Garzón es un cínico y un cobarde

«Para los torturadores, según la justicia universal invocada por Garzón en Argentina, no debería haber ningún lugar seguro en el planeta. Pero había, al menos, uno: su despacho en la Audiencia Nacional española»s

Ayer, Garzón escribió un artículo (*) en La Vanguardia que es de una vergüenza infinita pero que se puede leer también con un dulce sabor de victoria. Vergüenza infinita que, veintidós años después, Garzón intente reinventar la historia de las torturas que tanta gente sufrió precisamente en la operación Garzón. Y dulce sabor de victoria porque, veinticinco después, Garzón, finalmente, se muestra preocupado. Aunque no sea por lo que hizo sino por el daño que hace a su imagen.

 

Alguna vez he tenido la tentación de hacer un editorial de una sola línea. A veces pienso que las cosas son tan claras que no toca malgastar letras. Hoy lo haría. Diría ‘Garzón es un cínico y un cobarde.’ Y lo dejaría estar. Todo el mundo entendería qué digo y la gente que me importa estaría de acuerdo en el análisis y, seguramente, que no hace falta decir nada más.

 

Sin embargo, el texto de ayer merece aclarar algunas cosas. Porque llama la atención que ahora, veinticinco años después, reconozca con tanta tranquilidad y naturalidad que aquel 1992 hubo torturas. Y resulta vergonzoso que pretenda sacudirse la responsabilidad de aquellas torturas diciendo que él, técnicamente, no las podía denunciar. Precisamente él, que cuando se puso a investigar la dictadura argentina aludió a la doctrina de la ‘jurisdicción universal’.

 

El concepto de jurisdicción universal se basa en el hecho de que hay leyes internacionales que imponen obligaciones a todos y a todos los estados, sin que ello pueda modificarse mediante un acuerdo contrario. Entre los crímenes que todos los estados y jueces del mundo tienen el deber lógico y moral de llevar a juicio, pasan donde pasan y bajo la jurisdicción que sea, destaca la tortura.

 

Para los torturadores, según la justicia universal invocada por Garzón en Argentina, no debería haber ningún lugar seguro en el planeta. Pero había al menos uno: su despacho en la Audiencia Nacional española. Allí, los torturados le contaban las torturas sufridas y no pasaba nada. ¿Justamente ese despacho era el único lugar del planeta donde no se podía hacer nada?

 

Aparte de perseguir a los torturadores como fuera, se me ocurre que podría haber denunciado los hechos a las autoridades judiciales, que habría tenido que organizar un escándalo o que podría haber escrito un artículo público explicando que lo que decían aquellos muchachos, y que tanta gente negaba que hubiera pasado, era verdad. O podía haber dimitido por incompatibilidad moral con un sistema judicial que permitía la tortura. O podía haberse personado en los calabozos a ver qué pasaba con el fin de intimidar a los torturadores y hacerlos un poco difícil el trabajo. O podía, al menos, haber mirado a la cara los torturados y haberles dicho que lo sentía, que le sabía mal que aquello pasara. No hizo nada de eso. Por lo tanto, dejo al lector que elija: o Garzón es un cínico o es un cobarde o es ambas cosas a la vez.

 

Tres comentarios telegráficos finales. Primero. Algunos de los argumentos que Garzón utiliza en su artículo son vomitivos. Como ahora, indignarse porque la operación Garzón lleve su nombre y no el de los otros jueces, o decir que entre los detenidos había miembros de Terra Lliure -como si quisiera inferir que no pasaba nada si se les torturaba a los de Terra Lliure..

 

Segundo. A él le gustará o no le gustará, pero ya está bien que Garzón sepa y entienda, veintidós años después, que él es uno de los grandes nombres que ha ayudado a desespañolizar este país, a la altura de José María Aznar. Y me alegro de que sea consciente de que pasará a nuestra historia por ello.

 

Y tercero. Su llanto narcisista no impresiona lo más mínimo. Ya es tarde y las cosas que él hizo, las monstruosidades que él consintió, ya no tienen reparación posible. Su nombre está manchado para siempre y eso ya no lo podrá arreglar nunca.

(*) http://www.lavanguardia.com/politica/20170731/43240284553/posverdad-cup-terra-lliure-baltasar-garzon.html

La posverdad de la CUP y Terra Lliure

BALTASAR GARZÓN

31/07/2017

La definición de posverdad es la de mentira emotiva, es decir cuando lo ocurrido en realidad tiene menos importancia que la percepción que cada cual tiene de ello. La posverdad puede en demasiadas ocasiones transformarse en aquel ejercicio en el que Goebbels fue experto: repetir mil veces una mentira para que acabe estableciéndose en el imaginario como realidad incontestable. El 21 de julio, el Ayuntamiento de Barcelona decidió admitir una de estas posverdades y elevarla a acuerdo institucional. Me refiero a una propuesta que la CUP Capgirem presentó al pleno en la que se rechazan “las torturas denunciadas por los militantes independentistas” en 1992 en lo que denominan “operación Garzón”. Condenan públicamente “todo tipo de persecución policial sufrida por la militancia independentista…” y plantean organizar un acto de memoria de aquellos hechos contra la tortura y los malos tratos. Para terminar, reprueban “la actuación del exjuez Baltasar Garzón por haber faltado a la verdad diciendo que ninguno de los detenidos había denunciado torturas delante de él, cuando existen pruebas materiales de su existencia…” A favor votaron Barcelona en Comú, PDECat, ERC, el concejal no adscrito, Gerard Ardanuy, y la CUP Capgirem.

