Bombardear con mentiras

Sin querer menospreciar en absoluto la gravedad de las porras ni las rejas, ahora mismo la peor arma que debemos temer del adversario es la mentira. Después de todo, la brutal represión policial del 1-O, más allá de los golpes, puso al descubierto que el Estado estaba dispuesto a llegar hasta donde fuera para impedir que se conociera cuál era la voluntad de los catalanes. Esta fue la virtud de aquella violencia: su visibilidad. Las porras no engañaron, y, por mucho que se disimularan en España y que hayan decretado secreto de Estado el operativo policial, la opinión pública internacional no pudo ser engañada. Y lo mismo con el encarcelamiento o el exilio de nuestro gobierno. Violentar un gobierno elegido democráticamente es una barbaridad política y jurídica difícil de calificar, sí. Pero la visibilidad del crimen hace que es convierta en un grito de denuncia tan potente que, a pesar de tanta decepción, la gente salga masivamente a la calle para condenarlo.

En cambio, lo más peligroso de la mentira es que conduce al engaño, y que es mucho más difícil hacerla visible, denunciarla y sobre todo rebelarse a ella. Y ahora estamos justo en este punto de la guerra política que vive nuestro país: todos los aparatos del Estado español se han abocado a recurrir a la mentira sistemática para vencer el 21-D. Es decir, ganar la batalla de unas elecciones ilegítimas a las que parece que no queda más remedio que concurrir y que, tomando la iniciativa, les ha permitido elegir el campo y la hora de la batalla.

Desde mi punto de vista, pues, ahora mismo la mentira es la forma de violencia más peligrosa con la que nos enfrentamos. Es el bombardeo de cada cincuenta años. La mentira de un ministro que dice que no se enseña español en nuestras escuelas. La mentira que sitúa falsamente a unos niños como escudos humanos. La mentira que nos acusa de incitación al odio a pesar de todas las demostraciones de comportamiento pacífico y respetuoso. La mentira que envía a Jordi Sánchez y Jordi Cuixart a prisión por violentos. La mentira que quiere hacer de la presidenta Carme Forcadell una traidora. La mentira que quiere convertir a nuestro presidente, Carles Puigdemont, en un cobarde.

Y es que si convenimos en que el conocimiento es poder, la mentira es la manera más hábil de redistribuirlo ilegítimamente, dando más al mentiroso y quitando al engañado. Lo más peligroso de la mentira es que no deja rastro, no hace heridos ni prisioneros. Su objetivo principal es minar la confianza del adversario. Por ello, la mentira provoca esta grave sensación de impotencia y de irritación, que tanto puede llevar a la inanición como a la agresividad. Que si el Govern nos engañaba y no tenía nada preparado; que si somos unos nazis con piel de cordero; que si nos hubiéramos echado atrás de la declaración nos habrían perdonado el 155…

En estos días me vienen a la cabeza, tercamente, los versos de la ‘Lletania’ (‘Letanía’) de Pere Quart:

 

‘Per als infants, mentides.

Per als amors, mentides.

Per als amics, mentides.

Per als clients, mentides.

Mentides plenes o primes,

Fermes o tendres -juraments, besades-;

Vives -com fresca sang-;

sàvies, agraïdes.

Guatlles i bòfies.

Mitges mentides.’

 

(‘Para los niños, mentiras.

Para los amores, mentiras.

Para los amigos, mentiras.

Para los clientes, mentiras.

Mentiras plenas o finas,

Firmes o tiernas -juramentos, besos-;

vivas -como fresca sangre-;

sabias, agradecidas.

Embustes y bolas.

Medias mentiras.’)

La mentira nos lleva a una espiral enloquecida de engaños: ¡qué fácil es, cuando se crea un clima de desconfianza, que la mentira campe fresca y rápida! ¡Cómo corren por las redes sociales, cómo llenan las portadas de los periódicos del régimen, cómo las vomitan las bocas de estos que mintiendo, como escribió Kant, tiran y aniquilan su dignidad como personas! Walter Lippmann, el gran estudioso de la opinión pública, decía que “no puede haber libertad para una comunidad que no tenga los medios para detectar las mentiras”. Necesitamos, urgentemente, instrumentos para denunciarlas!

Quedémonos como guía con el refrán sufí: “El piadoso no engaña, y el inteligente no se deja engañar”. Seamos, pues, piadosos e inteligentes.

ARA