Elogio de la ética de Joan Nogué

El geógrafo, director del Observatorio del Paisaje de Cataluña, ingresa en el Intitut d’Estudis Catalans (IEC) y anuncia que dejará de dirigir el Observatorio a finales de marzo

El 2 de febrero, el Instituto de Estudios Catalanes (IEC) acogía el ingreso como miembro numerario del geógrafo Joan Nogué, director del Observatorio del Paisaje de Cataluña, con el discurso ‘El paisaje, entre el sujeto y el objeto’. Joan Nogué no decepcionó en sus reflexiones y argumentos, y anunció que el 29 de marzo dejará la dirección del Observatorio, que encabeza desde hace doce años. Esta decisión me trastornó, la verdad.

Joan Nogué es una de las personas más lúcidas y vanguardistas que conozco. Desde las diferentes aproximaciones al concepto de paisaje, me ha hecho entender que este es un terreno abonado para la revolución de la vida social y de las humanidades en general. Pocas cosas son tan importantes como el paisaje, porque de él se deriva nuestro ser individual y colectivo y, en buena medida, nuestro bienestar. Y pocos términos tan determinantes como el paisaje son tan poco conocidos por la mayoría de nuestra sociedad (tenemos una falta de cultura en este sentido aterradora) y contra el que se han producido los abusos más aberrantes, que a la vez nos ha marcado tanto nuestra vida. Les invito a leer el discurso íntegro que hizo: ‘ El paisaje, entre el sujeto y el objeto’. Yo, aquí, aunque lo haré extenso, sólo destacaré algunos aspectos.

De entrada, Joan Nogué deja bien claro que la importancia del paisaje radica en la transversalidad y polisemia del concepto, por su intrínseca dimensión cultural y social. Porque el paisaje se encuentra a medio camino entre el sujeto y el objeto. Dice: ‘Del filósofo y escritor chino Lin Yutang (1895-1976), uno de los principales introductores de la filosofía oriental en el mundo occidental, proviene este simple aforismo: «La mitad de la belleza de un paisaje depende del mismo paisaje, y el otra mitad del que lo contempla». Escritores, poetas y pensadores han entendido perfectamente esta significación dual del paisaje […] A nosotros, sin embargo (quiero decir a los académicos e investigadores), nos ha costado un poco más entenderlo así y actuar en consecuencia, tal vez condicionados por los rígidos compartimentos estancos de nuestros planes de estudio y departamentos universitarios. Pero el hecho es que el paisaje, el concepto de paisaje, incluye ambas dimensiones, intrínsecamente relacionadas. Una es de carácter más bien personal, subjetivo, individual, íntimo: no a todos nos atraen los mismos paisajes, y, suponiendo que fuera así (que no lo es), no nos atraerían de la misma manera, con la misma intensidad, en el mismo sentido’.

La otra dimensión es la colectiva, de la que explica: ‘De la misma manera que compartimos colectivamente determinados valores sociales, también compartimos colectivamente determinados valores del paisaje, lo que no es incompatible con el disfrute individualizado y particularizado de este mismo paisaje. Así pues, a pesar de la diversidad ingente de percepciones individualizadas, somos perfectamente capaces de detectar y consensuar social y colectivamente determinados valores en el paisaje’.

Y asegura: ‘Y esto es así porque partimos de una materia prima innegable, incuestionable. No tenemos ante nosotros sólo una construcción mental, una entelequia, sino un objeto; es decir, algo material, tangible, que se puede tocar, escuchar, pisar. Por eso siempre he defendido que hay que entender el paisaje, a la vez, como una realidad física y la representación que culturalmente hacemos de la misma; como la fisonomía externa y visible de una determinada porción de la superficie terrestre y la percepción individual y social que genera; como un tangible geográfico y su interpretación intangible. Ni una cosa por delante de la otra ni más importante que la otra, sino al mismo tiempo, en el mismo nivel. El paisaje es, a la vez, el significante y el significado, el continente y el contenido, la realidad y la ficción’.

