Antènor Firmin, precursor del movimiento de la negritud

Fue en los países más civilizados de Occidente durante la segunda mitad del siglo XIX, donde y cuando el más descarnado racismo fraguó, maduró y se desplegó sobre los pueblos de origen no europeo. Y a tal punto se asentó y consolidó que, para la inmensa mayoría de la población educada llegó a ser el resultado lógico de una verdad demostrada por las ciencias naturales más avanzadas de la época. La gran ciencia, la biología evolutiva decimonónica, antropólogos y biólogos de todos los talantes fueron unánimes al situar a las razas salvajes en un nivel de inferioridad orgánica que condenó a africanos, indígenas, aborígenes, en general a los pueblos no-europeos, a un estado de inferioridad biológica inalterable. Lo cual supuso que fueran señalados como razas negadas a la perfectibilidad, y que quedaran a merced de la benevolencia de los blancos o condenadas a su inevitable extinción. La demostración científica de que el destino evolutivo de la naturaleza humana conducía inexorablemente a la dominación de los grupos más aptos (de origen caucásico) sobre las razas degradadas (primitivas y salvajes), originó que las formas de dominación social en el capitalismo colonial, despojadas ya de toda su significación histórica, se justificaran en términos naturalistas. De tal modo que la violencia simbólica, implícita en el discurso técnico de la biología humana ortodoxa decimonónica, sirvió para legitimar una violencia material explícita impuesta por la fuerza sobre quienes fueron descritos biológicamente como seres subhumanos, cuando no, simios. No es de extrañar, pues, que tal prédica, junto con el enorme prestigio concedido a la biología decimonónica y la percepción socializada de las masas instruidas por dicha biología, llevara a un inevitable desenlace y corolario final: la aprobación y legalización del ejercicio sistemático del genocidio y del exterminio, practicado por parte de los grandes estados coloniales sobre numerosas poblaciones indígenas.

La vida del antropólogo, periodista y político Antènor Firmin (Haiti, 1850 – 1911), transcurrió durante esta época cruel de consolidación y expansión del racismo más brutal e implacable. De origen humilde, estudia abogacía, funda el periódico Le Messager du Nord y escribe muchos artículos en los que muestra su sensibilidad a “la question de couleur”. A partir de 1880, comienza su carrera diplomática como embajador en Venezuela y Francia. Allí se integra en la Société d’Anthropologie de París y fruto de esa experiencia escribe la que sería su obra magna De l´Egalité des Races Humaines. En 1888 participa en el gobierno de Florvil Hyppolite (1888- 1896) como Ministro de Finanzas, Comercio y Relaciones Exteriores. En 1891 tiene lugar la Conferencia Internacional Americana donde se opone enérgicamente a las intenciones de USA de arrendar, con prepotencia y en franco detrimento de la soberanía de Haití, un pedazo del territorio de la República caribeña para establecer una base naval. En 1893, tiene un breve encuentro con José Martí en el que coincidieron en la necesidad de la independencia cubana y la constitución de una confederación Antillana. Vuelve a ser embajador en Francia donde multiplica los contactos con los medios latinoamericanos y se interesa por el panafricanismo, participando en 1900 en la I Conferencia Panafricana celebrada en Londres. Muere en el exilio en la isla de Saint Thomas.

El año 1884 fue clave en la vida de Firmin, año en el que por mediación de su amigo médico Janvier ingresa en la Société d’Anthropologie de París. Allí se encuentra con una hornada de prestigiosos pensadores (Topinard, Broca, Royer) que, lejos de impugnar la cosmovisión racista imperante en su época, buscan darle sustento científico a la misma, utilizando el positivismo y la frenología para demostrar la existencia de las razas y las jerarquías entre ellas. El propio Firmin, crítico con la postura ortodoxa de la Société, tiene que soportar las provocaciones de sus colegas que le solicitaron se sometiera a las mediciones de su cráneo, mientras que otros le preguntan si su contrastada habilidad intelectual no sería el resultado de algún ancestro blanco en su familia.

Precisamente, en este mismo año 1884 tienen lugar dos acontecimientos relevantes. Por una parte, representantes de 14 países europeos y USA se reúnen en la Conferencia de Berlín, con el fin de repartirse África y asegurar el equilibrio del poder colonial. Por la otra, se reedita (no casualmente !!) en París el libro de Gobineau, “Essai sur l’inégalite des races humaines” (1º edición 1853), texto que con una teoría racista biologicista convalida las decisiones y consejos adoptados en Berlín. En 1885 Firmin responde a Gobineau y a toda la antropología física cientificista en boga que pregonaba un racialismo de bases científicas, con un libro antológico “De l´Egalité des races humaines”. La obra de Firmin fue largamente ignorada fuera del Caribe, la Société no la reseñó en su boletín, ni sus colegas nunca la leyeron; es más, cuando murió ni siquiera publicó una nota necrológica. Se reeditó en Francia en 2004, en USA se tradujo al inglés por 1º vez en el 2000, y recientemente en Cuba también por 1º vez al castellano en 2014.

El hecho de que su autor fuera haitiano es muy relevante. Haití desempeñó una labor pionera en las luchas por la independencia, intentando lograr la soberanía política y erradicar las secuelas de la brutal opresión que sufrieron africanos arrancados de su suelo y esclavizados en América. Firmin nació y vivió en una nación que, hacía pocos años, había hecho una Revolución (1791-1804) que demolió mitos racistas. El lugar de la Revolución Haitiana en el imaginario caribeño del siglo XIX fue crucial para cuestionar, replantear, e incluso quebrar, las relaciones de poder establecidas hasta entonces. Conviene recordar que la Declaración de Independencia Haitiana de 1804 y la Constitución de 1805 fueron los únicos documentos constitutivos de un estado-nación en los que se reconocía la igualdad racial y la igualdad ciudadana entre hombres y mujeres. Desde su independencia en 1804 el estado se configura como una monarquía y sólo en 1859 Haití asumirá definitivamente la forma de república. Sin embargo, Haití y su proyecto de nación tienen en el siglo XIX una diferencia radical respecto al de sus vecinos latinoamericanos: casi toda su población es negra. Ello implica una comunidad necesariamente discriminada por todo su entorno, que es blanco, esclavista, y profundamente racista, un racismo que no sólo sobrevive a la abolición de la esclavitud sino que se reformula y potencia a lo largo del siglo.

