Identidad personal y colectiva

SABÍAMOS que Ibarretxe es una persona de convicciones fundadas y firmes, –constans sibi, diría en buen latín un romano-, fiel a sí mismo, y valiente frente a las adversidades, además de un trabajador infatigable. Invicto en las urnas durante toda su actividad política, dejó libremente ese ejercicio. No abandonó la política, quiso dar a la suya, a la defendida y promovida durante sus doce años en Ajuria Enea, rango académico: “Quería acabar lo que comencé hace décadas y lo he hecho”.

Defendió su tesis doctoral. Los medios comentaron un hecho no frecuente con mayor o menor extensión, pero todos con dignidad, aunque a alguno se le escapara que el unánime sobresaliente cum laude del tribunal “es una costumbre”. Y todos reconocieron que la base de su estudio jurídico-académico fueron los principios éticos, democráticos y de desarrollo sostenible que yacían en el fondo del Estatuto político para Euskadi, aprobado por mayoría absoluta en el Parlamento Vasco el 30 de diciembre de 2004.

En mis primeras líneas he señalado un par de características de la personalidad de Ibarretxe. La identidad personal de cualquiera es infinitamente más compleja. Como dice el poeta León Felipe -cito de memoria- “y sólo al fin de la jornada / podrá acaso decir el hombre / cómo se llama”. ¿Quién soy yo? Esta pregunta no es vana, ni banal mi vanidad. A Jesús, según los Evangelios, le debió de preocupar. “¿Quién dice la gente que soy yo?”. “Y, vosotros ¿quién decís que soy?”. No creo que lo hiciera por autocomplacencia o narcisismo. Quizá en un momento de crisis de la que creía su misión pensó que los demás podrían ayudarle a responderse a ¿quién soy yo? Porque ésta es la cuestión de cada uno: quién soy yo y cuál es el sentido de mi vida, que quizá sea la misma pregunta. ¿Puedo acaso decir ya cómo me llamo?

Lo que estoy queriendo decir es que nuestra identidad personal es cosa de cada uno pero, como necesariamente todos formamos parte de un grupo, colectivo o comunidad, pueblo o nación, esta identidad colectiva social y política es parte de la personal. Las encuestas suelen preguntar: “¿Qué se siente usted: vasco a secas, sólo vasco, vasco y español, más vasco que español, o, al revés, más español, español a secas?” porque estamos en el País Vasco, y el único carnet de identidad en que coincidimos todos dice bien poco o demasiado, porque es el carnet de identidad nacional y alguno podrá decir que no le identifica, o que para él, eso es falso y que ese carnet le es impuesto a la fuerza. Quiere otro aunque le lleven a la cárcel por llevarlo.

El concepto y el término “identidad nacional” nace al parecer a raíz de la formación, en el siglo XVIII, del llamado Estado-Nación. Con anterioridad, Baja Edad Media y s. XVI, la idea de identidad nacional hacía referencia en las universidades europeas a grupos de estudiantes de la misma región o país; y, en sí misma, suponía una común forma de ver, comprender y organizar la vida social en un territorio, con indiferencia de su extensión. Esto daba a la población sentido de pertenencia y de igualdad identitaria. La nueva identidad nacional induce a que los individuos olviden sus anteriores pertenencias, sus códigos de funcionamiento social y se reconozcan en los signos, símbolos e instituciones del territorio que se pretende estatal. Esto conlleva un proceso de supresión o disolución de minorías, lenguas, culturas… particulares y su sustitución por las del Estado y su unidad nacional, que se considera fuente de derechos y del poder político, social, administrativo y coercitivo.

Aunque esto ha sido lo normal, al menos en muchos países de Europa, esta identidad nacional ha suscitado dos movimientos diferentes: el anticolonialista, contra el dominio sobre territorios distantes de la potencia colonial en América, Asia, África, -aunque tales colonias implanten su propia identidad nacional sin tener en cuenta sus diferencias internas- y el nacionalismo de pueblos dentro de los Estados occidentales más antiguos de Europa y aún de los de más reciente fundación.