Y atención a este párrafo: ‘Si el paisaje “real” es dual, el concepto que se deriva también. Y es precisamente esta dualidad, es decir, el reconocimiento de que el paisaje puede generar, simultáneamente, emociones individuales y ser depositario de valores científicamente reconocidos y socialmente consensuados, lo que enriquece la temática del paisaje y nos lleva un poco más allá para afirmar que la aceptación de esta dimensión más individual y subjetiva del paisaje no es incompatible con la gestión colectiva -es decir, pública- de sus valores, una vez identificados, caracterizados y consensuados democráticamente’.

Y aquí es duro: ‘Con cierta sorpresa me he dado cuenta estos últimos años de la manipulación que determinados actores del territorio han hecho de las reflexiones académicas en torno a la dimensión subjetiva del paisaje, a las que me he referido. El argumento es muy sencillo, pero ha calado: si el paisaje es algo subjetivo y de pura apreciación personal, no puede ser objeto de ningún tipo de ordenación ni de gestión, y menos desde el ámbito público’.

Porque dice: ‘Tengo la impresión de que, al entender el paisaje como un producto social construido sobre una materialidad manifiesta (volviendo a la dualidad comentada anteriormente), al entenderlo, si se prefiere decirlo de esta manera, como el resultado de una transformación colectiva y cultural de la naturaleza -y yo defiendo que lo entendamos así-, hemos dado argumentos a quienes consideran que, dado que la transformación y la evolución son inherentes a todos los paisajes, siempre y en cualquier lugar, y que eso del paisaje es un tema de carácter subjetivo, no proceden las consideraciones de carácter ético (y menos las de carácter estético) sobre el tipo de transformación que ocurre en un determinado paisaje. He aquí la puerta abierta al «todo vale», una puerta que, hoy en día, a nadie se le ocurriría abrir, por ejemplo, al hablar de naturaleza, de ecología y de medio ambiente, pero que sí que se abre a menudo cuando hablamos de paisaje. No preveíamos ni imaginábamos la lectura y el uso -el mal uso- que esta concepción del paisaje podía tener en determinados sectores que han apostado decididamente por un cierto «sálvese quien pueda» en el ámbito de las políticas territoriales. No es cierto que todo paisaje sea capaz de integrar y asimilar cualquier modificación territorial originada por las sociedades del momento: algunas modificaciones bruscas, violentas, manifiestamente mediocres, fracturan territorios y dañan paisajes, lisa y llanamente. Que el argumento resumido en la frase «todo es cuestión de acostumbrarse» se utilice a menudo para intentar demostrar lo contrario muestra no sólo la pobreza argumental de quienes lo utilizan, sino un punto de cinismo inaceptable. Las sociedades humanas se pueden acostumbrar a todo: a la banalidad, a la mediocridad…, incluso a las injusticias. Este no es el quid de la cuestión’. Y dice que en este punto no se puede ser relativista, que su paso por el Observatorio del Paisaje le ha hecho entenderlo así.

Continúa: ‘Cuando se interviene en el paisaje, el reto no está en su transformación, sino en el carácter y la intensidad de esta transformación. El proyectista, el constructor, el diseñador de infraestructuras de todo tipo debe aprender a actuar sobre el paisaje sin romper su carácter esencial, sin eliminar aquellos rasgos que le dan continuidad histórica; sin destruirlo, en definitiva. No siempre se sabe alterar, modificar, intervenir sin destruir. Cuando se destruye un paisaje, se destruye la identidad de aquel lugar. Y destruir la identidad de un lugar -y más aún cuando se es incapaz de sustituirla por otra de, como mínimo, igual valor- es éticamente reprobable, tan reprobable como mermar la biodiversidad del planeta’.

Tras citar el geógrafo anarquista Élisée Reclus y de hablar de la relación entre ética y estética en cuestión de paisaje, Joan Nogué continúa diciendo: ‘Los valores del paisaje son perfectamente objetivables y van mucho más allá que los naturales: como es reflejo de una identidad socioterritorial, el paisaje está impregnado de valores sociales, culturales, históricos, espirituales y estéticos, entre otros. Algunos de estos valores tienen un carácter intangible, pero no por ello son menos relevantes. Y sabemos perfectamente cuando degradamos o aniquilamos estos valores’.

