Reflexiones sobre la República Catalana

Visto desde Perpiñán, ¿qué elementos llaman la atención sobre la situación política de este inicio de año en Cataluña? Primero la actitud y el talante del señor M. Rajoy. Es el primer ministro del rey Felipe VI, que le dio públicamente sus órdenes el 3 de octubre. Él, por cierto, las cumplió escrupulosamente a la manera del Mentor de su padre Juan Carlos. De siempre, y por tanto no cambiará, el señor M. Rajoy tiene por estrategia el esperar, no decidir, a pesar de mantener su línea, así, obligar a sus socios o adversarios a dar pasos, descubrirse y facilitar las sus decisiones y actuaciones posteriores. Es lo que hizo después del 1 de octubre, rechazando el diálogo y obligando al presidente Puigdemont a declarar la independencia, lo que le facilitó la decisión de una represión más fuerte y aparentemente justificada.

Es lo que hace actualmente, negando las evidencias salidas de las urnas el 21 de diciembre y abrigándose tras una justicia política a sus órdenes, como lo acaba de decir en términos más estudiados el Consejo de Europa en un aviso donde constata la dependencia excesiva del poder judicial respecto al poder político del Estado español. El objetivo parece ser que, otra vez, el presidente Puigdemont tome una decisión que le dejará fuera de combate: o vuelve a Barcelona, ​​y se le aprisionará y no saldrá de la cárcel, o se queda en Bruselas y no podrá ni ser diputado ni president de la Generalitat. En ambos casos, gana el señor M. Rajoy. Es su única salida, a menos de abrir un diálogo que le repugna y lo sacrificaría políticamente en España. Su arma principal son los rehenes encarcelados y los exiliados políticos catalanes. Por lo tanto, parece evidente que los guardará hasta el final. Viendo la decisión del Tribunal Supremo de mantener al vicepresidente Oriol Junqueras en prisión y la argumentación de los jueces, se puede suponer que los cuatro detenidos estarían bloqueados hasta el juicio, que serán condenados y se quedarán encarcelados por tiempo, quizás años.

Para la prensa internacional, de Francia, Europa y más allá, la lectura de los resultados de los 21 de diciembre es bastante diferente de la de la prensa española: confirmaron una mayoría independentista y la situación queda en un ‘impasse’, salvo improbables negociaciones. Puigdemont ha ganado y Rajoy ha perdido en unas elecciones que él organizó, además de un desprestigio personal. Así de claro. ¿Cómo puede el señor M. Rajoy transformar este fracaso en victoria política? Ha identificado a los responsables políticos y sociales que hay que eliminar o marginar por tiempo, tres de los cuales encabezaban las listas independentistas ganadoras. Si están en la cárcel o no pueden volver no serán diputados, desaparecen, y con ellos, los rastros de la proclamación de la República. Entonces el señor M. Rajoy sólo tendrá ante sí un gobierno autonómico con algunas de las segundas espadas, que estarán bajo vigilancia, chantaje y amenaza de cárcel.

Hoy por hoy, es una de las hipótesis con más probabilidades. Por su parte, el presidente Puigdemont tiene interés en mantenerse firme hasta el final, el 17 de enero, en la eventualidad de otra situación con un retorno pactado. Pero si él no puede volver y los presos elegidos no pueden tomar posesión de su escaño, entrarán los siguientes de la lista, se constituirá el parlamento y se elegirá un nuevo presidente de la Generalitat, pues es imprescindible guardar la mayoría en el parlamento y el control de un gobierno autonómico llevado por los partidos independentistas.

‘È finita la comedia’? No es cierto, pues queda para el presidente Puigdemont el arma absoluta, dar vida a la República Catalana. Analicemos fríamente qué ha pasado.

