75 años del golpe militar

Iban Gorriti

75 años del golpe militar

Noticias de Navarra

 

Carlistas_plaza_castillo

Se cumplen mañana lunes 75 años de la sublevación militar que derivó en la Guerra Civil española. El golpe de Estado promovido por mandos del Ejército comenzó el día anterior, el 17 de julio de 1936, en el denominado Protectorado Español en Marruecos, concretamente en Melilla. Al día siguiente llegó a la península. Denominado por algunos, como «pronunciamiento», la sublevación rebelde dirigida contra el Gobierno legítimo de la Segunda República Española fue un fracaso y acabó en Guerra Civil. Una vez derrocado el Gobierno legítimo, el establecimiento del régimen franquista se mantuvo como poder totalitario hasta cuatro décadas después, 1975, año en el que murió el dictador Francisco Franco.

Desde meses antes de julio de 1936 -algunos historiadores apuntan que desde que el Frente Popular ganó las elecciones parlamentarias del 16 de febrero- el general exiliado en Portugal por un intento de golpe de Estado previo, José Sanjurjo, preparaba con media docena de generales y coroneles la sublevación. Unos investigadores colocaban al propio Sanjurjo -nacido en Pamplona- como figura visible al frente y otros apuntaban al general Emilio Mola. Estaban también en el grupo golpista Franco, Queipo de Llano o Cabanellas. Al final, fue Franco quien acabó autoproclamándose el 1 de octubre de 1936, en Burgos, jefe del Estado español, generalísimo de los ejércitos y tomó el título de caudillo.

Con el tiempo, la rumorología destacó la ambición de Franco, a quien se le ha llegado a señalar y relacionar con las muertes de Sanjurjo en un accidente de avioneta, escasos días después del intento de golpe de Estado; el de Mola en 1937 y un año más tarde, el de su propio hermano Ramón en un suceso sin aclarar.

A juicio de Juan Barceló, de AGE (Archivo de Guerra Civil y Exilio), la «primera intentona» de golpe de Estado estaba prevista para el mes de abril, pero por «enormemente aventurera» fue suspendida antes de que fuera conocida. A su parecer, hubo más intentos, pero los militares «no confiaban totalmente en los falangistas y carlistas».

En julio del 36, tras el asesinato del líder derechista José Calvo Sotelo, los golpistas precipitaron la rebelión. Francó voló al Marruecos español, Mola tomó Navarra y parte de Castilla, Queipo de Llano se hizo con Sevilla y Sanjurjo moría días después en el despegue de su avión en la localidad portuguesa de Cascais. Zaragoza y Galicia también cayeron en manos de los conspiradores. En Madrid y Barcelona, los civiles y militares leales a la República trataron de controlar la situación; en Euskadi, Asturias y Valencia poco pudieron hacer los autoproclamados como nacionales. Con todo ello: el golpe había fracasado, pero estallaría la guerra y tras ella 40 años de dictadura franquista.

En Euskadi, aquel julio era puramente estival y el licenciado en Historia Iñaki Goiogana ilustra que en Madrid se estaba discutiendo el proyecto de Estatuto de autonomía que, «por fin, iba a procurar parte del autogobierno anhelado».

Goiogana agrega que Fortunato Agirre, el alcalde de Estella-Lizarra, denunció -al igual que diversos elementos frentepopulistas navarros-, que el general Mola se reunía en Iratxe con los tradicionalistas para ir contra la República. Al mismo tiempo, los periódicos «más retrógrados» -califica- de la derecha ultramontana como El Siglo Futuro -publicación, que, curiosamente, propugnaba el retorno a siglos muy pasados-, imprimía en sus páginas fotografías del requeté vasco-navarro haciendo ejercicios militares en Urkiola (Abadiño), «pero nada de esto hizo variar la confianza que el Gobierno tenía en sus fuerzas de seguridad y armadas», analiza este técnico del Archivo Histórico del Nacionalismo de Sabino Arana Fundazioa.

Con el estado de guerra, las potencias internacionales fueron posicionándose. Italia, Alemania y Portugal enviaron armamento y hombres a África en apoyo de Franco, «único general al que sus colaboradores civiles le habían organizado relaciones directa con estos regímenes», valora Barceló.