‘Los catálogos de paisaje, previstos en la Ley de protección, gestión y ordenación del paisaje de Cataluña de 2005 y desplegados por el Observatorio del Paisaje de Cataluña bajo la excelente coordinación de Pere Sala, son la prueba de que esto es perfectamente posible. Estos documentos nos han permitido conocer cómo son los paisajes catalanes, qué valores tienen, cómo evolucionan en función de las actuales dinámicas económicas, sociales y ambientales y, a través de los objetivos de calidad paisajística, consensuar qué tipo de paisaje queremos y cómo podemos alcanzarlos el. Los catálogos -un instrumento innovador, pionero en el Estado español- inventarían los valores paisajísticos presentes en su área; enumeran las actividades y los procesos que inciden o han incidido de manera más notoria en la configuración actual del paisaje; señalan los principales recorridos y espacios desde los que se percibe el paisaje; delimitan las unidades de paisaje, entendidas como áreas estructural, funcional y/o visualmente coherentes sobre las que puede recaer un régimen diferenciado de protección, gestión u ordenación; definen objetivos de calidad paisajística para cada unidad de paisaje, y, finalmente, proponen medidas y acciones necesarias para alcanzar los objetivos de calidad mencionados. Los catálogos incluyen laboriosos procesos de participación ciudadana pensados ​​para captar la percepción y la vivencia del paisaje en cada una de estas unidades de paisaje y son, definitivamente, la demostración fehaciente de que es posible catalogar y consensuar socialmente la división del país en unidades de paisaje, su denominación y sus valores’. No me digan que este trabajo ingente no es vanguardia y es construcción de país cívico, ético, de futuro, enfrentado a la especulación, buscando el bien común.

A continuación lo dice así de claro: ‘Es por todo ello que la ordenación y la gestión del paisaje, esto es, la intervención de la Administración pública en el paisaje, no sólo es legítima, sino necesaria e imprescindible, como lo son la ordenación y la gestión del medio ambiente y del territorio en general. Es curioso observar que, incluso desde sectores supuestamente progresistas en estos asuntos, se acepta sin ningún problema la gestión del medio ambiente y del territorio, pero se cuestiona la del paisaje. Intuyo que este rechazo frontal aludido responde a un mar de fondo más amplio que nos exigirá estar muy atentos en el futuro. En tanto que es un concepto relativamente nuevo en el ámbito de la ordenación territorial, el paisaje corre el riesgo de ser usado y manipulado por un amplio abanico de intereses y de sectores, no siempre convergentes. Algunos no escatiman esfuerzos a la hora de debilitar la potencia del discurso paisajístico resaltando, exclusivamente, su dimensión ya no estética, en el sentido filosófico del término, sino simplemente cosmética, acercándolo a la pura jardinería. Esto les permite lavar la cara a proyectos descabellados y despropósitos de todo tipo y, como han hecho antes con otros conceptos como el de sostenibilidad, contribuye a banalizar y simplificar el enorme potencial del paisaje en el ámbito de la gestión y la ordenación del territorio’.

Y en este punto, Joan Nogué introdujo la idea de bien común, un término a situar entre la propiedad privada y la propiedad estatal (o pública, si lo prefieren), que no siempre -ni mucho menos- tiene el carácter de bien común’. Y a pesar de las dificultades, este concepto se abrirá camino porque ‘la crisis actual ha puesto de manifiesto que no era cierto que no hubiera otras alternativas, otras formas de organización y de control social de lo que es común. Está emergiendo otra narrativa del espacio público y del paisaje basada en la idea de bien común, y esta es una muy buena noticia’.

