La paz de los cementerios, la perversidad y la presión (esta sí) unilateral

Respuesta perpleja al artículo de Ferran Rodés para presionar a Puigdemont contra la declaración de independencia

Que haya gente que no quiere la independencia de Cataluña es lógico y legítimo. A los que van de cara, nunca se les debe reprochar por ello. De hecho, el debate democrático más saludable es siempre entre quienes van de cara y son sinceros. Sin embargo, en medio de los que van de cara en esta cuestión, siempre están aquellos que han pensado que esto es un juego de espejos y de cinismo. Aquellos que hacen ver que son, pero que no quieren ser y que tratan de sacar partido del amaño.

Ayer nos encontramos con un artículo de Ferran Rodés (*), el propietario del Ara, que nos estremeció. Pensar que alguien que lleva un diario que se declara soberanista puede llegar a hacer el juego -y el trabajo sucio- de esta manera a un Estado español que nos amenaza y nos agrede de esta manera, estremece. Con el título ‘La autoridad de la gente de paz’, Rodés apunta que se considera que ‘el pasado, aunque insatisfactorio, es mejor que el futuro’. Si él lo piensa, es muy lícito que lo reivindique. No lo es tanto que diga que esto lo pensamos el resto, porque me parece que va muy equivocado.

Rodés dice que su hijo le pregunta si arreglaremos el problema de Cataluña y España ‘para siempre’. Pero a continuación, se dedica a desgranar una serie de condiciones y de pretextos que lo único que pueden hacer es eternizar el problema, y ​​nada más. Sea como sea, después del gesto -más que generoso- de Puigdemont el pasado martes, el dueño del Ara se dedica a poner toda la presión y la responsabilidad de lo que pase a partir de ahora en el presidente. Y dice: ‘Sabemos que la respuesta [de Puigdemont a Rajoy] debe ser firme, de una firmeza capaz de neutralizar la violencia que el gobierno central muestra desde el 1 de octubre’.

¿Se dan cuenta del mecanismo perverso? Rajoy amenaza con una tontería como la aplicación del 155. Rajoy envía miles de policías con actitud salvaje a agredir violentamente a los ciudadanos catalanes (europeos) que no piensan como él (y por el solo hecho de no pensar como él). Rajoy y su gobierno mienten a diestro y siniestro. La grandísima mayoría del congreso español aplaude y homenajea a los violentos uniformados que el 1 de octubre apalearon a ciudadanos de todas las edades. El rey español da carta blanca a continuar la represión y la justifica. El Estado español se niega a dialogar y a negociar tras el gesto de Puigdemont. El Gobierno rechaza todos los mediadores que se han ofrecido a encauzar el conflicto abierto. Pero Rodés dice que es la respuesta de Puigdemont lo que debe ‘neutralizar la violencia’ (del ‘gobierno central’, que para él debe ser el español).

El dueño del Ara, para afianzar su argumentación, habla de autoridad ‘moral’. Y la exige a Puigdemont. Rodés no ha hecho ningún artículo para exigir ‘autoridad moral’ a Rajoy. Se ha puesto a escribir cuando ha creído que era Puigdemont quien la debía demostrar. Sorprendente. Especialmente sorprendente cuando yo pienso que la autoridad moral la gana quien respeta la ciudadanía y no la agrede. Que la gana quién es coherente con lo que dice y no quién miente. Que la gana quien pone la democracia de los votos siempre ante la violencia. Que la autoridad moral es el resultado de no dejarse intimidar y no retroceder cuando un gobernante amenaza la ciudadanía. Que la autoridad moral nace del uso de la palabra y el diálogo y no de la persecución judicial y de las multas y las inhabilitaciones.

Rodés también nos habla de una respuesta (siempre es la de Puigdemont a Rajoy, en su artículo) que exige también firmeza y claridad. Y cuando dice firmeza significa tener la valentía de volverse de espaldas a la gente que defendió la democracia con sus cuerpos el día 1 de octubre. El propietario del Ara dice que la declaración de independencia es ‘una expresión de la indignación de los ciudadanos ante la violencia vivida el 1 de octubre’. Y eso es mentira. Simplemente. Porque la declaración ya había sido escrita desde el 6 de septiembre en una ley aprobada en el parlamento (democrático y legal, que hay muchos que olvidan) mucho antes de la violencia del 1 de octubre. Si nada hizo esta ‘violencia vivida’ (que también es una manera de decirlo), es precisamente certificar que no hay caminos de entendimiento posibles con el Estado español.