El referéndum del 1 de octubre ha tenido lugar y se han contabilizado más de dos millones de ‘sí’. También hay que tener en cuenta los cientos de miles de votos dentro de las urnas robadas durante la votación por la policía. Las perturbaciones violentas queridas por el gobierno del señor M. Rajoy tenían como único objetivo de hacer imposible el reconocimiento de los resultados -que estaban cantados- por la Comisión de Venecia o cualquier otra institución internacional. Pero los votos constatados eran superiores al total obtenido por los partidos independentistas en 2015 y muy superiores al total de los partidos unionistas. Por lo tanto, la declaración de independencia tenía una base suficiente, validada o no. La República fue finalmente proclamada el 27 de octubre. Sorprendentemente no se formalizó, pero aunque no operacional, la República Catalana existe, no es necesario proclamarla de nuevo. La prueba ‘a contrario’, la dio al día siguiente el mismo M. Rajoy. Hizo enviar a todos los estados del mundo -repito, a todos- una carta para pedirles no reconocer la República de Cataluña. No se tomaría el riesgo de una tal publicidad por esta proclamación si la nueva República no existía. En efecto, para que haya un nuevo Estado se necesitan dos condiciones: un voto de los ciudadanos y el reconocimiento de los otros estados soberanos, sean pocos o muchos. Si el gobierno de M. Rajoy tomaba tantos riesgos para bloquear la segunda condición es porque sabía, aunque lo negara, que la primera podía ser considerada como válida para cualquier Estado.

Indirectamente, pues son elecciones autonómicas, los resultados del 21-D han validado el referéndum, pues los partidos independentistas han reencontrado los más de dos millones de votos, y los partidos unionistas no han llegado a eso. Así lo dan por hecho los comentaristas políticos en los debates y tertulias que hacen cada día en las televisiones francesas, aunque a menudo no son muy favorables al independentismo.

Todo ello precisando, ¿cómo podría el presidente de la República, Carles Puigdemont, dar cuerpo a la República? Como hemos dicho, no es necesario proclamarla de nuevo. Ya está hecho. Sólo hay que crear un Diario Oficial de la República de Cataluña, cosa muy fácil con internet. Se publica en el ‘DORC’ la proclamación y las actas y decisiones que sea necesario. No es necesario constituir un gobierno en el exilio, hay que inspirarse en la doctrina Tarradellas: él, como presidente, era la Generalitat y le ayudaba su gabinete. Además, la norma más general de las repúblicas quiere que haya un presidente, con más o menos poder, y un primer ministro. Por lo tanto, basta con constituir el gabinete de la presidencia con los asesores y consejeros especializados necesarios. Se puede seguir la práctica de los sucesivos presidentes de la República Francesa, François Mitterrand, Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy y François Hollande, que se rodeaban de consejeros que trataban los temas de los diversos ministerios y, de hecho, los vigilaban y a veces casi los duplicaban. Dentro de este esquema, los nuevos parlamento, presidente y gobierno de la Generalitat salidos del 21-D pueden ser considerados por el presidente de la República como sus instrumentos de gobierno provisionales y de transición. Por ejemplo, cualquier nueva ley del Parlament de Cataluña, sea posteriormente anulada por el Tribunal Constitucional español o no, puede ser considerada como constitutiva de la República y publicada en su DORC

Todo esto puede parecer descabellado y utópico, pero así lo han hecho desde la Segunda Guerra Mundial muchos gobiernos en el exilio a raíz de una DUI o debido a conflictos. Actuar como presidencia de la República hace posible su reconocimiento por otros estados, lo que hoy es imposible, pues no se puede reconocer una estructura que jurídicamente no está establecida, y permitiría hacer gestiones en este sentido. El voto del 21-D ha liberado las palabras, y en pocos días se han visto dos jefes de gobierno de estados miembros de la Unión Europea, Chequia y Eslovaquia, evocar públicamente la separación de España y Cataluña. Otras continuarán y, según como actúe el señor M. Rajoy o evolucionen las circunstancias, algunos pueden ir más lejos.

Se añade otro elemento jurídico que no hay que descuidar. Cuando hace unos meses se pedía al señor M. Rajoy abrir un diálogo sobre la autodeterminación con el presidente Puigdemont, contestó que no podía, pues no eran del mismo nivel. Tenía toda la razón, aunque podía hacerlo igualmente. A inicio de octubre, el presidente francés Emmanuel Macron dijo lo mismo. Si se constituye un nuevo gobierno autonómico presidido por Carles Puigdemont, caeremos en la misma trampa. A pesar de las diferencias de fuerza y ​​de capacidades entre los interlocutores, dar existencia a la República permite las mediaciones y este diálogo entre teóricamente iguales.

Si el señor M. Rajoy hace imposible el retorno del presidente Puigdemont y no crea una situación política y judicial más tranquila, el arma de dar cuerpo a la República Catalana sería justificada por la intransigencia del jefe de gobierno español y su ausencia de respeto hacia la voluntad del pueblo de Cataluña libremente expresada en las urnas. Sería aplicar a M. Rajoy su propia doctrina y estrategia.

VILAWEB