El 25 de julio había ya aviones y pilotos italianos en Sevilla y ese mismo día, los enviados por Franco a la Alemania nazi fueron recibidos personalmente por Hitler, que encargó a Goering la ayuda al general español. Se estima que en unos meses pisaron el Estado alrededor de 140.000 soldados italianos y 26.000 alemanes; alrededor de 100.000 soldados profesionales marroquíes y miles de legionarios durante los tres años de Guerra Civil.

Gran Bretaña se proclamó neutral, algunos historiadores estiman que por sus intereses bancarios y financieros -por ejemplo, minas- sobre suelo español. Francia «se plegó a los intereses británicos, y se mostró temerosa de su vecina, la Alemania nazi», agregan. Solo la URSS y México se mantuvieron fieles al gobierno de la Segunda República. Así, desde octubre del 36, la ayuda soviética se materializó en armas, municiones, aviones, tanques e instructores.

El pueblo también respondió: obreros y campesinos exigieron armas al Gobierno y salieron de sus casas a defender las libertades ganadas en los comicios. Lo hicieron socialistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas vascos y catalanes… Los sindicatos también se echaron a la calle. Aún así, eran pocas tropas -e irrisorio armamento-, en comparación con los fracasados golpistas y sus apoyos internacionales.

El mismo 18 de julio de 1936 comenzó la masacre cuando los golpistas fusilaron en Melilla al pamplonés Virgilio Leret, militar defensor de la República por no querer unirse a la sublevación. A juicio del profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de León Javier Rodríguez, el régimen franquista estuvo entre los más represivos, fuesen democráticos, autoritarios o totalitarios, de la Europa del período de entreguerras y fue, «de hecho, el más asesino en tiempo de paz de todos ellos». Según su estudio Las victimas de la guerra civil en el espacio público. De la invisibilidad a la omnipresencia, Franco se valió de una guerra civil, prologada de una sangrienta fase de golpe de Estado, que sumaron, entre las filas vencidas, una cifra «altísima de represaliados, sumando asesinatos extrajudiciales, represión legal», prisión política, internamiento en campos de concentración, trabajo forzoso, exilio o depuraciones, bases de un solidísimo sistema de exclusión social.

Sublevación del 18 de julio 75 años del golpe franquista

Efemérides de una infamia

Iban Gorriti

Deia

 

Se cumplen 75 años de la sublevación militar que acabó en Guerra Civil española y dictadura franquista

La rebelión comenzó un día antes en el entonces Protectorado Español en Marruecos

 

EL próximo lunes se cumplirán 75 años de la sublevación militar que derivó en la Guerra Civil española. El golpe de Estado promovido por mandos del ejército comenzó el día anterior, el 17 de julio de 1936, en el denominado Protectorado Español en Marruecos, concretamente enMelilla. Al día siguiente llegó a la península. Denominado por algunos, como «pronunciamiento», la sublevación rebelde dirigida contra el Gobierno legítimo de la Segunda República Española fue un fracaso, por lo que acabó en Guerra Civil. Una vez derrocado el Gobierno legítimo, el establecimiento del régimen franquista se mantuvo como poder totalitario hasta cuatro décadas después, 1975, año en el que murió el dictador Francisco Franco.

Desde meses antes de julio de 1936, algunos historiadores apuntan que desde que el Frente Popular ganó las elecciones parlamentarias del 16 de febrero, el general exiliado en Portugal por un intento de golpe de estado previo, Sanjurjo, preparaba con media docena de generales y coroneles la sublevación. Unos investigadores colocaban al propio Sanjurjo -nacido en Iruñea- como figura visible al frente y otros apuntaban al general Mola. Estaban también en el grupo golpista Franco, Queipo de Llanos o Cabanella. Al final, fue Franco quien acabó autoproclamándose el 1 de octubre de 1936, en Burgos, jefe del Estado español, generalísimo de los ejércitos y tomó el título de caudillo.

Con el tiempo, la rumorología destacó la ambición de Franco, a quien se le ha llegado a señalar y relacionar con las muertes de Sanjurjo en un accidente de avioneta, escasos días después del intento de golpe de Estado; el de Mola en 1937 y un año más tarde, el de su propio hermano, Ramón, en un suceso sin aclarar.