Y aquí llega la perversidad más grande de todas. La declaración de independencia ‘provoca aún más violencia’. ¡Paren máquinas! Hay un Estado que amenaza a un gobierno con un mandato democrático de destrozarlo si hace efectivo. Según la lógica del artículo y de su autor es el mandato democrático lo que provoca la violencia. Espero que lo lean sentados, porque si no podrían caerse de culo. Lean a continuación: «Es seguro que el gobierno del PP tomará la DUI como la excusa para intensificar aún más su campaña para acabar con el autogobierno y utilizar la vía penal contra cualquier ciudadano e institución supuestamente independentista. Entraremos en una espiral que alterará la paz social, que es el bien más preciado de los catalanes. Quién lo altere, aunque sea sujeto pasivo de la violencia, perderá autoridad moral. Quien la refuerce, ganará».

Lo han leído bien. ‘Quién lo altere, aunque sea sujeto pasivo de la violencia, perderá autoridad moral’. Esto de la autoridad moral ya lo hemos comentado. Pero detengámonos en la primera parte de la frase. El sujeto pasivo de la violencia es quien altera la paz social, según Rodés. Y esto es muy fuerte. De hecho, es insultante. ¿La paz social se altera porque hay una mayoría democrática que quiere llevar a cabo su objetivo político de manera pacífica? ¿Lo hemos leído bien? ¿Es consciente el autor del artículo de quien ha hecho lo imposible para alterar la ‘paz social’? ¿Quiere más ejemplos que los de la violencia (verbal y física) de las últimas manifestaciones de partidarios de la unidad con España? ¿Cuánta ‘paz social’ se ha visto alterada durante los cientos de manifestaciones, concentraciones, actos, conferencias y conciertos de los partidarios de la independencia?

Pero aún no contento con todo esto, Rodés añade un argumento muy estrambótico contra la declaración de independencia. Dice que es un argumento de ‘radicalidad democrática’. Ahí es nada. Teniendo en cuenta que enfrente hay un Estado que no ha tenido inconveniente alguno en incumplir las leyes que tanto dice defender, no está mal el argumento. Dice que el independentismo tiene una mayoría en escaños en el parlamento, pero no en votos. Eso sí, debe poner a todos los votantes de CSQP en el saco de los unionistas. Y debe pasar por alto que el 1 de octubre la independencia obtuvieron cien mil votos más que los de Juntos por el Sí y la CUP juntos. Y debe pasar por alto también que estos cien mil votos más se produjeron en un contexto de amenaza brutal, violencia desatada y criminal y de impedimento físico de la posibilidad de votar. Pero, ¡alto, amigos! Que el argumento de radicalidad democràtica es contra la declaración de independència y no a favor de escapar corriendo de un Estadoet que se comporta de este modo.

Prefiero no comentar el hecho de utilizar los argumentos emocionales e identitarios de los sentimientos de pertenencia de los ciudadanos catalanes. Ya estamos acostumbrados a eso: que el independentismo es identitario es un recurso de aquellos que lo denuncian noche y día. Me parece que es tan flojo que se comenta solo. El autor tendría suficiente con escuchar el sonido de los cientos de vídeos que han circulado de las agresiones del día 1 de octubre.

Por último, Rodés recupera eso de que la mayoría más grande y el consenso más transversal es la reivindicación de un referéndum como ‘la mejor solución para resolver el conflicto’. Ah, muy bien. Por tanto, según Rodés, volvemos a pedirlo al Estado español. Y si nos dice que no, volvamos a pedirlo. y si nos dice que no, vuelta a empezar. Y así, nos vamos cargando (¿como era aquello?) de autoridad moral. Y así podremos mirar a nuestros hijos y decirles que ya hemos resuelto el problema para siempre. Era eso, ¿verdad? Pues yo prefiero que Puigdemont haga caso a Nelson Mandela y no a Ferran Rodés: ‘Que sus decisiones respondan a sus esperanzas y no al miedo.’