Viene todo esto a cuento del doctorado de Ibarretxe mediante su trabajo jurídico-académico, motivo, principio y fin de estas líneas. Se puede decir -así lo han hecho algunos informadores del acto-, que el lehendakari ha puesto en la base de su trabajo la identidad nacional del Pueblo Vasco y la necesidad de su reconocimiento.

Necesitaría disponer de la publicación de dicho trabajo -644 folios- para exponer más ampliamente, lo que mi modesta opinión considera que es esa base y columna vertebral de su trabajo. Lo primero de todo me congratulo de que este tema o realidad, que forma parte de la conciencia y convicción de muchos vascos, algo tan esgrimido por unos y negado por otros, haya sido -no sé si por primera vez- objeto central de un trabajo académico reconocido como tal por un tribunal de expertos universitarios en la materia. “Lo identitario no está trasnochado”. Por eso quiere Ibarretxe “devolver la identidad del Pueblo Vasco al centro del debate político”, “profundizar en esta identidad”, convencido de que “es el origen del conflicto vasco -más allá del terrorismo, antes y después de su existencia-, y también la clave de su solución y convivencia”. Una de las bases jurídicas de su trabajo, además de “la voluntad popular”, es lo formulado como “Derechos históricos”, reconocidos aun por la Constitución, que los “ampara y respeta” (Disposición adicional primera), “que podrán ser actualizados” ya que el Estatuto de autonomía “no implica renuncia del Pueblo Vasco” a los mismos (Disposición adicional única del Estatuto). Derechos que, según el experto Herrero de Miñón, son “la expresión jurídica de la infungible (que no se consume con el uso) identidad de un pueblo y de su ser”.

Pocos días después de la actuación de Ibarretxe, no necesariamente por ella, saltó a la prensa en Euskadi el tema identitario. “Vivimos tiempos de obsesión por la identidad, la pertenencia y los marcos culturales”, “los orates nacionalistas más cultivados… buscan uniformar a sus poblaciones en una identidad de lengua y sentimientos…” (El Correo Español, 31-10-10). Lo importante no es la identidad, “sino plantear una controversia en torno al concepto mismo de identidad”, y se nos anima a “ser posidentitarios… y a una sana banalización del problema identitario, un salto del esencialismo al merchandising” (El Diario Vasco, 27-10-10).

Comprendo que quienes tienen asegurada su identidad nacional en el Estado correspondiente, como españoles, franceses…, aspiren a ser posidentitarios, digan que lo son o hagan incluso chistes sobre su propia identidad; incluso que sean partidarios de imponérsela a otros, sin indagar siquiera cómo y a costa de qué se ha construido tal identidad nacional. Pero también comprendo que, quien ve su identidad colectiva agredida y en peligro de desaparecer, haga todo lo ética y democráticamente posible para que sea respetada, así como sus consiguientes derechos.

Creo que Ibarretxe ha realizado esto último desde un punto de vista jurídico-académico ante un tribunal competente con el que ha dialogado y ante el que ha defendido la identidad colectiva, irrenunciable, del Pueblo Vasco, mereciendo sobresaliente cum laude. Todo lo contrario de aquel 1 de febrero del 2005, cuando el Congreso español “cepilló, sin diálogo, sin lugar a debate alguno, el proyecto, aprobado por mayoría absoluta del Parlamento vasco; es decir, lo más antidemocráticamente, con un vergonzoso bofetón a la democracia, con un acto lo más opuesto a un Estado democrático de derecho. El 25 de octubre pasado, Ibarretxe descalificó noble, jurídica y académicamente aquel hecho que no debió haber existido.

“La identidad del Pueblo Vasco no puede ser suprimida a no ser que se suprima a la vez al Pueblo Vasco”. Muchos pueblos han dejado de existir.

 

 

Publicado por Deia-k argitaratua