Corrupción global

CLEPTOCRACIA.

“Durante una buena temporada cené en casa de Hamid Karzai [expresidente de Afganistán] prácticamente cada noche excepto los días que tenían que venir los narcotraficantes. Ese día recibía un aviso que no estaba invitada”, rememoraba la periodista e investigadora sobre la corrupción Sarah Chayo, la semana pasada en una conversación en Bruselas. Los años que pasó en Afganistán y la implicación en primera persona en las redes de poder y delictivas de los hermanos Karzai la han convertido en una experta a la hora de detectar, perseguir y destapar las estructuras corruptas que expolian países alrededor del mundo. “La corrupción no es únicamente un intercambio de dinero por un favor, también implica el doblegamiento del poder a la voluntad de alguien”, dice Chaya. Los sectores bancarios y energéticos son los más importantes para estos entramados de corrupción, pero cuando un país no tiene grandes recursos naturales, estas redes se estructuran para capturar la inversión extranjera, incluyendo la ayuda al desarrollo.

Un tercio de los países del mundo son cleptocracia. Un 68% tienen problemas serios con la corrupción y la mitad de los miembros del G-20 (que el próximo viernes se reunirá en cumbre en Hamburgo) forman parte de esta lista que publica ‘Transparencia Internacional’. Entre ellos, además, hay algunos de los que más han empeorado en el índice global en los últimos años: Brasil -con el presidente Michel Temer acusado de corrupción-, España -por los escándalos que afectan a partidos políticos y gobiernos, las puertas giratorias y un nivel de impunidad todavía demasiado alto, según ‘Transparencia Internacional’-, Turquía -donde hay “un secuestro de las instituciones del Estado” para afianzarse en el poder-, Rusia o Australia.

DILEMA.

La corrupción también amenaza a Vladimir Putin. El 87% de los rusos aseguran que confían en Putin para representar sus intereses ante el mundo pero, en cambio, los que valoran sus esfuerzos por acabar con la corrupción no llegan ni a la mitad, un 49%. Y nueve de cada diez rusos creen que la corrupción es un problema serio en el país, sólo por detrás de la situación económica. La inquietud se ha traducido en protestas en todo el país, detenciones masivas y condenas que pueden galvanizar si no todavía una oposición, sí un malestar cada vez más ruidoso.

Putin no está cuestionado pero su retórica de lucha contra la corrupción -hasta ahora suficiente- ha quedado superada y, si bien las operaciones militares en el exterior continúan reforzando la imagen del presidente, ya no sirven para tapar las miserias de su régimen.

“La corrupción, como norma, sirve para unir las élites y mantener su lealtad”, escribía hace tiempo el pensador Ivan Krastev sobre Rusia.

Los estados corruptos son estados frágiles. Pero Putin aún debe decidir qué le puede suponer, a largo plazo, una amenaza mayor: la corrupción que debilita el sistema o iniciar una purga interna que pueda generar nuevas esperanzas de reforma en una sociedad que tenía bajo control.

GOBERNANZA.

El problema es que la corrupción nunca es la primera prioridad, se lamenta Sarah Chay. La mayoría de urgencias globales, como la inseguridad, el hambre o la pobreza, son consecuencia, muchas veces, del expolio estructurado y a gran escala que desarrollan gobiernos, multinacionales, estamentos militares o agencias civiles. En los últimos años, además, Chayo ha ampliado la lista de estas víctimas globales de la corrupción al cambio climático o al extremismo, porque demuestran que sin gobernanza no habrá seguridad. “Fuimos matar a Bin Laden; ahora tenemos Al Bagdadi; hemos matado cientos de combatientes y no hemos avanzado, no estamos más cerca de reducir el extremismo de lo que lo estábamos hace quince años”, explicaba Chayo hace tiempo en una entrevista. Por eso defiende que sin gobernabilidad, sin eliminar los facilitadores globales de la corrupción -desde el secreto bancario hasta los paraísos fiscales y la circulación opaca del dinero-, no se podrá acabar con estas estructuras.

ARA