En las últimas frases del artículo, después de haber puesto toda la presión y la responsabilidad en el presidente de la Generalitat, Rodés concede, pobres de nosotros, que ‘la responsabilidad no es sólo del presidente Puigdemont sino también del presidente Rajoy’. Y dice que se debería aplicar el aforismo de Platón: ‘La civilización es la victoria de la persuasión sobre la fuerza’. Y no acabo de entender por qué la sentencia de Platón sólo la debe aplicar Rajoy. ¿Es consciente Rodés de que lo que receta para Rajoy ya lo aplica Puigdemont? Quizás pasa lo que dice mi abuelo, que ‘es más fácil recetar que tomar’.

El título del artículo, ‘La autoridad de la gente de paz’, me ha hecho pensar mucho. Y me parece que ya lo he entendido. Es tal vez que hay quienes sólo querrían una independencia ‘low cost’. O a quienes les gustaría vivir en este empate eterno. O que habían pensado que el camino de la independencia era tan sólo un espantajo para conseguir un plato de lentejas mayor. Y que si no se trata de todo esto, prefieren la paz de los cementerios.

VILAWEB

 

 

(*) ARA

 

La autoridad de la gente de paz

FERRAN RODÉS

Presidente del consejo de administración del ARA

“Oye, padre, el problema de Cataluña con España nos lo dejaréis arreglado, ¿verdad?”, me espetó mi hijo mayor hace siete años.

La cadena de acontecimientos dramáticos vividos recientemente ha dejado a la mayor parte de la ciudadanía, catalana y española, en un estado de perplejidad lleno de emociones negativas que nos hace pensar que nos hemos alejado más que nunca de un encuentro, y que el pasado, aunque insatisfactorio, es mejor que el futuro. Es posible. Pero también es posible lo contrario. El drama en el que ahora nos encontramos tiene una virtud: ha despertado todas las conciencias, también aquellas irresponsablemente dormidas. Ahora, cuando no sólo los catalanes sino gran parte de la ciudadanía española y europea sabe que hay un problema grave, tenemos el deber de tratar de solucionarlo inteligentemente y, si puede ser, como reclaman los hijos, para siempre.

Que nos encaminemos o no hacia una solución satisfactoria dependerá mucho de lo que ocurra en los próximos días, y ahora le toca al presidente Puigdemont responder al dilema diabólico que supone el requerimiento del gobierno del Estado.

Sabemos que la respuesta debe ser firme, de una firmeza capaz de neutralizar la violencia que el gobierno central muestra desde el 1 de octubre. También sabemos que debe tener la fuerza que da la autoridad moral. Y desde esta autoridad moral se podrán tejer complicidades con la ciudadanía catalana y también con dos aliados naturales, como son la ciudadanía española y la europea. Porque la Europa del siglo XXI es también la Europa de los ciudadanos.

La respuesta, también lo sabemos, debe ser binaria. “Sí a la DUI” o “No a la DUI”. Esto parece un problema, porque la situación pide matices, pero también puede tener la ventaja de la claridad, que va unida a la firmeza.

El “Sí a la DUI” tiene como argumento a favor que es una expresión de la indignación de los ciudadanos ante la violencia vivida el 1 de octubre. Pero tiene muchos en contra. El principal es que provoca aún más violencia. Es seguro que el gobierno del PP tomará la DUI como la excusa para intensificar aún más su campaña para acabar con el autogobierno y utilizar la vía penal contra cualquier ciudadano e institución supuestamente independentista. Entraremos en una espiral que alterará la paz social, que es el bien más preciado de los catalanes. Quién lo altere, aunque sea sujeto pasivo de la violencia, perderá autoridad moral. Quien la refuerce, ganará.

El segundo argumento en contra de la DUI es de radicalidad democrática. El independentismo arrastra un error: desde septiembre de 2015 cree que tiene una mayoría social en votos, cuando la tiene sólo en el Parlamento. El referéndum, que no pudo ser pactado, es insuficiente para ser homologado a nivel internacional. Hacer ahora la DUI o cambiar el marco legal le quitaría al presidente la autoridad moral ante Europa y ante gran parte de la misma ciudadanía catalana, que es radicalmente democrática.