A juicio de Juan Barceló, de AGE (Archivo de Guerra Civil y Exilio), la «primera intentona» de golpe de estado estaba prevista para el mes de abril, pero por «enormemente aventurera» fue suspendida antes de que fuera conocida. A su parecer, hubo más intentos, pero los militares «no confiaban totalmente en los falangistas y carlistas».

Calvo Sotelo En julio del 36, tras el asesinato del líder derechista José Calvo Sotelo, los golpistas precipitaron la rebelión. Francó voló al Marruecos español, Mola tomó Nafarroa y parte de Castilla, Queipo de Llanos se hizo con Sevilla y Sanjurjo moría días después en el despegue de su avión en la localidad portuguesa de Cascais. Zaragoza y Galicia también cayeron en manos de los conspiradores. En Madrid y Barcelona, los civiles y militares leales a la República trataron de controlar la situación; en Euskadi, Asturias y Valencia poco pudieron hacer los autoproclamados como nacionales. Con todo ello: el golpe había fracasado, pero estallaría la guerra y tras ella 40 años de dictadura franquista.

En Euskadi, aquel julio era puramente estival y el licenciado en Historia Iñaki Goiogana ilustra que en Madrid se estaba discutiendo el proyecto de Estatuto de autonomía que, «por fin, iba a procurar parte del autogobierno anhelado».

Goiogana agrega que Fortunato Agirre, el alcalde de Lizarra, denunció -al igual que diversos elementos frentepopulistas navarros-, que el general Mola se reunía en Iratxe con los tradicionalistas para ir contra la República. Al mismo tiempo, los periódicos «más retrógrados» -califica- de la derecha ultramontana como El Siglo Futuro -publicación, que, curiosamente, propugnaba el retorno a siglos muy pasados-, imprimía en sus páginas fotografías del requeté vasco-navarro haciendo ejercicios militares en Urkiola (Abadiño), «pero nada de esto hizo variar la confianza que el Gobierno tenía en sus fuerzas de seguridad y armadas», analiza este técnico del Archivo Histórico del Nacionalismo de Sabino Arana Fundazioa.

Las potencias Con el estado de guerra, las potencias internacionales fueron posicionándose. Italia, Alemania y Portugal enviaron armamento y hombres a África en apoyo de Franco, «único general al que sus colaboradores civiles le habían organizado relaciones directa con estos regímenes», valora Barceló.

El 25 de julio había ya aviones y pilotos italianos en Sevilla y ese mismo día, los enviados por Franco a la Alemania nazi fueron recibidos personalmente por Hitler, que encargó a Goering la ayuda al general español. Se estima que en unos meses pisaron el Estado alrededor de 140.000 soldados italianos y 26.000 alemanes; alrededor de 100.000 soldados profesionales marroquíes y miles de legionarios durante los tres años de Guerra Civil.

Gran Bretaña se proclamó neutral, algunos historiadores estiman que por sus intereses bancarios y financieros -por ejemplo, minas- sobre suelo español. Francia «se plegó a los intereses británicos, y se mostró temerosa de su vecina, la Alemania nazi», agregan. Solo la URSS y México se mantuvieron fieles al gobierno de la Segunda República. Así, desde octubre del 36 la ayuda soviética se materializó en armas, municiones, aviones, tanques e instructores.

El pueblo también respondió: obreros y campesinos exigieron armas al Gobierno y salieron de sus casas a defender las libertades ganadas en los comicios. Lo hicieron socialistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas vascos y catalanes… Los sindicatos también se echaron a la calle. Aún así, eran pocas tropas -e irrisorio armamento-, en comparación con los fracasados golpistas y sus apoyos internacionales.

El mismo 18 de julio de 1936 comenzó la masacre cuando los golpistas fusilaron en Melilla al pamplonés Virgilio Leret, militar defensor de la República por no querer unirse a la sublevación. A juicio, del profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de León, Javier Rodríguez, el régimen franquista estuvo entre los más represivos, fuesen democráticos, autoritarios o totalitarios, de la Europa del período de entreguerras y fue, «de hecho, el más asesino en tiempo de paz de todos ellos». Según su estudio Las victimas de la guerra civil en el espacio público. De la invisibilidad a la omnipresencia, Franco se valió de una guerra civil, prologada de una sangrienta fase de golpe de Estado, que sumaron, entre las filas vencidas, una cifra «altísima de represaliados, sumando asesinatos extrajudiciales, represión legal», prisión política, internamiento en campos de concentración, trabajo forzoso, exilio o depuraciones, bases de un solidísimo sistema de exclusión social.

