Abdallah Saleh, encantador de serpientes

Le llamaban ‘el encantador de serpientes’, ‘el emperador’. El asesinato del expresidente Ali Abdallah Saleh que gobernó más de tres décadas la republica del Yemen, una de las naciones más paupérrimas y desgraciadas del mundo, recuerda el del coronel Gadafi de Libia. Sus despojos envueltos con un lienzo escarlata, con el cráneo rajado fueron transportados en una camioneta por calles de la antigua ciudad de Saana de centenarias y altas casas construidas de ladrillo y tierra de ventanas ojivales con cristales multicolores, a los gritos de Aklah ua Akbar. Los que habían sido sus aliados de conveniencia, los hutis, tribus del Islam chií, se vengaron de su traición. En su larga vida política había sabido jugar con iraníes, sauditas, estadounidenses. Ejercitó el arte de la traición para conservar su poder en lo que antaño fuese la Arabia Felix, en un extremo de la gran península arábiga dominada por el reino oscurantista de los wahabitas, protegidos por los EEUU.

Como el coronel Gadafi, Abdallah Saleh fue uno de los dirigentes árabes que más se comprometieron en la lucha antiterrorista contra Al Qaida y otros grupos islámicos totalitarios al lado de la administración de Washington. Esta política le hizo muy impopular en Yemen fomentando las divisiones internas como ya aconteció con la guerra civil de 1962 a 1969 entre republicanos ayudados por el Rais egipcio Nasser y monárquicos que contaban con el apoyo saudí. Este conflicto armado renovado tiene lugar en una sociedad arcaica, tribal, en donde el estado nunca consiguió imponerse. La republica del Yemen fue el ultimo país del Machrek donde broto la “primavera árabe”, forzando al Rais Abdalah Saleh a abandonar la presidencia, presionado además por Arabia saudí y las monarquías petrolíferas del Golfo. La minoría de los Hutis lo ha asesinado al aliarse con todas sus fuerzas con sus enemigos saudis, provocando una súbita quiebra en el frente militar de esta guerra que libran contra las tropas sunnis del presidente de la republica

Mansur Hadi, ayudado por una coalición de nueve países bajo la autoridad del gobierno de Riad.

La historia contemporánea del Yemen, tras la retirada británica del este de Suez, es una historia de luchas de clanes. Durante la década de los setenta se configuró en el norte la republica del Yemen o de los jeques, y en el sur, alrededor del puerto de Aden, un estado de tendencia marxista que se denomino la “Cuba del Oriente Medio”. El Yemen se reunificó por un tiempo, y volvió también a dividirse. Entre Sanaa y Aden, las dos capitales, nunca se estableció definitivamente la confianza. Los secesionistas sureños se han lamentado a menudo de la política de los dirigentes de Sanaa.

Antes de su alianza con los Hutis Abdallah Saleh los combatió ferozmente en el año 2000, acusándoles de ser instrumento del Irán. Más tarde presumió ser el “caudillo de la libertad” en el Yemen moderno, autorizando la formación de partidos políticos y la aparición de revistas y periódicos y permitiendo a los norteamericanos bombardear las bases de los combatientes de Al Qaida cuyo fundador Bin Laden pertenecía a una familia originaria de su país.

El que ha pretendido “bailar con las serpientes”, ha sucumbido a su picadura mortal, precipitando al Yemen a una guerra más terrible. Las tropas leales al presidente Mansur Hadi se disponen a tomar Sanaa de donde había sido expulsado por los Hutis obligándole a refugiarse en Aden. Esta ofensiva agravara la hecatombe humanitaria ya denunciada por la ONU. Su drama es menos conocido en Occidente que el que todavía sufre Siria. La población civil de la milenaria ciudad ha quedado expuesta a una intensificación de los ataques. Las tropas sunnis quieren “liberar Sanaa, la árabe” de lo que consideran el “yugo iraní”. La derrota de los Hutis puede avivar el enfrentamiento de Arabia saudí e Irán en otros países del Oriente Medio.

LA VANGUARDIA