El pánico de todos los veranos

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Con el trágico incendio ocurrido el pasado sábado en el centro de Portugal, nos viene a recordar, a las puertas del verano, la amenaza de los incendios forestales, las tragedias que ocasionan y el pánico que generan en la Península Ibérica. Parece que en esta ocasión no ha sido intencionado y se ha debido a un rayo, pero el incendio se ha propagado rápidamente por un cúmulo de causas, ocasionando lo que se ha sido calificado como el mayor incendio con víctimas mortales ocurrido en Portugal. Al menos se habla de más de 60 muertos, en una de las zonas más apreciadas por excursionistas y aficionados a los deportes acuáticos. En todo caso, que no haya sido intencionado no quiere decir que no tenga causas bien claras en la nefasta política forestal que se ha llevado a cabo en Portugal, parecida a la de muchas comunidades del Estado español, por cierto. Y en esa desastrosa política forestal tiene mucho que ver, que la zona siniestrada está cubierta de eucaliptus, a lo que no son ajenas unas cuantas comunidades del Estado, así como la falta de una política de prevención activa. Ni más ni menos, si tenemos en cuenta solo a la especie eucalyptus globulus (el eucalipto blanco, eucalipto común o eucalipto azul), en la Península Ibérica se localiza el 53% de la superficie mundial ocupada por esta especie; y el 31% se halla en Portugal y el resto, en el Estado Español. Y, por supuesto, también las adversas condiciones meteorológicas y la enorme sequía, que asimismo afecta a la mayor parte de las comunidades del Estado español, han tenido que ver con el devastador incendio del centro de Portugal.

La demanda del eucalyptus

Pero hagamos un poco de historia. Los bosques del mundo se están cortando actualmente a un ritmo muy superior al de su sustitución. A nivel mundial, como promedio, solo se planta una hectárea mientras se desmontan 10 hectáreas de bosques naturales. Hay grandes y crecientes demandas de madera para uso industrial y para atender las necesidades de combustible. Para responder a esta situación, se suele adoptar la solución de plantar especies arbóreas de crecimiento rápido y de gran uso. Un grupo de tales árboles exóticos se encuentra en las más de 600 especies del género Eucalyptus, cuya popularidad como especie de plantación puede atribuirse a que son generalmente muy adaptables, de crecimiento rápido y con una amplia variedad de usos, desde madera aserrada y productos elaborados de la madera hasta combustible de gran valor calorífico. Esta popularidad puede juzgarse a través del hecho de que más de 80 países han mostrado interés por los eucaliptos y han plantado más de 4 millones de hectáreas en todo el mundo.

Sin embargo, en medio de esta popularidad, se ha producido un estado creciente de opinión que sostiene que los eucaliptos ocasionan una serie de males a corto o largo plazo, empobreciendo el medio ambiente, en cuanto a los suelos, la disponibilidad de agua y la vida silvestre, incluso cuando las plantaciones se han establecido en tierras baldías, desprovistas de cubierta arbolada. Otro problema importante es que las plantaciones de eucalipto suelen ser muy vulnerables al fuego, lo que sería una de las razones de la gran capacidad de propagación del incendio que ha tenido lugar en el centro de Portugal.

Lo cierto es que es que, al menos en la Península Ibérica, durante los últimos cuarenta años este árbol ha dado lugar a encendidas polémicas sobre su impacto ambiental, incluso sobre su rentabilidad o sobre la capacidad del territorio para acoger más eucaliptus. De todas maneras, los males del eucalipto no son solo imputables a este árbol, sino a unas deficientes técnicas de ordenación territorial, repoblación, selvicultura y explotación, es decir, al ser humano, y a unas afirmaciones de la industria sobre su alta rentabilidad que, con el tiempo, han demostrado en parte su falsedad. Sin duda, es necesaria una ordenación racional del sector, en la que se abogue por la mejora de las prácticas forestales en estas plantaciones, pero también por fijar un límite de ocupación del territorio basado en criterios científicos y técnicos, por el respeto a la planificación forestal, las estrategias y planes de ordenación del territorio y la legislación ambiental.

En el caso de Euskadi, al menos en Bizkaia, Gipuzkoa y norte de Araba, la época de mayor riesgo de incendios forestales no es el verano, sino el otoño y el invierno. En estas estaciones, debido al frío, buena parte de la vegetación herbácea que se encuentra en los montes de Gipuzkoa, Bizkaia y la parte norte de Araba se seca y también los matorrales tienen menos humedad interna al disminuir el movimiento de la savia. Si a esta situación se le unen periodos prolongados de viento sur sin lluvias, situaciones habituales en el invierno, el peligro de incendio se incrementa considerablemente. Por el contrario, durante el verano, al no ser las temperaturas extremas, la vegetación mantiene la actividad por lo que la humedad interna de las plantas es alta y el peligro de combustión es bajo. También hay que señalar que en las últimas décadas la superficie afectada por los incendios forestales en Euskadi ha sido pequeña, y que el año pasado, 2016, fue la menor de la última década.

El 80%, provocados

No obstante, no hay que “echar las campanas al vuelo”. Existe mucha sequedad en la actualidad y está habiendo unas temperaturas altísimas, aunque les siguen intervalos con bajadas. Pero los problemas existen y entre ellos quiero destacar la negligencia humana y la intencionalidad de algunos de los incendios que ocurren. Las estadísticas señalan que el 80% de los incendios forestales son provocados por la mano del ser humano, unos por negligencia o imprudencia, otros intencionados, obra de pirómanos. Los datos son contundentes y plantean que solo un 14% de los incendios forestales son producidos por causa natural, y el 6% es por causas desconocidas. Quien le pega fuego al monte y a nuestros campos es producto del incivismo y de la negligencia… o de la maldad.

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Los efectos de los incendios forestales, además de la evidente pérdida dramática por el fallecimiento de personas, van mucho más allá de la destrucción de árboles. Por un lado, es evidente que los fuegos provocan una pérdida económica directa para los propietarios del monte, también para la población cuyas propiedades (casas, pastos, infraestructuras agrícolas, etc.) son devoradas por las llamas. Pero el efecto económico es muy superior. Leña, setas, frutos silvestres, etcétera, son algunos de los productos obtenidos directamente de los ecosistemas forestales.

Finalmente, en estos momentos, nos cabe expresar las máximas condolencias por las personas fallecidas y la plena solidaridad con sus familias, así como el apoyo a todas las personas que están trabajando y luchando por la extinción de los incendios en Portugal.

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La primera foto corresponde al incendio producido en el centro de Portugal. La segunda a un incendio producido en 2016 en la localidad vizcaína de Sopela. Y la tercera, a un incendio producido en Galicia en agosto de 2016.

http://blogs.deia.com/ser-natural/2017/06/21/el-panico-de-todos-los-veranos/