 

Carlota Leret O’neill

Hija del primer fusilado del golpe de Estado de julio de 1936

Iban Gorriti

75 años del golpe franquista

Deia

«La herencia franquista amenaza con otra cruzada»

El primer fusilado del golpe militar de julio del 36 era de Iruñea. Ocurrió hoy hace 75 años en Melilla. Virgilio Leret Ruiz fue un militar que en cuatro intentos de sublevación luchó por la democracia republicana, lo que le costó dolor y cárcel. Carlota Leret O’Neill es su hija menor

Hoy es un día triste para Carlota Leret O’Neill, quien tuvo que exiliarse a Venezuela desde que los golpistas dictaron matar a su padre. Pese a advertir de que «nos amenazan con una tercera cruzada», defiende el lema de aquel navarro: «Aurrera, beti aurrera!».

¿Qué ocurrió aquel 17 de julio de 1936?

Era el jefe de las Fuerzas Aéreas de la Zona Oriental de África y tenía su sede en Melilla. El 17 de julio de 1936, a las cinco de la tarde, fuerzas indígenas, comandadas por oficiales españoles, asaltaron la base. La posición ideológica, constitucionalista, de Virgilio Leret era conocida y, por lo tanto, para los golpistas esa era una de las posiciones militares que debían dominar. Además, por su ubicación, era un obstáculo para su paso hacia Melilla. Cuando a mi padre y sus compañeros se les acabaron las municiones, se vieron obligados a capitular.

Era un republicano convencido: sufrió expedientes y juicios por negarse a apoyar la sublevación de Ramón Franco en Cuatro Vientos, la ‘Sanjurjada’, el bienio negro y el golpe militar de Melilla, donde le mataron.

Siguiendo las instrucciones de Mola, todo elemento de izquierdas, que era lo mismo que decir toda persona de ideas progresistas, debía ser eliminado. Al amanecer del día 18, el capitán Leret fue fusilado en la base del Atalayón por un pelotón que los militares golpistas formaron con sus propios subordinados: estaba semidesnudo y tenía un brazo roto. Mi madre, mi hermana y yo, estábamos a trescientos metros, ignorando que nos quedábamos huérfanas. Su cuerpo lo montaron en un camión y lo llevaron hasta un sitio desconocido.

Leret era famoso por inventar un motor a reacción pionero.

Diseñó un motor a reacción, original y revolucionario para su época, al que denominó Mototurbocompresor de Reacción Continua, cuyos planos finales están firmados en el Castillo del Hacho (Ceuta) en enero de 1935, lugar donde estaba confinado a cumplir una pena de dos meses y un día por reclamar el incumplimiento del Decreto que prohibía hablar de política a los militares. Este invento fue patentado en el Registro de la Propiedad Industrial de Madrid, el 28 de marzo de 1935, bajo el número 137729.

Era de Iruñea. Le recuerda con un sentimiento navarro muy arraigado…

Nació en Pamplona y vivió en Pamplona; se educó en Pamplona hasta que cumplió los 15 años, cuando entró en la Escuela Militar de Toledo. De allí, de Pamplona, eran sus recuerdos de niño y de adolescente; esa fue su tierra natal, que impregnó su identidad. En ningún otro lugar de España o Marruecos permaneció tanto tiempo.

Hablaba castellano, árabe y francés. ¿Decía algo en euskera?

«Aurrera, beti aurrera». Estas palabras están escritas al final de unas reflexiones filosóficas-políticas que hizo en una hoja manuscrita y que conservo conmigo. Además, tocaba el violín y escribió libros con el seudónimo del Caballero del Azul.

Le fusilaron con 33 años. Usted suele visitar el cementerio de Melilla, donde no está. ¿Qué siente allí?

Mi madre, la escritora Carlota O’Neill, quien después de dos consejos de guerra estuvo presa casi cinco años en el penal de Victoria Grande de Melilla, mi hermana y yo nos habíamos prometido no volver jamás a Melilla. En 2000 se dieron unas circunstancias que me indicaron que todo aquello que se había dicho sobre la muerte de mi padre era falso. Ese año regresé y he vuelto en busca de verdad. Lloré ante el osario militar, donde supuestamente estarían los restos de mi padre. Pero nunca estuvieron allí. No sabemos qué hicieron con su cuerpo.

