La bandera de Navarra

En 1910, el entonces Gobierno de Navarra, la Diputación Foral, estableció el diseño de los símbolos de una provincia que había sido un reino, un Estado. En enero, el escudo y en julio, la bandera. Era un tiempo en que Navarra buscaba sus propios símbolos. No era ajeno a ello el decreto del Gobierno español aprobado dos años antes, que obligaba a que tanto en el Palacio de Diputación como en los ayuntamientos ondeara la bandera española los días de fiesta nacional.

Banderas rojas

No cabe duda de que el diseño oficial de la bandera de Navarra, en su impulso y materialización, fue fruto del navarrismo vasquista que entonces compartían todas las fuerzas conservadoras de la provincia. También aquella Diputación de mayoría carlista que, tras el asesoramiento de tres intelectuales navarros, estableció que sería de paño rojo con el escudo recién aprobado en el centro.

Es cierto que había una tradición del uso de banderas rojas desde el siglo XVI. En 1512, las tropas navarras que trataban de recuperar una Pamplona ocupada por el Duque de Alba, enarbolaban una bandera colorada con ciertas bandas de oro. En 1515, las milicias de Tudela, Valtierra y Arguedas que atacaron Alfaro portaban una bandera roja. Y en 1558, la compañía pamplonesa que había tomado parte en la operación de castigo contra San Juan de Luz también llevaba una bandera colorada, sembrada en ella cadenas y una corona doradas. Había antecedentes. Siempre queda la duda, no obstante, de con qué valor simbólico se enarbolaron, si en representación del rey, del reino, de la milicia local o simplemente como bandera de guerra.

Sin embargo, las referencias al uso de banderas rojas por tropas navarras movilizadas por el reino parecen desaparecer en los siglos siguientes: socorro de Hondarribia, guerras de Catalunya y Portugal, de Sucesión española, contra la Convención francesa, de la Independencia, Realista o Carlistas.

Altadill, Campión y Olóriz

El escudo de Navarra contaba con mucha mayor tradición. En enero de 1910, cuando una Diputación aprueba el diseño oficial, se da cuenta de que la provincia no tiene bandera. Y, por ello, con la vista puesta en la próxima conmemoración de la batalla de las Navas de Tolosa (1212), en el mismo acuerdo encarga el asesoramiento de tres eruditos navarros con el fin de elaborar una.

El expediente que recoge los trámites del posterior acuerdo se conserva en el Archivo de Navarra. Las gestiones se dejaron en manos del secretario de la corporación, Santiago Cunchillos, y del archivero foral, Gervasio Etayo. Los intelectuales consultados a principios de julio de 1910 fueron Julio Altadill, Arturo Campión y Hermilio de Olóriz. Todos ellos, funcionarios y eruditos, pertenecían al grupo de los éuskaros o napartarras, muy activo entonces, que reivindicaban las raíces vascas de Navarra y las raíces navarras de Vasconia.

Los tres intelectuales fueron consultados por carta remitida por Etayo el 2 de julio, en pleno verano. Altadill, que se había quedado en Pamplona, asesoró verbalmente. Olóriz remitió desde Auritz-Burguete una carta que no se ha conservado. Campión, que era de los tres la figura más destacada, recibió en San Sebastián (donde veraneaba) la carta en la que, por encargo de Diputación, se sometía a su “competentísimo juicio lo que debe ser la bandera de Navarra en cuanto a su materia, forma color, adorno y demás circunstancias”. También se le pedía una lista de días en que la bandera de Navarra podría ondear en solitario.

Al día siguiente, Campión contestaba. Encomendaba a Etayo investigar en el Archivo precedentes en la Guerra contra la Convención, en 1793 (al margen el archivero anota que no ha encontrado nada). Las banderas nacionales, informaba Campión, eran “cosa moderna” pues, antiguamente las banderas eran de los reyes y señores. En su opinión, la bandera que debía representar a Navarra tenía que ser de color rojo y llevar en el centro el escudo de Navarra. Los otros dos intelectuales debieron coincidir con él.

El día 15 de julio, Etayo comunicaba por carta a Campión que la Diputación Foral había acordado encargar la urgente confección de la bandera de Navarra “con arreglo a las indicaciones de usted con el fin de hacerla ondear en el balcón del salón regio del palacio mañana”, cuando tendrían la satisfacción de saludar a “nuestra bandera nacional navarra”. Y a continuación transmitía a Campión un nuevo encargo de Diputación, que también se había hecho a Olóriz, Marichalar y a él mismo: proponer los días en que la bandera navarra hondearía en solitario. Sobre este tema, Campión se mostrará partidario de establecer “festividades navarras, prósperas y adversas”, como el aniversario de la toma de Amaiur.

Ese mismo día se publicaba el acuerdo de Diputación Foral. La bandera oficial sería del mismo tamaño que las banderas nacionales, con las cadenas del escudo de Navarra y sobre ella la corona real, más la esmeralda en el centro de las cadenas. Instituía para su exhibición anual las festividades de San Fermín, San Miguel, San Francisco Javier y la Inmaculada, así como una serie de aniversarios históricos que no especificaba y se señalarían en el futuro. Además, los días de fiesta nacional, la bandera navarra ondearía también junto a la española. Finalmente encargaba la elaboración de una bandera navarra portátil que utilizaría en los actos a los que acudiera como corporación.

Fruto del navarrismo vasquista, nació así un símbolo que, desde muy pronto, fue aceptado por los todos navarros. Con matices, pero sin reservas. La bandera de Navarra ondeó en los año siguientes junto a la ikurriña y también junto las dos españolas (la rojigualda y la tricolor). Con el paréntesis, eso sí, de la dictadura de Primo de Rivera, que prohibió que en Diputación o en los ayuntamientos ondease cualquier otra bandera que no fuese la española. Respaldada por la autoridad de la Diputación Foral, terminaría siendo asumida, aunque con distintos matices, por todas las sensibilidades políticas, desde la derecha a la izquierda y desde el vasquismo al españolismo.

Hoy día la bandera de Navarra es, como Osasuna, uno de los pocos elementos simbólicos en el que convergen todos los navarros. No está de más, por tanto, que se reconozca a aquellos hombres que, hace ahora un siglo, en el contexto cultural, social y político de su época, la hicieron posible. Valorarles simplemente ese mérito, sin juzgarlos fuera de su tiempo y desde nuestros valores culturales.

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