Proceso hacia el multiculturalismo

El anuncio de la canciller alemana, Angela Merkel, a mediados de octubre diciendo que el multiculturalismo había fracasado ha levantado una ola de artículos de opinión en diversos estados del mundo occidental. Desde Canadá hasta Cataluña, pasando por Alemania, Estados Unidos, Italia, Chequia, Turquía, Rusia … El semanario Courrier International ha publicado un dossier de artículos de opinión que comienza con una columna del prestigioso sociólogo catalán, Salvador Cardús, publicada en La Vanguardia

El semanario resumió el pensamiento de Cardús diciendo que la diversidad cultural sólo es posible si no tiene traducción política, ya que si cada grupo se organiza como fuerza política no hay sociedad común: “Se puede afirmar que las realidades multiculturales son necesariamente transitorias “. Según Cardús, “afortunadamente Cataluña no es siempre una sociedad multicultural. Nuestra larga experiencia sobre los procesos migratorios ha hecho de nosotros una sociedad extraordinariamente porosa”.

El analista político alemán Richard Herzinger, escribe a Die Welt que tras el anuncio de Merkel del fracaso del multiculturalismo el presidente del estado federado de Baviera, Horst Seehofer, dijo: “Nosotros, cristianodemócratas y Cristianosociales (CDU y CSU ), defendemos la cultura dominante alemana y estamos en contra del multiculturalismo. El multiculturalismo ha muerto “. Estos partidos políticos entienden la “cultura dominante alemana” como “las libertades y los derechos que figuran en la Ley fundamental” de una sociedad abierta y democrática. De hecho, se trata de valores universales y los derechos humanos que también están escritos en la Constitución de los Estados Unidos y en la carta magna de Francia, así como en la de Alemania. 

Evolución del multiculturalismo
La idea básica del multiculturalismo es la de un pluralismo cultural que permita a cada grupo o minoría étnica conservar su personalidad a pesar de formar parte de la cultura dominante. Para algunos intelectuales anticolonialistas, como Frantz Fanon, los valores universales eran un mito destinado a perpetuar el dominio de la cultura europea blanca sobre los pueblos colonizados. Siguiendo este razonamiento, los pueblos oprimidos no tenían suficiente con declararse independientes: también debían liberarse de estos valores supuestamente universales, como el individualismo y la democracia.

En la segunda mitad del siglo XX nació la Teoría de la Relatividad de las Culturas y con ella la consideración de que era racista y colonialista evaluar las costumbres diferentes tomando como referencia la historia intelectual europea, de Platón a Kant. En muchos estados del Tercer Mundo los dictadores de turno aprovecharon ese descrédito de los valores universales para violar sin escrúpulos los derechos humanos, con la justificación de la propia “tradición cultural”.

El actual multiculturalismo vigente en Estados Unidos, Canadá y Australia preconiza una cohabitación en plano de igualdad entre las diferentes tradiciones culturales étnicas, reconociendo los principios universales de la Constitución, que se aplican a todos. En Estados Unidos se habla de la ensalada: las identidades culturales no se fusionan pero no están separadas dentro del plato, forman una mezcla heterogénea. Esta forma de multiculturalismo impide la jerarquización de las tradiciones culturales, es decir: considerar que unas son superiores o inferiores a otras, según escribe Herzinger. 

Versión radical y versión moderada
Ahora bien, la versión radical del multiculturalismo se mantiene vigente en ciertos lugares como los estados islámicos, donde las instancias internacionales defienden un “derecho del hombre cultural” a respetar sus tradiciones y religión, y la oponen a las protestas occidentales contra hechos como la lapidación, la tortura o la ejecución de opositores calificados de “enemigos de Dios”. Algunos estados occidentales hacen concesiones a esta ideología, y justifican -entre otras cosas- su retirada de Afganistán diciendo que la tradición cultural de ese país no permite instaurar la democracia.

La versión moderada del multiculturalismo, sin embargo, está basada en un concepto de cultura que hace de ésta un mundo replegado en sí mismo, y que marca de manera irrevocable a sus miembros. El individuo no es autónomo, según esta versión, no es un ciudadano libre en sus decisiones, sino un miembro de su cultura que envuelve a su personalidad en un invisible tejido colectivo. Lo contrario del multiculturalismo de una cultura nacional no es el multiculturalismo, dice Herzinger, sino el universalismo surgido del Siglo de las Luces, y ésta es la base para el mantenimiento de la cohesión de las sociedades modernas liberales.

