Euskera y paleosardo, ¿parientes cercanos?

HAN corrido ríos de tinta acerca de los supuestos parientes del euskera. Durante siglos la mayoría de los estudiosos consideraron que la lengua ibérica y la vasca eran la misma cosa, que el euskera era el reducto de la lengua que se habló en parte de la península ibérica y del sur de Francia. Pero cuando en la primera mitad del siglo XX se descifró el alfabeto ibérico y se pudieron leer, con muchas inseguridades, textos ibéricos se comprobó que dicha lengua no se dejaba interpretar fácilmente por medio del euskera, a pesar de la existencia de bastantes afinidades léxicas y morfológicas. Hoy en día la cuestión sigue viva, aunque es opinión bastante generalizada que no pertenecen a la misma familia lingüística.

También se ha creído desde antaño en la relación con algunas lenguas caucásicas, pero los numerosos estudios comparativos realizados hacen pensar en un parentesco muy lejano. Asimismo, el amazig, el etrusco, algunas lenguas siberianas y asiáticas, incluso amerindias, han sido objeto de estudio por parte de diversos lingüistas. Los resultados llevan a creer que el euskera no ha sido siempre una isla, que estuvo emparentado en épocas remotas con lenguas que todavía perviven en el mundo, pero que las semejanzas son pequeñas hoy en día. Actualmente existe cierto consenso entre los lingüistas en considerar que no se ha identificado con claridad, ni entre las lenguas vivas ni las muertas, ningún pariente cercano.

Pero la sorpresa ha saltado de donde nadie se lo esperaba, de la isla mediterránea de Cerdeña. El lingüista catalán Eduardo Blasco Ferrer, profesor de la Universidad de Cagliari e investigador de amplio currículum, publicó el pasado otoño un libro titulado Paleosardo, le radici linguistiche de la Sardegna neolítica. Una obra que podría marcar un antes y después en las investigaciones sobre el paleosardo y que podría tener también una influencia importante en los estudios sobre la historia del euskera. No hay que olvidar que la isla nunca fue ocupada por pueblos de estirpe indoeuropea hasta la llegada de los romanos.

Cuando una lengua desaparece sin dejar textos escritos, la toponimia es casi la única fuente para estudiar la misma. Los sardos han sido conscientes desde hace mucho de que poseían una toponimia singular. En pocos lugares del mundo se habrán efectuado recopilaciones tan meticulosas de toponimia menor y se habrán publicado tantas obras sobre la materia. Existe una base de datos en Internet que ya la quisiéramos nosotros y que nos debería llevar al sonrojo.

En la toponimia sarda los nombres provenientes del latín o del romance son mayoría relativa; también son numerosos los de origen fenicio-púnico, no en vano los cartagineses dominaron la isla durante dos o tres siglos. Pero infinidad de topónimos, tanto mayores como menores, no son interpretables por esas lenguas, y los lingüistas que los han estudiado los han solido relacionar con etrusco, ibérico, líbico-berebere o lidio, e incluso con babilónico o acadio. También algunos pocos nombres, por ejemplo los que contienen ur, con euskera.

Blasco Ferrer nos avisa ya en el prólogo de la necesidad de la interdisciplinariedad al afrontar materias como esta: «Un requisito fundamental de las modernas investigaciones paleolingüísticas es la interdisciplinariedad de las aproximaciones a la lengua objeto de estudio; el glotólogo de oficio que trabaja sobre un sustrato lingüístico debe de saber adentrarse en áreas contiguas a su disciplina, como la Historia, la Arqueología y cada vez más la Genética molecular». El autor ha predicado con el ejemplo en su obra.

A falta de espacio, resumiríamos así la tesis del lingüista catalán: hubo una migración desde el área vasca en el mesolítico (8.000-5.000 a.C.) que pobló la isla. Seguramente hubo también flujos posteriores. Los estudios de genética sobre el ADN mitocondrial han revelado que el aplogrupo V, originario del área vasco-cantábrica, es altísimo en la región central. La lengua llevada por los colonizadores, denominada paleosardo por los lingüistas, fue la que se habló durante todo el Neolítico y el Bronce en la isla, y sobrevivió varios siglos a la dominación romana en la región central llamada por los conquistadores Barbaria, que aún hoy conserva dicho nombre. Se cree que el paleosardo se extinguió hacia los siglos III-IV d.C. o, incluso más tarde, en dicha zona. En algunas partes de esta área, la densidad de topónimos prerromanos supera el 40 %.

Habiendo realizado el autor un minucioso estudio de la toponimia, y confrontado metódicamente los sitios geográficos con sus nombres, ha dado con numerosas raíces vascas. Por citar algunas: (h)aran, ardi, baso, berri, bide, ertz, goni (goi), gorri, iri, istil, iz, lats, lur, mando, on, orri, (h)osto, (h)otz, (h)obi, (i)turri, ur, zuri. Entre los nombres de población encontramos: Aritzo, Ardaule, Asuni, Goni, Loiri, Luras, Olzai, Orgósolo, Ortueri, Osini, Turri, Ulassai, Uras, Uri, Urzulei… Y en la toponimia menor se pueden contar por miles los que poseen raíz vasca. A la luz de la toponimia, el paleosardo sería una lengua aglutinante, como el euskera.

El autor avisa que estamos en el inicio de una investigación que requerirá la colaboración de muchos. Es de justicia dar las gracias al lingüista catalán por haber abierto una vía de estudio tan apasionante.

Publicado por Noticias de Alava-k argitaratua