mágicos expandidos por no-se-sabe-quién (risas de fondo).
Y en verdad que hicieron un buen trabajo.
Con los noventa llegó la diversificación “informativa”, el embrión de la cultura del entretenimiento, el culto al cuerpo, del pasatiempo creador de mentes gaseosas, más livianas que las líquidas bases de finales de los ochenta. Globalización, internacionalización… el fin de Barrio Sésamo en definitiva; “lejos” ya es casi aquí, “luego” ya se estaba convirtiendo en ahora…y los polvos mágicos seguían expandiendo su influencia mientras la riada riojana, alavesa o el afamado rioja de Murcia iba perdiendo influencia y presencia en el día a día junto al brandy, el anís o el mismísimo patxaran en detrimento de licores blancos o de otros vivos colores.
Y como he afirmado, mientras se desarrollaba la cultura del entretenimiento, del culto al cuerpo, la parte superviviente de la generación del baby-boom fue convencida que su futuro era, sin lugar a dudas, el ocio, el deporte…porque eso le libraría del desgraciado destino de sus congéneres caídos en “su decisión autodestructiva”.
Es en ese momento, a finales de los noventa, que la extraña gente que se dedica a hacer deporte, que no bebe, que no sale de farra, -que no sale, en general-, que se gasta cantidades ingentes de dinero en material y ropa para hacer las más variopintas actividades comienza a convertirse en algo “normal”. Y resulta que ya a principios del siglo XXI se produce el punto álgido de esa actitud, de ese modo de vida: personas que se compran furgonetas preparadas, quads, motos, bicicletas; que hacen cientos o miles de kilómetros al año para disfrutar de unas horas en la naturaleza; que gastan miles y miles de euros al año en medios y material para poder sufragar ese modo de vida “sano” y “sostenible”, más otros muchos miles de euros para poder financiar la vivienda, la familia que ha llegado… una forma de vida tan jodidamente sostenible que solo puede serlo a través de la absoluta individualización de la persona, del aislamiento más egocéntrico y terrible que se ha dado en la historia de la humanidad. Y mientras hacen todo esto, la sólida red social de los setenta se fue licuando, la licuada sociedad de los noventa y principios del siglo XXI se ha ido gasificando.
Y en esas estamos: seguimos bebiendo, claro. Pero casualmente las mentes gaseosas, las más dispersas y etéreas , no comprometidas con nada más que con su propia existencia son precisamente las que no prueban el alcohol.
Salud, buen vino y Libertad,
Un amante del vino entre amigos y adversarios. Que para eso hemos nacido: para contrastar y evolucionar.