Bueno, pues es falso. La CUP miente y lo sabe. Lo que han rebautizado a posteriori como “operación Garzón” –los nombres de otros jueces que también ordenaron detenciones en esos momentos parece que venden menos– fue fruto de dos años de investigación de la Guardia Civil a una organización terrorista que, lo siento, es lo que había definido hasta entonces a Terra Lliure. Las torturas que denunciaron los detenidos fueron incluidas en el acta de las declaraciones con mi firma inmediatamente debajo, como bien se ve y me mostraron recientemente en el Parlament de Catalunya algunas de las personas que hacen estas acusaciones.

En aquel momento –1992– ningún otro juez se atrevía a recoger esas denuncias en el acta de la propia declaración de los detenidos que así decidían hacerlo constar. ¿Cuál es la mentira entonces? Por escrito lo tienen y signado personalmente por mí.

¿Estoy de acuerdo en que no se investigó lo suficiente? Sí. En lo que no estoy de acuerdo es en que la responsabilidad recaiga sobre el único juez que no podía investigar. Porque, como también saben bien la CUP y sus compañeros de viaje, pues cuentan con buenos abogados que les explican la ley, el juez de la Audiencia Nacional no puede, bajo concepto alguno, por falta de competencia objetiva, investigar torturas o malos tratos, sino recoger en acta la mención de los hechos referidos a ese presunto delito, como así se hizo. El juez de instrucción competente (en este caso jueza) era el titular del juzgado natural de la zona en que se produjeron los hechos denunciados (el de Madrid). A partir de ahí debía resolver el ministerio fiscal en su función de ejercer la acción penal y perseguir el delito, y la juez, investigarlo.

En esa concatenación de posverdades de la CUP y los viejos militantes de Terra Lliure llegamos a la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que condena a España por no investigar suficientemente las denuncias de torturas, pero se explica con prístina claridad que la actuación de quien esto firma fue impecable y no se condena por torturas, como arteramente se expone en aquel acuerdo.

Todo lo anterior lo expliqué a un grupo de personas a las que invité a conversar cuando me abordaron en el Parlament de Catalunya, al que fui convocado por el grupo de trabajo que entiende del terrible caso de niños robados del franquismo. Mantuve mi presencia por responsabilidad democrática, aun sabiendo que se produciría este encuentro. Fue, curiosamente, el 18 de julio. Me impresionó, debo decir, que por dejar patente su rechazo hacia mi persona los dos diputados de la CUP no quisieran intervenir en una reunión que afectaba a más de 30.000 víctimas ilegalmente dadas en adopción o directamente robadas durante la dictadura franquista y aún en democracia. Pero cada
cual es libre de explicar a su electorado cuáles son sus prioridades.

Los denunciantes también recordarán que seis de los 15 detenidos fueron condenados por el tribunal de la Audiencia Nacional en 1995 por pertenencia a banda armada o colaboración, tenencia ilícita de armas o terrorismo. Es decir, no hablamos de ideólogos independentistas que elaboraban argumentos en distendidas charlas de café o en reuniones de reflexión. Hablamos de personas que utilizaban el terror como método para exponer sus ideas. Otra posverdad de la CUP cuando reivindica a los protagonistas de una época que nadie desea recuperar.

No entiendo ese empeño de intentar reivindicar visiones del pasado distorsionadas, ni pretendo convencer a nadie de nada que no quiera reconocer. No merece la pena perder el tiempo en ello. Su verdad no es la mía y sus argumentos se han ido convirtiendo en un compendio de dimes y diretes engrosado, cada vez menos cierto. Yo hice lo que pude, incluso emprendí la única inicial investigación que se realizó y, por supuesto, rubriqué sus denuncias. He peleado siempre por evitar los malos tratos y las torturas, hasta el punto de haberme granjeado enemigos no menores que han hecho lo posible por sacarme del juego. Otros colegas no trabajaron en esta línea. ¡Qué le vamos a hacer!

Nadie es perfecto. He realizado mi autocrítica en innumerables ocasiones y pienso seguir haciéndolo. Pero no puedo aceptar que la imaginación o el deseo se centre en una lectura parcial e ¿interesada? de la historia. Creo que los ciudadanos esperan mejores cosas de todos nosotros y que cada cual debe elaborar su propia mirada interior, relacionándola con lo que desea aportar a la sociedad.

Quédense pues con la que denominan apócrifamente “operación Garzón” que yo sigo con mi defensa irrestricta de los derechos humanos y de la legalidad frente al abuso, venga de donde venga, actitud por la que ya he pagado un alto precio. Ahora bien, si con estos argumentos se defiende el “procés”, creo que también me he equivocado en la valoración y defensa de los fines, fundamentos y argumentos de quienes lo propugnan. Desde luego la defensa que por convicción he hecho del debate, la aproximación, la pluralidad de España, el derecho a decidir, quedan hueros ante actitudes que abrazan esa llamemos posverdad que reinventa la historia y a nada conduce.