El riesgo de interiorizar la culpa

Incluso los que tienen a su favor toda la fuerza bruta del Estado saben que la victoria y la derrota, tarde o temprano, se decidirá en el terreno de la voluntad popular. Es por ello que, además de contar con militares, policías y jueces, el principal campo de batalla para el Estado sigue siendo el de la opinión pública. Es más: la acción de militares, policías y jueces no se entiende si no es para asustar y escarmentar la voluntad popular. En la Moncloa ahora ya conocen el ridículo de Stalin, que, despreciando el poder simbólico del Papa, preguntaba con arrogancia que cuántas divisiones militares tenía el Vaticano.

El desprecio del independentismo ha hecho reaccionar al Estado tarde y violentamente. Sin embargo, la intervención de las finanzas, la aplicación arbitraria del 155, los encausamientos judiciales, la coacción a las empresas, las inhabilitaciones, los embargos, la represión policial, los encarcelamientos y los exilios y toda la propaganda falsa activada en los últimos meses no han logrado debilitarlo. Y no sólo eso: si, como ha mostrado el 21-D, toda la coacción del Estado no lo ha debilitado, lo miremos como queramos, es que se ha fortalecido.

Así, como resulta que el independentismo obtiene toda su fuerza -no tiene divisiones militares- de la voluntad política de los catalanes, y como que el Estado ha visto que resiste bastante bien las coacciones explícitas, es obvio que el campo principal del combate es y será el de la opinión pública para torcer su voluntad. Y pienso que es precisamente en este terreno donde el independentismo muestra signos de debilidad. El Estado está consiguiendo imponer los marcos mentales que más le convienen, e incluso los más listos de la clase, moderados o radicales, acaban cayendo de cabeza. Pondré algunos ejemplos.

Pongamos el caso de la llamada ‘unilateralidad’. Aquí, la única unilateralidad conocida es la del Estado, que, desde la reforma fallida del Estatuto, pronto hará doce años, no ha dado ninguna razón: de pasar por el cepillo a la sentencia del TC y del portazo al pacto fiscal a todas las negativas a cualquier forma de consulta o referéndum acordado. En cambio, ahora se cae en la trampa de creer que los unilaterales éramos nosotros, y que algunos renuncian a ello. Nada de eso. Convocando un referéndum, incluso aceptando ir a unas elecciones atado de pies y manos, el independentismo no se ha querido imponer nunca unilateralmente, sino democráticamente. Confundir la unilateralidad del Estado con la nuestra es un error gravísimo. Más allá de estrategias de defensa, ¿quién puede renunciar a lo que no ha hecho? Para ellos, la unilateralidad es nuestro referéndum. Para nosotros, la unilateralidad es su autoritarismo.

Pongamos, también, el caso de las críticas al “tenemos prisa”, al que se hace culpable de muchos de los errores del independentismo. Pero, ¿cómo se puede no tener prisa, mucha prisa -y ahora aún más-, para marchar de un Estado autoritario? El problema no es tener prisa. Lo único grave son las precipitaciones que han retrasado el logro del objetivo. El mejor atajo siempre es la carretera. Pero no tener prisa es aceptar que se nos entretenga dando rodeos inútiles. ¿Alguien cree que el Estado habría respondido diferente dándole más tiempo? ¿Y cuánto tiempo de más?

Pero el caso más escandaloso de todos es el de los que reclaman un período de “normalidad”, donde coinciden los del bloque del 155 y los que desde el mismo independentismo ahora predican un tiempo de “realismo”. ¿Les escandaliza una investidura a distancia, un gobierno medio en el exilio, un vicepresidente en la cárcel? ¿Es que han olvidado quién hace imposible la normalidad? ¿No venimos de ser gobernados a 600 kilómetros de distancia? ¿Y qué no habría nada más “realista” que agachar la cabeza a la represión del Estado? Me van a perdonar, pero pedir normalidad es normalizar la ignominia actual, que es precisamente la pretensión del adversario.

Contra unilateralidad, democracia. Contra dilación, urgencia. Contra excepción, reacción. Contra realidad, sueño. Contra violencia de Estado, desobediencia pacífica.

ARA