Gibraltar contra España

Es interesante observar cómo todo lo que hacemos en la vida, por circunstancial que parezca, retorna a nosotros de una manera o de otra, incluso cuando ya nos habíamos olvidado, lo cual tiene su lógica dado que cada una de las acciones que llevamos a cabo incide siempre en la vida de otras personas que, a su vez, actuarán en consecuencia. La historia es muy tozuda y proclive a pedir cuenta a sus actores. Este es el caso de España que, trescientos años después, cae ahora prisionera de su propia soberbia y los tejemanejes que llevó a cabo con el fin de mantener a  Cataluña sometida bajo su corona.
Mira por donde, una cuestión al margen de aquellos hechos, como es el Brexit, ha cacareado por todo el mundo el contenido de un tratado, el Tratado de Utrecht, que, más allá de estudiosos, de historiadores y de especialistas internacionales, la mayor parte de la ciudadanía mundial desconocía: la nación catalana no es una nación joven, la nación catalana tiene mil años de historia y su caída a manos de Castilla, hoy llamada España para disimular, fue fruto de un intercambio de cromos. Para poder someter Cataluña, Castilla/España necesitaba que los británicos dejaran solo al Principado, de otro modo no podría vencer. No era lo mismo sitiar Barcelona con 40.000 hombres contra 5.500 que enfrentarse al imperio británico.
Ya hace años, sin embargo, que el ministro en Jefe de Gibraltar, Fabian Picardo, tiene tomada la medida a España. He aquí una pequeña muestra de las respuestas que ha dado a sus continuas provocaciones y amenazas:
– Agosto de 2013 (pidiendo la presencia de la Royal Navy): “España está haciendo incursiones con lanchas de la Guardia Civil en aguas de Gibraltar. Con más elementos navales, será más fácil mostrar que estas aguas son británicas”.
– 10 de octubre de 2013: “Durante los últimos cincuenta años, los gibraltareños han estado sujetos a uno de los más terribles regímenes de intimidación por parte de los sucesivos gobiernos españoles en dictadura y en democracia. Exceptuando cortos períodos de luz, la cara de la España actual no es muy diferente de la que tenía el dictador Franco”.
– 12 de mayo de 2016: “Es medieval pensar que se puede decidir el futuro de Gibraltar de espaldas a su población.”
–  25 de febrero de 2017: “Defiendo el derecho humano a decidir, y lo defenderé internacionalmente, cuando llegue la hora, con relación a cualquier territorio que pida ejercer el derecho de autodeterminación”.
Pues bien, el Tratado de Utrecht dejaba claro que la cesión de Gibraltar al Reino Unido era a perpetuidad -“para siempre”, decía- con unas contraprestaciones que este último cumplió. Es, pues, en virtud de sus propias palabras y de su firma por lo que Castilla/España no tiene ningún derecho jurídico -ni tan solo uno- para reclamar nada. Y sin embargo lo hace. Pretende recuperar lo que dio sin tener que devolver lo que obtuvo a cambio. Y, además, pasando por encima de la voluntad de los gibraltareños y los catalanes. Para el Estado español, la opinión referendaria de unos y otros en materia soberanista no tiene ningún valor y debe ser pisoteada sin escrúpulos. Los gibraltareños y los catalanes no son nadie, absolutamente nadie, y el derecho de decidir no existe. Sólo Castilla/España puede decidir sobre Gibraltar o sobre Cataluña.
Al hablar de Castilla/España, estamos hablando de un Estado que en 2002 se burló del 98,5% de los gibraltareños que en un referéndum decidieron que querían ser británicos, y que en 2010 pasó como una apisonadora por encima de un Estatuto aprobado por una mayoría del 89% del Parlamento de Cataluña. De un Estado así, en términos democráticos, no se puede esperar nada de nada, porque se rige por una mentalidad medieval fundamentada en el supremacismo, en la imposición, en el uso de la fuerza y ​​en el desprecio más absoluto por las reglas básicas de fraternidad universal. Esta es la razón por la que, sabiéndose falta de argumentos, se aferra al clavo ardiendo de unas leyes antidemocráticas y de unos tribunales políticos sin prestar atención al descrédito internacional que tal actitud le supone. Y la prueba de la insostenibilidad de sus leyes es que se fundamentan en la negación del otro. No hay gibraltareños, no hay catalanes -como no había argentinos, chilenos, peruanos, bolivianos, venezolanos o cubanos-, sólo hay españoles nacidos en Gibraltar o en Cataluña. He aquí la inmensa y patética derrota de España: no tiene más argumento que decirnos que no existimos.

EL MÓN