Y enhebrando el final del discurso, Nogué aseguró: ‘Estamos asistiendo a una clara revalorización del papel de los lugares en un contexto de máxima globalización, así como un interés renovado por una nueva manera de entender el territorio que sea capaz de conectar lo que es particular con lo que es general, global’. Así: ‘El espacio geográfico, incluyendo el urbano, no es sólo un espacio geométrico, topológico; es, sobre todo, un espacio existencial, formado por lugares cuya materialidad tangible está teñida, impregnada de elementos inmateriales e intangibles que convierten cada lugar en algo único e intransferible. (…) Los lugares, a cualquier escala, son esenciales para nuestra estabilidad emocional porque actúan como un vínculo, como un punto de contacto y de interacción entre los fenómenos globales y la experiencia individual. El espacio geográfico es, en esencia, un espacio existencial, una inmensa y tupida red de sitios «vividos», todos diferentes’.

Joan Nogué se pregunta: ‘¿Qué está pasando? De dónde viene este interés por repensar e intervenir en los espacios de la vida cotidiana? ¿Por qué surge este interés por el «governo del paesaggio», tomando una expresión de los colegas italianos que ha hecho fortuna? ¿Por qué el paisaje, que no es más que el rostro del territorio, el rostro de los lugares, adquiere cada vez más un rol de primer orden, social y culturalmente?’

Y, lejos de rehuir la respuesta, aventura: ‘Desde mi punto de vista, la razón fundamental es que estamos asistiendo a un cambio de paradigma, en el sentido más amplio de la palabra. Las clásicas estructuras materiales e ideológicas que creíamos infalibles se están agrietando, están perdiendo su aura de solidez y de consistencia. Los pilares del sistema de producción y de consumo hegemónicos muestran grietas y el modelo de crecimiento, los valores sociales imperantes, la competencia y el individualismo reinantes se ven cuestionados por nuevas actitudes ante el trabajo, frente a los recursos naturales, frente a los espacios de la vida cotidiana, ante el paisaje. Se reclama una vida más llena de sentido, en la que el individuo sea dueño de su destino, controle su propio tiempo, se alimente de manera más sana y sea feliz. Algo pasa, algo se mueve en los ámbitos cultural, social e incluso ético. Y es este “algo”, este cambio de paradigma señalado lo que en buena parte explica esta nueva mirada hacia el paisaje, dirigida ahora, sobre todo, hacia los paisajes de la vida cotidiana. (…) Y esto implica, en el ámbito de las políticas de paisaje, incidir mucho más en la ordenación y la gestión que en la protección. También en este punto, ciertamente, hay un cambio de paradigma’.

Ahora, no deja de advertir de los peligros y cómo se ha hecho invisible el poder ante la globalización: El poder, hoy, es cada vez más invisible, menos identificable: se ha desplazado de unos actores y protagonistas claramente visibles a unos conglomerados anónimos, que no tienen una localización precisa. La invisibilidad es el resultado de un proceso complejo en el que confluyen la movilidad, la volatilidad, las fusiones, la multiplicación de realidades inéditas, la desaparición de bloques explicativos, las alianzas insólitas y la confluencia de intereses de difícil comprensión. La distribución del poder es más volátil; la determinación de las causas y de las responsabilidades, más compleja; los interlocutores son inestables; las presencias, virtuales, y los enemigos, difusos. En definitiva, la representación es equívoca y las evidencias, engañosas’.

Y asegura: ‘Se trata de volver al territorio exigiendo nuevas formas de democracia y de participación ciudadana, como lo hacen la inmensa mayoría de los nuevos movimientos sociales en defensa del territorio y del paisaje extendidos por todo el país. Se trata de volver al lugar por la vía de la resistencia y de la crítica. Retornando a ella por esta vía, regresamos a la política en el sentido más amplio y profundo de la palabra: la gestión colectiva, transparente y democrática de lo público, del lugar. Volver a la política a través del retorno al territorio implica luchar por conseguir una nueva cultura socioambiental de la ordenación territorial que dé prioridad a la cohesión social, a la gestión prudente de los recursos naturales, a un tratamiento nuevo e imaginativo del paisaje y a una nueva forma de gobierno y de gestión del territorio basada en el diálogo. Es indispensable mejorar la gobernabilidad de las políticas territoriales, lo que implica tener en cuenta los procesos no estructurados de participación ciudadana y repensar a fondo los procesos participativos ya existentes, incidiendo mucho más en la cooperación, la participación y la gestión concertada’.

¡Bravo, Joan Nogué. Bravo!

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