Cataluña: París y sus vecinos europeos van por mal camino

París y las principales capitales europeas anunciaron que no reconocerán la independencia de Cataluña. Conocemos los principales argumentos: el respeto a la ley, la Constitución española y, en segundo plano, el temor a una “balcanización” de Europa.

La historia, se dice, es una serie de errores de cálculo. Y parece que en términos de independencia, nuestros líderes pueden no haber aprendido todavía a contar bien. En lugar de dejar de lado la Proclamación de Barcelona del 27 de octubre, probablemente habrían hecho mejor con callarse, solo por callarse. Por muchas razones. En primer lugar, porque, sin ir demasiado atrás, permaneciendo en el continente europeo, la historia demuestra que tales declaraciones, a veces contraproducentes, el rechazo a la independencia rara vez resisten a las realidades políticas. Porque, ¿cuál es el nombre de un líder separatista exitoso?: Un jefe de Estado

¡Y aquí están nuestros líderes franceses que se turnan en Argel para darle la mano a un fuera de la ley! ¡Un bandido! ¡Un forajido! El terrorista del FLN (pero sin embargo jefe de Estado argelino) Abdelaziz Bouteflika. En Argel, incluso pediremos disculpas, pero solo de boquilla, por haber masacrado (“legalmente”) a hombres, mujeres y niños.

Más recientemente: ¿dónde está nuestro viejo amigo Slobodan Milosevic, el líder del Estado serbio-yugoslavo que París ha sostenido mucho tiempo contra viento y marea, en medio de las masacres contra los separatistas de Eslovenia “poco realistas”, Croacia, Bosnia, Kosovo etcétera? Murió en prisión en el Tribunal Penal Internacional en La Haya, mientras estaba en juicio por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad.

¿Dónde están estos infrecuentables líderes separatistas de la exYugoslavia a quienes nuestros líderes no querían ni hablar? En el poder, en Zagreb, en Pristina, en sus repúblicas independientes. En defensa del Quai d’Orsay, el Elíseo, hay que decir que el embajador de Francia en Belgrado analizó a fondo la situación antes del conflicto. A los periodistas, esos “día del juicio final sensacionalista”, que perdieron la cabeza ante la peligrosa y sangrienta huida hacia adelante chovinista de Milosevic, pequeño ‘apparatchik’ comunista reconvertido al nacionalismo gran-serbio, este diplomático francés, escuchado en los más altos niveles del Estado francés, respondió: “Cuando estalle Yugoslavia, estallará en carcajadas”. Todos los que vivieron y sobrevivieron a esos años de la guerra de los Balcanes no se rieron todos los días.

En lo que respecta al separatismo y la independencia, la previsión de nuestros líderes ha sido aún más sorprendente en la antigua Unión Soviética y en Rusia. En el nombre de pleno apoyo a Mikhail Gorbachov (también el organizador de los conflictos separatistas sangrientas en la Unión Soviética), el presidente francés François Mitterrand trató como insignificante, humilló, a Boris Yelstin, el primer presidente electo de Rusia. Conclusión: cuando la URSS desapareció con Gorbachov, cuando Boris Yelstin se convirtió en el jefe de Estado de una de las grandes potencias del mundo, nuestros líderes trataban de ponerse al día, diciéndole que todo lo que hacía era justo y bueno. Como por ejemplo aplastar en sangre y torturar a la pequeña Chechenia (separatistas, musulmanes además). En resumen, para reparar un error: una infamia.

Haz lo que digo, no lo que hago

Sabemos que nuestros líderes, de tradición centralista, “integracionista” y jacobina, están en contra de la separación de Cataluña del resto de España porque no reconocen el ‘referéndum sobre la independencia’ organizado por Barcelona el 1 de octubre pasado. Pero, curiosamente, no dijeron nada cuando los británicos (¿es que no son tan demócratas como nosotros o los españoles?) Organizaron un voto por separado sobre la independencia de Escocia. Curiosamente, también, es en nombre del referéndum de independencia separada por lo que Francia ocupa -ilegalmente- Mayotte (la cuarta isla del archipiélago del Estado de las Comores, en el Océano Índico) desde 1975 y que París es regularmente condenado por esto en la ONU. Por eso es especialmente necesario que en Madrid, el primer ministro español haga lo que le dice Francia, pero especialmente no lo que hace. Y aún…

Porque lo más serio no está ahí. Lo más problemático, no es la cuestión legal, que en el conflicto catalán no es más que el ridículo taparrabos democrático del choque de dos nacionalismos. Mediante el apoyo, ni siquiera indirectamente Madrid contra el Barcelona “en nombre de la ley”, París y otras capitales europeas animan a los conservadores en el poder del Partido Popular, heredero lejano del franquismo, con tendencias autoritarias, machistas y dominantes, al uso de la represión contra el independentismo catalán. Ya sea que uno esté a favor o en contra, independientemente de si esta independencia es algo bueno, esa no es la cuestión. La cuestión es que la represión, incluso si es “legal”, tiene muy pocas posibilidades de éxito. Por el contrario, corre el riesgo de ser contraproducente para alimentar el fuego de la indignación y la revuelta y, finalmente, para convertir la independencia, que queríamos erradicar, en ineludible. Ella ya lo es quizás.

Mientras que los separatistas catalanes tenían sólo una mayoría relativa de los votos (40% a 45%) antes de la represión española del referéndum “ilegal”, según Madrid, los separatistas catalanes, unidos por los “indecisos” indignados por los apaleamientos, se habrían convertido en la mayoría, de acuerdo con una encuesta confidencial. La única manera de reprimir eficazmente un movimiento independentista tan poderoso como el de Cataluña, que reúne a casi la mitad de la población (y por lo tanto, probablemente, hoy tras el 1 de octubre), es el aplastamiento a la Putin en Chechenia, a la Milosevic en Kosovo.

Entonces, si queremos evitar a toda costa el riesgo de un baño de sangre, debemos alentar a Madrid a tomar la única ruta posible, la única solución democrática: la del diálogo, la de la organización, si aun no es demasiado tarde, con el cambio de la Constitución española, de un referéndum legal sobre la independencia en Cataluña. Si Madrid, París o Berlín quieren mantener a Cataluña en España, deben correr el riesgo de perderla en esta votación. Cataluña debe sentirse libre. Porque es por eso por lo que ella está peleando. Como en un matrimonio, cuanto menos ella se sienta libre, más querrá irse.

Sabemos que el partido gobernante español en Madrid (la derecha conservadora, que por naturaleza nunca comprende que los tiempos cambian) siempre ha estado en contra del divorcio. Pero hoy es legal en España. Y no es legal abofetear a su esposa si ella quiere irse. Y si mañana la batuta de un guardia civil todavía se infiltrada de fascistas y nostálgica de la caída del franquismo se abaten contra manifestantes pacíficos catalanes, si la sangre corre en Barcelona, ​​vamos a ver por quién tomará partido el pueblo francés. Francia no son las declaraciones del Elíseo, no son las declaraciones de un Quai d’Orsay, que, desde la caída del Muro de Berlín, ha reconocido en Europa la independencia de todos los países que él siempre había jurado no reconocer nunca. Francia es la Revolución Francesa (ilegal). Eso es lo que está escrito en nuestros edificios públicos. “Liberté, Egalité, Fraternité”. Y para Cataluña también.

LE NOUVEL OBSERVATEUR