Melilla le revuelve…

Para mí, Melilla es el museo del horror, con sus monumentos a los golpistas, los nombres de sus calles que recuerdan a los falangistas, y todo aquello que sigue igual a como estaba cuando murió Franco. Lo único que han hecho, en estos años de supuesta democracia, es destruir o dejar que se pierdan los lugares donde sufrieron torturas, dolor y muerte aquellos hombres y mujeres que fueron perseguidos por sus ideas democráticas.

Tuvieron que exiliarse. ¿Cómo fue aquel viaje a Venezuela?

Fue un capítulo más de nuestra azarosa y desgraciada vida. Lleno de dificultades y, a la vez, de situaciones prodigiosas. No sentí ninguna nostalgia al ver cómo nos adentrábamos en el mar y la tierra española se alejaba, sentí el aire de la libertad, a pesar de que todavía no sabíamos si podríamos entrar en Venezuela, debido al pasado rojo de mi madre.

¿Cómo vivirá el 18 de julio (hoy)?

Con tristeza. Un día triste. Viendo cómo en España aún subsisten y crecen todas aquellas ideologías nazi-falangistas, exterminadas en Europa en 1945; las mismas que fueron la base de la dictadura de Franco hasta 1975. En España todas esas ideologías, muy hábilmente, se escondieron detrás del juego de la democracia, pero hoy, vuelven a revivir y nos amenazan con una tercera cruzada.

 

Fernando Cardero

La conspiración de los capitanes

Deia

 

Mandos militares del norte de España idearon la conjura, pero Emilio Mola estuvo en el epicentro

SE sospechaba que las fuerzas de izquierdas, constituirían un pacto electoral para tomar parte en las elecciones a Cortes del mes de febrero. Tres capitanes, Gerardo Díez de la Lastra, Manuel Vicario Alonso y Carlos Moscoso de Prado, destinados en el Regimiento de Infantería América de Iruñea, ordenaron a los mandos inferiores a que tuvieran a punto y dispuestas las máquinas de las compañías ante esta posibilidad. Es entonces cuando comienzan a elaborar planes sobre una futura rebelión contra el sistema de gobierno que pudiera salir de las urnas, importado del extranjero y contrario a los sentimientos y principios del pueblo español.

Comienzan la conjura en la clandestinidad, contactando con varios capitanes, en Bilbao, con Ramos; en Burgos, con Murga; en Zaragoza, con Mediavilla; en Logroño, con Navarro; en Gasteiz, con Castillo; en Barcelona, con López Varela; en Madrid, con Lozano; en Sevilla, con Vara del Rey; y en Málaga, con Huellín. Un rumor comienza a oírse en las salas de banderas de los cuarteles «se está propiciando una conspiración contra el régimen, auspiciada por tres capitanes de la guarnición de Pamplona».

El día 8 de febrero de 1936 se dan cita en el Restaurante Cuevas de Iruñea los capitanes iniciadores de la idea junto con los tenientes Cortazar, Dapena, Mayoral y el alférez Múñoz, todos deseosos de participar, si el Frente Popular ganaba las elecciones.

El capitán Lastra dio cuenta de las reuniones mantenidas y, en las mismas, le encargan que mantenga contactos con requetés y que busque una persona idónea para ponerse al frente de la conspiración. Hasta dar con ella, el teniente coronel Alejandro Utrilla, militar de más alta graduación y jefe carlista en Nafarroa, sería el elegido.

El 17 de febrero, los conjurados se reúnen en la Ciudadela. Lastra informa que las noticias no son halagüeñas, porque no todos los contactos militares mantenidos eran de fiar y propone al grupo reunirse con los mandos carlistas y falangistas de Navarra para activar la preparación y la adquisición de armas. En función de los resultados que se obtengan se tomaría la decisión de continuar o de dejar en suspenso la aventura.

En marzo reciben una grata noticia. El jefe de la media Brigada, el coronel Puigdengolas, y que no era proclive a la conjura, iba a ser relevado del mando. Para sustituirle nombran al coronel Francisco García Escámez. Los conjurados consideran al coronel su jefe directo. Así le plantearon la cuestión y su decisión fue favorable a la conjura.