Cada uno de los miembros de una cultura étnica es, primeramente, un ciudadano con derechos y deberes. Las sociedades culturales paralelas son peligrosas cuando ponen sus reglas culturales o religiosas por encima de la ley y de las reglas de comportamiento basadas en valores universales. Es legítimo pedir a los inmigrantes una adaptación cultural que comprende el conocimiento de la lengua del país donde se ha ido a vivir, así como las exigencias culturales e históricas de la sociedad de acogida. 

Distinción entre diversidad y multiculturalismo
Por su parte, el científico indio Kenan Malik, escribe en el diario canadiense The Globe and Mail,de Toronto, que “hoy en día todos son multiculturalistas” ya que el respeto a las diferencias y a la glorificación de la diversidad se han impuesto en las sociedades democráticas modernas. Pero a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la inmigración musulmana es percibida en el mundo occidental como una especie de “colonización” que no enriquece la cultura occidental sino que pretende sustituirla. 

Hay que distinguir entre la diversidad como realidad viva y el multiculturalismo como proceso político. Vivir en una sociedad transformada por la inmigración de masa, una sociedad abierta, dinámica, es un hecho positivo. Pero el multiculturalismo como proceso político es otra cosa, ya que crea un conjunto de dispositivos para gestionar la diversidad y sitúa a las personas en cajas o cajones étnicos o religiosos y define las necesidades y derechos de las personas en función de en qué caja están y esto se utiliza para orientar las políticas públicas. 

En este caso no hay apertura de fronteras sino creación de nuevas fronteras culturales. La mezcla entre la diversidad y el multiculturalismo como proceso político ha sido negativa ya que ha permitido a la derecha acusar a la inmigración del fracaso de las políticas sociales y ha convertido a las minorías en un problema. En el mundo occidental la vida política está dominada por el miedo y el odio y eso ha posibilitado que en los últimos años se experimente un crecimiento espectacular de las opciones de extrema derecha. Dentro de la izquierda también ha supuesto que mucha gente haya sacrificado la defensa de la libertad de expresión y la laicidad a la defensa de la diversidad.

El debate sobre la libertad de expresión
La diversidad permite ampliar horizontes, reflexionar sobre los valores, las creencias y los modos de vivir diferentes. También supone cuestionar las ideas recibidas y desarrollar el diálogo político, pero es el multiculturalismo que intenta ahogar este diálogo en nombre de la tolerancia y del respeto. Un ejemplo es el debate sobre la libertad de expresión. Para el multiculturalismo, el discurso público debe autocensurarse para minimizar las fricciones entre culturas y evitar atacar la susceptibilidad de las personas que pertenecen a una u otra cultura. Por lo tanto, hay que legislar contra la incitación al odio y exigir que no se ofenda a otras culturas o creencias. 

Malik afirma que tenemos que defender “con todas nuestras fuerzas” la libertad de expresión, ya que en una sociedad plural es inevitable herir la susceptibilidad de los demás. Cuando conviven diferentes creencias las fricciones son inevitables y hay que gestionarlas, no silenciarlas. El progreso social conlleva herir ciertas susceptibilidades. El derecho de criticar las creencias fundamentales de los otros es el fundamento de una sociedad abierta y diversa. Para evitar el miedo al otro, al intercambio cultural, hay que rechazar el multiculturalismo como proceso político, hay que dejar de clasificar a la gente en cajas o cajones étnicos o religiosos y hay que evitar aceptar cualquier limitación a las libertades individuales que imponen estas políticas.

También hay que defender la diversidad y lo que ésta conlleva, es decir: hay que defender la inmigración, la libertad de culto y de expresión, la exigencia de igualdad de “tratamiento” para todos. Estas son algunas de las reflexiones que circulan por el mundo occidental sobre una problemática que se ha convertido en tema destacado en los procesos políticos y sociales de nuestras sociedades.

 

Publicado por Tribuna catalana-k argitaratua