En este contexto socio-histórico, Firmin escribe esta obra con la pretensión de lograr dos objetivos. El primero es demostrar científicamente, desde la antropología, la existencia de la igualdad de las razas humanas. El sentimiento de orgullo del legado de su pueblo le confiere una especial sensibilidad para tratar el tema racista; esta singular receptividad le lleva a hacer un planteamiento de antropología positiva que comporta una incisiva crítica a las altas esferas de la intelectualidad agrupadas en la Société d’Anthropologie de Paris, donde domina la antropología cientificista. Firmin analiza las teorías científicas coetáneas mostrando que carecen de pruebas sólidas y que además tienen múltiples contradicciones en sus metodologías y taxonomías. Observa que todas las clasificaciones que se han establecido para distinguir a los hombres en razas bien definidas son muy cuestionables y endebles (el tamaño del cráneo, el de las extremidades, incluso el color de la piel), deduciendo que las graduaciones jerárquicas y racistas son todas artificiales. Examina las conexiones evidentes racismo-esclavitud-colonialismo. Deconstruye históricamente el racismo al mostrar que no es un fenómeno universal y transhistórico sino que tiene un origen muy concreto y reciente, que arraiga en la conquista y esclavitud de los pueblos no europeos y alcanza el status de noción intelectual con el nacimiento de la etnografía en el XVIII. A este respecto, hace afirmaciones verdaderamente radicales y con enorme potencial revolucionario, como cuando escribe que “la doctrina antifilosófica y pseudocientífica de la desigualdad de las razas no reposa más que sobre la idea de la explotación del hombre por el hombre”. Asimismo, advierte que el racismo proyecta la destrucción de otras culturas y la auto-infravalorización de los pueblos no europeos, ya que al asumir el patrón racista se conciben a sí mismo como inferiores. Asevera que no hay razas, que todos los tipos humanos forman una sola especie, y que la diversidad es sólo producto de la historia y de los diferentes medioambientes en los que las comunidades humanas se han desarrollado. Y concluye con una proclamación de una radical igualdad entre los hombres. De este modo, Firmin demuestra rotundamente las carencias empíricas de Gobineau, argumenta diligentemente la parcialidad de la antropología francesa de la época, y razona escrupulosamente la falsedad de la construcción historiográfica del racismo científico.

El segundo objetivo es destacar la importancia de la presencia africana en la historia de la humanidad. Firmin dedica varias páginas del libro a la civilización egipcia donde niega su supuesto origen blanco y estima que su demografía racial es específicamente negro-africana (precursor de Cheikh Anta Diop, Naciones negras y cultura, 1954). Demuestra que la Grecia antigua y sus hitos culturales más importantes se deben originariamente a poblaciones negras no europeas, y concluye que, a pesar de que es posible reconocer una línea histórica donde Europa juega un rol central, en la base de esa genealogía se encuentra el Egipto negro. Por otra parte, resalta la enorme importancia de la Revolución Negra de su país, única revolución con aspiraciones igualitarias, que culminó con la abolición de la esclavitud, con el reconocimiento de los derechos ciudadanos de las mujeres (lo que no ocurrió en las revoluciones francesa y estadounidense) y con la proclamación de la independencia del único Estado negro formado por ex-esclavos. De este modo, Firmin ubica a Haití en la vanguardia de las naciones progresistas, al entender que ésta, desde su propia Revolución, cumple con los patrones de civilización que a lo largo del siglo XIX las potencias occidentales habían establecido como las normas de actuación en el escenario político global.

Pero, en último término, Firmin plantea la cuestión de “lo negro” con el propósito de recuperar la dignidad de los africanos y afro-descendientes en la historia de la civilización, afirmando que Haití debe convertirse en el rehabilitador de África, y proyectando los fundamentos teóricos y epistemológicos para una “Antropología de la negritud” que recupere el sentido común y lo vivido por los negros en la historia cultural de la humanidad. La negritud emerge como discurso de resistencia permanente, como modo de pensar lo oprimido, lo invisibilizado y lo racial, como crítica de todo tipo de comportamientos racistas, como acto revolucionario y emancipatorio basado en la exaltación, la dignidad y la valoración de ser negro. Esta antropología de la negritud  es una crítica de la antropología tradicional planteando visiones alternativas del saber antropológico acerca del hombre. Esta proyección y sublimación de los valores etnoculturales del negro han impulsado el panafricanismo como acción pragmática, contribuyendo a su desarrollo y asentamiento la labor de grandes figuras como Aimé Césaire, Frantz Fanon, René Maran, Leopold Sédar Senghor, Jean Price-Mars, Cyril Lionel James, Leon-Gotram Damas, Cheikh Anta Diop…

El libro “De l´Egalité des races humaines” es un monumento a la justicia, a la equidad, a la dignidad humana, y un alto exponente del pensamiento emancipador de los pueblos. Sin ningún género de duda, se trata de un trabajo sumamente lúcido, científico y comprometido políticamente que califica y reputa a Firmin como el precursor y teórico de la “Antropología de la Negritud”, como un revolucionario para su época, como un defensor de la igualdad y la libertad de todos los hombres.