El general Varela, en una visita a Iruñea, se reúne con Lastra y le comunica que el general Mola va hacerse cargo de la Brigada y del Gobierno Militar. El día 14 de marzo llega a la capital navarra, acompañado de su fiel ayudante Emiliano Fernández Cordón, su esposa y cuatro hijos.

Mola, a los dos días de su llegada, se reúne con el capitán Lastra y le comenta que en Madrid no ha gustado la protesta de Iruñea. Los capitanes están inquietos porque Mola no parece el general que motivó su desacuerdo con las medidas del gobierno ni quien había caracterizado al socialismo y al separatismo como enfermedades. Tampoco parece la persona que dijo: «Hay que confiar en que antes de que se produzca una situación irreparable, Dios o el Diablo nos deparen un gobierno enérgico capaz de meternos a todos en cintura y echar los cimientos de la nueva España».

Su incertidumbre en la implicación directa motiva que los conjurados se reúnan en el domicilio del capitán Moscoso, en el edificio de los pabellones militares de la calle General Chinchilla nº 14. Acuden a la cita por la ciudad de Burgos, el comandante Porto y los capitanes Fernández y Murga; por Logroño, los capitanes Bellot y Chacón; de Bilbao se desplazó el capitán Ramos; de Donostia, el teniente Leoz; los representantes de Lizarra delegaron su voto en los oficiales de Iruñea. Los reunidos acuerdan designar cabeza rectora de la conjura al general Mola, mandatar a Lastra para comunicárselo y darle a conocer los nombres de los implicados. Mola, después de pensarlo unos días, el 19 de abril acepta convertirse en el Director.

Los conjurados, ante la pasividad que mostraba Mola, le piden explicaciones y el 29 de mayo el teniente coronel Fernández Cordón comunica a Lastra que Mola debía de emplear todo su tacto e inteligencia para evitar que los nervios e impulsos anticipados dieran al traste tan importante labor. Los conjurados siguen disconformes con su actitud y, a través del general González Lara, le insisten en que debe adelantar los acontecimientos y provocar el alzamiento inmediato, pero Mola no estaba por la labor y envío al general el siguiente telegrama: «Imposible colocar quesos de Burgos; en Pamplona no gustan».

El día 21 de junio, el general Cabanellas viaja a Iruñea y solicita entrevistarse con Mola. La reunión tiene lugar en el domicilio de Javier Aguado, en el nº 20 de la avenida Carlos III. Los dos militares repasan la situación: mal en Madrid, mal en Cataluña, bien en Burgos, bien en Valladolid, dispar en Guipúzcoa, en Bilbao manda el Frente Popular. Después de las visitas realizadas a distintos acuartelamientos, contaban con 32 capitanes y sus correspondientes compañías. Todos dispuestos a levantarse contra el gobierno del Frente Popular.

El 28 de junio, Mola se mostraba inquieto. Las noticias recibidas no presagiaban nada bueno. Se esperaba la llegada del Director de Seguridad, Alonso Mallot y su policía; ante el temor de ser arrestado, se prepararon dos coches para trasladar al general a la frontera. El director general se entrevistó con el gobernador civil, Menor Poblador, y marchó a Madrid sin aparecer por el Gobierno Militar. ¿Qué sucedió en la entrevista? ¿Por qué no se detuvo a los conjurados?

El 14 de julio todo estaba a punto, hasta los nombres de los militares que debían mandar las tropas, que se dirigirían a la conquista de Madrid, al mando del coronel García Escámez: los tenientes coroneles, Galindo, Lladeta e Isabe García; los comandantes Alfredo Sotelo y Julio Pérez Salas; cinco capitanes del Regimiento América: Lastra (Gerardo), Moscoso, Alós, Navarro y Vicario; y cinco del Regimiento Simancas: Villas, Lastra (Gonzalo), Martín Rubio, Villa y Vizcaíno.

En los cuarteles de Iruñea todo estaba preparado para las 14 horas del día 19 de julio de 1936. Las órdenes decían: Se harán cargo de las cuatro compañías que marcharan sobre Madrid los capitanes Díez de la Lastra, Vicario, Moscoso y el requeté del tercio que se incorpora al Ejército con el nombre de Tercio del Rey, el capitán Jaime del Burgo, acompañados de tres capellanes y dos médicos.

