No conozco la palabra ‘resignación’

1. Cuando escribo estas líneas, mi impresión -quizás cuando sean leídas será una evidencia- es que el gobierno de la República tiene una escasa capacidad de control político del país y, por tanto, de hacer efectivo el encargo que el viernes le hizo el Parlamento de poner en marcha la ley de la transitoriedad. Ya no tiene el mando de los Mossos, ya se había perdido el de las finanzas y hay que ver qué pasa en el resto de áreas administrativas. No acatar los decretos de ocupación dictados con el pretexto del artículo 155 puede no tener ninguna consecuencia práctica.

2. Visto ahora, me parece claro que la convocatoria el pasado jueves de elecciones por parte del presidente Carles Puigdemont aplazando la DI podía haber sido un gesto inteligente para mantener la iniciativa política del Gobierno, conservar una cierta simpatía internacional e intentar desbordar y debilitar la aplicación del artículo 155. Y, no menos relevante, evitar un riesgo fehaciente de derramamiento de sangre.

3. Aunque el argumento público por no convocar elecciones fue la falta de garantías de parar nada por la otra parte, tengo el convencimiento de que la razón de fondo fue, primero, la amenaza de ruptura del Gobierno, sobre todo explicitada por ERC. Y, después, la irritación que esta posibilidad causó en el independentismo más enervado, que lo consideró una traición. Así se entiende mejor la decepción del consejero Santi Vila y su coherente dimisión, una pérdida estúpidamente aplaudida como si la transversalidad útil sólo fuera la que puede aportar la condescendencia -nunca correspondida- con los comunes.

4. La DI del viernes terminó siendo un gesto valioso de dignidad democrática, sí, pero mientras nos abrazábamos emocionados, intentando aliviar la tensión de los días anteriores, el hecho es que cedíamos la iniciativa a Rajoy.

5. Creo que en estas últimas semanas ha faltado que dijéramos toda la verdad sobre el punto donde estábamos. La euforia por la capacidad de movilización constante ha obnubilado la capacidad de análisis y de crítica, tan necesarias en situaciones límite como las que hemos vivido. Y ya se sabe que el papel lo aguanta todo, hasta que los hechos lo convierten en papel mojado.

6. No estoy nada de acuerdo con los análisis que reservan toda la razón práctica al Estado español y la razón simbólica al soberanismo. La constante y creciente movilización del soberanismo, los resultados electorales y las mayorías democráticas que se desprenden de los mismos también son una razón práctica. Y la razón de estado también se fundamenta en la violencia simbólica. En todo caso, hay colisión entre dos razones prácticas y dos razones simbólicas.

7. También pienso que el unionismo ha hecho avances significativos en su voluntad de fracturar el país, exacerbando la idea de una inevitable ruptura sentimental asociada a la secesión. Además, esto ha desatado a la ultraderecha, aunque su violencia no le pasa cuentas. Por ello hay que combatir esta idea de ruptura y, en todo caso, se debe insistir en la diferencia de lenguaje, inclusivo en el independentismo y excluyente en los discursos del unionismo.

8. Las elecciones del 21 de diciembre son un desafío que hay que estudiar con tanta responsabilidad como rapidez. Desde una coherencia estricta, habría que rechazar la convocatoria. Pero desde el reconocimiento de la ocupación autoritaria de hecho, debe considerarse con qué garantías mínimas de juego limpio se podría participar y cómo debería hacerlo el independentismo para seguir cargándose de razones.

9. No puedo terminar sin reconocer el valor, determinación y compromiso del presidente Carles Puigdemont y sus ministros. Recuerdo haber dicho y escrito que hasta que no tuviéramos políticos dispuestos a ir a la cárcel, no lo lograríamos. Y si no es la cárcel, el exilio. Ahora sé que vamos a ganar.

10. Y, finalmente, he consultado mi diccionario personal y no he encontrado la palabra ‘resignación’.