No se puede menospreciar tampoco que la proclamación de la DUI afectaría también la unión social con España. Entre España y Cataluña hay, aparte de la unión política, una unión social, y no van necesariamente juntas. Un 70% de los catalanes se sienten también españoles en algún grado. La mitad de estos catalanes quieren un referéndum y casi un tercio votarían sí a la independencia. La ciudadanía catalana y la española están unidas por lazos familiares, culturales, históricos, económicos y sentimentales profundos que, debido en parte a la disociación anterior, ignoran barreras políticas y forman una unión social. Esta unión es un activo que los votantes catalanes, por supuesto también los independentistas, no quieren perder, y cualquier opción política debe celebrar y reforzar si quiere tener mayoría en Cataluña.

El día 1 de octubre el gobierno central golpeó como nunca antes había hecho nadie en las últimas décadas esta unión social con España, intentando crear una división interna que no encaja en el imaginario catalán ni existe en nuestra sociedad. El comportamiento de algunos medios de Madrid va en la misma dirección. Es un grave error. Pero la DUI, sobre todo por la falta de legitimidad democrática, impactaría negativamente en esta unión y, por primera vez, serían “los catalanes” los separadores.

Finalmente está el argumento de la superación del ‘statu quo’. Tras la sentencia del TC de julio de 2010 contra el nuevo Estatuto, muchos catalanes quieren un Estado a su favor y piensan que no es el actual (75%) y que habrían de construir uno nuevo (45%). Según las últimas encuestas, un 82% de los catalanes (y un 57% y un 49% de los votantes catalanes de Cs y el PP, respectivamente) creen que un referéndum es la mejor solución para resolver el conflicto. Y lo es: ganar por mayorías en votos da autoridad moral y por tanto poder. De nuevo, no es el caso de la DUI en las actuales circunstancias.

Veo la DUI como una trampa colosal, que satisface al independentismo más inflamado, los del “tenemos prisa”, pero que pone en un callejón sin salida al presidente, al movimiento que lidera y a todos los catalanes. También a la ciudadanía española. Es evidente que hay sectores afines al gobierno de España que buscan desde hace tiempo la DUI, porque es la excusa perfecta para intervenir en el meollo de la sociedad catalana, como es la educación, los medios de comunicación públicos y los Mossos. Esta evidencia ya nos debería hacer detenernos a pensar a todos, catalanes y españoles. Pero al mismo tiempo la DUI sería desobedecer no sólo al Estado, sino a Europa, que ya es el árbitro y ha pedido públicamente al presidente que no la haga, regalándole un salvavidas de un enorme valor. El presidente dejaría de ser el presidente de todos, y Cataluña perdería su autogobierno, me temo que por muchos años. Esta opción no sería un “paso adelante”, sino la evidencia de no saber parar cuando toca para hablar con firmeza.

No hay respuesta más firme que la no-violencia y la defensa de los derechos democráticos. Si el presidente elige conservar el autogobierno, se erigirá en el principal garante de la paz social y los derechos democráticos en Cataluña, y de la seguridad física y material de todos. Dirá que no puede admitir la violencia generada por el gobierno central con los hechos del día 1 de octubre y la posterior negación de la existencia de estos mismos hechos. Una violencia que puso en peligro la seguridad de los catalanes y la unión social con el resto de España. Y exigirá responsabilidades a todos los niveles. Expresará también su voluntad de proteger el autogobierno y las instituciones catalanas, hoy amenazadas. Y dejará claro que como líder de su opción política no renuncia a nada.

Cataluña pide una solución democrática. El 82% de los catalanes quieren votar. Y la sociedad española debe saber que cuando los cuerpos de seguridad españoles iban a realizar cargas violentas el 1 de octubre pasado, lo que se encontraban delante era gente que gritaba “somos gente pacífica, sólo queremos votar”. La responsabilidad no es sólo del presidente Puigdemont sino también del presidente Rajoy, que debería aplicarse la cita de Platón: “La civilización es la victoria de la persuasión sobre la fuerza”. Y la persuasión, la ausencia de violencia y la solución democrática facilitarían que pudiera dar una respuesta positiva y esperanzada a mi hijo mayor.