En Iruñea, las calles y plazas estaban desiertas, faltaba menos de una hora para que una compañía del Ejército saliese a la calle y declarase el estado de Guerra.

«Don Emilio Mola Vidal, general de Brigada y jefe de las fuerzas armadas de Navarra, hago saber: Vacilar un momento más, sería un crimen. España, presa de la más espantosa anarquía, se desangra y muere. Vulnerada la Constitución, negados los más elementales derechos de la ciudadanía, comenzando por la vida, entregados los pueblos y ciudades al dominio de los pistoleros, España ofrece hoy un espectáculo de miseria, sangre y dolores que jamás haya registrado su historia. El Ejército y la Marina, fieles a la consigna de derramar su sangre por la Patria, extienden hoy su brazo armado para detener a España al borde del abismo.

Ordeno y Mando

Queda declarado el estado de Guerra».

¿Qué les deparó el destino a los capitanes conjurados? Algunos murieron en el campo de batalla, otros ascendieron y vivieron a expensas del régimen franquista.

 

E. Majuelo Gil

La ‘navarridad’ facciosa

Deia

 

Escritores legitimadores como Del Burgo, Iribarren, Maíz y Lizarza edulcoraron sus libros tiñendo la feroz represión en Nafarroa bajo el barniz de la legitimación

LA sorprendente concatenación de las declaraciones de guerra de las potencias mundiales en julio-agosto de 1914 vino acompañada de una atmósfera de éxtasis popular sujeta al deber que cada ejército debía presuntamente cumplir en los campos de batalla. El inicio de aquella guerra estuvo marcado por grandes manifestaciones de júbilo de apoyo a los soldados y voluntarios que desde Berlín, París, Petrogrado o Viena marchaban al frente de combate. Muy pocas semanas después, aquella soñada guerra «justa» puso las cosas en su sitio cuando en la retaguardia se hicieron frecuentes las dramáticas escenas que protagonizaron miles y miles de tullidos y heridos que volvían de los campos de batalla; el número de cadáveres, desaparecidos y prisioneros, pronto se contaron por decenas de miles; las dimensiones de aquella catástrofe fueron inimaginables pero rebajaron en seco el tono animoso con el que parisinos, moscovitas, berlineses o londinenses habían despedido pocos días antes a sus jóvenes combatientes en las estaciones de ferrocarril. Después de la inmensa carnicería humana producida entre 1914 y 1918, con la desaparición de una completa generación de jóvenes de los países contendientes, fue difícil imaginar nuevos inicios de guerras épicas con exhortaciones eficaces para el enrolamiento y su perduración en el tiempo. La Guerra Civil española no fue una excepción: del entusiasmo de las milicias y voluntarios sumados a favor o en contra de la rebelión a la percepción de que se entraba en una guerra sucia, no hubo sino un tramo cronológico que va del inicio del golpe de Estado a su casi inmediato fracaso con el consecuente correlato, animado por la irresponsabilidad criminal de los generales Mola y Franco, del comienzo de una guerra larga, dura e imprevisible.

Es hora, por ello, de rebajar el todavía perceptible relato del inicio de la Guerra Civil en Nafarroa que algunos de sus protagonistas, en el bando insurgente como no podía ser menos, retrataron en términos resplandecientes, en los que se mezclan altas dosis de idealismo y voluntarismo sin dejar resquicio alguno a la cruda realidad que se impuso muy poco después del golpe de Estado de julio de 1936. Imaginando comportamientos colectivos ungidos de destino histórico olvidaron de narrar la confrontación de clases sociales que está en el núcleo de la guerra civil; obviaron cuestiones tan evidentes como que la guerra no fue corta como habían previsto sino que tuvo un desarrollo cronológico azaroso; no explicaron cómo la república y su gobierno que ellos tildaron de corruptos pudieron desplegar una resistencia inesperada y encarnizada; sumidos en su ideología supramaterial no fueron capaces de ver la dimensión dramática y humana que la guerra había iniciado con su secuela interminable de muertos y destrucción.

