Cerco al castillo de Amaiur

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A mediados del año 1522, los ocupantes españoles habían completado casi totalmente la segunda conquista de Navarra, iniciada el año anterior tras el desastre de Noain. No obstante, el todopoderoso emperador Carlos I de España y V de Alemania tenía aún una espina clavada en su orgullo y en sus planes de conquista, puesto que el baztanés castillo de Amaiur seguía en manos navarras. Allí se habían encerrado algo menos de 200 navarros, sin esperanzas reales de recuperar el reino pero con el ánimo de aguantar, cuanto pudieran, la abrumadora superioridad del enemigo. Al frente de ellos y como alcaide del castillo se encontraba el experimentado capitán Jaime Belaz de Medrano, a quien acompañaba su hijo Luis, persona de extraordinario valor, según recogieron los propios cronistas españoles una vez conquistado el castillo. Se hallaba también allí al menos uno de los hermanos de San Francisco, Miguel de Xabier, así como Víctor y Luis de Mauleón. Éstos últimos, miembros de una antigua e importante familia beaumontesa, peleaban sin embargo en el bando legitimista, y habían perdido ya a dos de sus hermanos desde 1512, uno de ellos en la batalla de Noain y el otro en el cerco de Tordesillas. El resto de los defensores del castillo estaba formado por una amalgama de nobles, artesanos, clérigos y ciudadanos de a pie que difícilmente podrían ser adscritos a los bandos beaumontés o agramontés, y que eran más bien simples legitimistas.

Entre los días 4 y 5 de julio, un imponente ejército de asedio se puso en marcha desde Pamplona. Aunque los autores no se ponen de acuerdo sobre el número de soldados que lo componían, es seguro que estaba formado por miles de hombres, y llevaban además un tren de artillería de 16 cañones, capaz de reducir a escombros, en pocas horas, el viejo y medieval castillo de Amaiur. El día 6 de julio los españoles acamparon en Ostitz, y al día siguiente se encontraban en Lantz, dispuestos ya a iniciar el ascenso del puerto de Belate y entrar en el valle de Baztan. En Amaiur, mientras tanto, los navarros atrincherados recibían cartas de ánimo y apoyo de sus amigos y partidarios, como aquella enviada por el exiliado navarro Sancho de Yesa, en la que se refería a ellos diciéndoles “gentileshombres de nuestra nación y linaje, ganaréis tanta honra cuanto jamás nación ganó…”.


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