Estos sorpresivos olvidos ponen bajo sospecha la capacidad de explicación de esos relatos que configuran la visión franquista -católico conservadora, falangista, carlista, militar insurgente- elaborada en Nafarroa sobre lo sucedido tras julio de 1936. La Nafarroa soñada por José María Iribarren, Antonio Lizarza, Félix Maíz o Jaime del Burgo en sus libros queda fuera de los relatos de la historia crítica para ser reducida a textos de parte, legitimadores de la situación creada por el triunfante bando faccioso. Sus escritos están teñidos de un tufillo épico con el que legitimaron el golpe de Estado y la dictadura franquista. La realidad, sin embargo, tuvo otros registros más prosaicos: nada de heroico tuvo el despliegue de la represión ejercitado por guardias civiles, requetés, falangistas y otros matones en los pueblos de Nafarroa; ningún motivo de orgullo debía adjudicarse a quien ejecutó por la espalda y a quemarropa al comandante Rodríguez Medel en la tarde del sábado 18 de julio; las sacas y asesinatos, en dantesca y larga composición nocturna, fueron conocidos por los vecinos de los masacrados de manera indefensa sin que nada de esto aparezca en los libros que, por lo general, fueron escritos en pleno disfrute del régimen franquista cuando, sin enemigos interiores ni exteriores, no era momento de recordar a sus seguidores el lado tenebroso de la construcción de la dictadura sino las beneficiosas consecuencias de la victoria.

El aporte de los partidos carlista y falangista al conjunto de los movilizados contra la República es indiscutible. A partir de aquí conviene precisar algunas cuestiones: que la movilización fuera espontánea nadie lo puede mantener cuando a Mola se le ofrecieron a finales del otoño de 1935 un conjunto de 7.500 boinas rojas carlistas, esto es, toda una amplia organización encuadrada en organizaciones paramilitares, entrenadas meses antes del estallido de la guerra bajo la organización de sus mandos políticos, instructores bélicos y el apoyo del clero carlista; el número global de voluntarios insurgentes durante las primeras semanas exige más de una aclaración respecto a su procedencia geográfica; el relato de testigos de los hechos habla del miedo que la población iruindarra manifestó en los momentos de la proclamación de la guerra, los balcones estaban cerrados y el júbilo no se haría expresivo hasta el control militar de la situación; ni siquiera esa idea tan difundida del férreo dominio de la situación por parte del general Mola se compadece con la realidad pues hubo personas de izquierdas que huyeron al mediodía del 19 de julio en tren a Zaragoza.

Teñido de glorioso

Que hubo muchos miles de navarros que fueron reclutados para marchar a Iruñea y de ahí al frente nadie lo pone en duda. Pero entre ellos se contaron cientos de republicanos que no pudieron escapar de inmediato y tuvieron que hacer la guerra, cuando no desertaron, en el bando contrario al de su ideario. Otros cientos pudieron llegar a la zona leal del frente norte al residir justo en la muga entre las zonas de influencia de los contendientes. Muchos otros no tuvieron tanta suerte, como la masa de huidos que vagó por los montes de Yerga y la sierra del Moncayo hasta que fueron hechos prisioneros, y, como ya se ha escrito en ocasiones, más de tres mil republicanos fueron masacrados en las cunetas.

El relato de los inicios de la guerra elaborada por esos escritores antirrepublicanos, más que al esclarecimiento de las cuestiones arriba mencionadas apelaba a su justificación. Tiñeron de glorioso todo lo que encajaba en su ideario y dejaron de lado los aspectos no presentables de su acción, regando de sangre los campos navarros a cargo de asesinos bendecidos por un buen número de clérigos que se implicaron en esos actos. Sus benefactores quedaron agradecidos ante un futuro edulcorado tras el exterminio de su enemigo de clase.

El público vienés o parisino muy pronto había deplorado los traumas causados por la guerra europea. También en la guerra española los desgarros espirituales por la pérdida de los seres queridos, ya en el frente ya en la retaguardia franquista, fueron clamorosos. Ese grupo de escritores navarros, sin embargo, cuando se enfrentaron a una situación similar a la de sus homónimos europeos respondieron en sus escritos mirándose al ombligo de sus ideas por las que el derribo de la república y la desaparición de los republicanos eran el coste a pagar para la invención de su Nafarroa mistificada y heroica. La sensiblería ñoña que puebla sus libros se construyó con los huesos de sus vecinos asesinados.