Newton, Humboldt y el euskara

ISAAC Newton, a quien muchos consideran el mayor científico de la historia, nació a finales de 1642 y murió a los 84 años. Una vida larga y productiva en una época difícil en una Inglaterra azotada por las guerras y la peste. Nacido huérfano de padre, prematuramente, pequeño y débil, pronto demostró un gran talento innato y un fuerte carácter con el que se abrió paso.

Alguien tan sobresaliente como él no podía pasar inadvertido, de modo que además de apoyos y admiradores, también se granjeó numerosos enemigos de los que tuvo que defenderse, a veces con crueldad.

Hay quien piensa, por ejemplo, que su famosa frase A hombros de gigantes -“Si he logrado ver más lejos ha sido por subirme sobre los hombros de gigantes”- la pronunció por desprecio a su rival Robert Hooke, de corta estatura y que había rechazado y criticado las teorías de Newton sobre la luz y el color. Hoy interpretamos la frase que inspira el lema del buscador de Internet Google en un sentido más positivo, como tributo a las grandes dinastías científicas que le antecedieron e inspiraron.

La dificultad de algunos científicos de la época en reconocer las aportaciones de Newton y su obstinación rayaban a veces lo enfermizo. Pero era tal el talento de Newton y su capacidad de trabajo que poco a poco fue poniendo a cada uno en su lugar. Hoy es considerado uno de los grandes gigantes de la Historia de la Ciencia y de la Humanidad, el mismo que subrayó que apenas había descubierto una gota de agua en el océano de lo desconocido. Así fue y sigue siendo: a pesar del progreso de la ciencia sólo conocemos un puñado de gotas.

Newton, a la vez implacable científico y fervoroso creyente, desarrollaba su labor en inglés y latín, lenguas en las que se desenvolvía con holgura. Fue también él quien, consciente de la importancia de sus aportaciones científicas, como la Ley de la Gravitación Universal (la de la manzana que golpeó su cabeza mientras reposaba apoyado en el tronco del manzano, historia que, apócrifa o no, nos vale igual), vino a decir que él no habría encontrado dichas leyes si previamente un ser supremo todopoderoso no hubiese creado el universo de acuerdo a las mismas.

Newton… Implacable con los humanos y a la vez humilde ante Dios.

No sabemos si Newton tuvo conocimiento sobre los vascos y su lengua. De hecho, cuando el sabio Wilhelm von Humboldt llega a visitarnos un siglo más tarde se sorprende de la inexistencia de una sola denominación clara para este pueblo, como narra en su célebre obra Die Vasken (1805): “Los habitantes mismos se nombran según las provincias: vizcainos, guipuzcoanos, alaveses… así ha perdido este pueblo hasta la unidad de su nombre”. Es pues improbable que Newton hubiese tenido noticia de la realidad de un pueblo sin nombre.

La observación de Humboldt es hoy un poco menos cierta. Aunque perviven aún las tres provincias y territorios históricos con la misma denominación, contamos hoy con una Comunidad Autónoma que identifica de manera común a quienes residen en ella, si bien su frase sería aún de validez si nos refiriésemos a la Euskal Herria cultural en su conjunto.

Lo cierto es que, hoy, nos habría venido muy bien contar con Newton y Humboldt entre nuestros asesores. Supongo que más de un pueblo, nación o estado enfrentado a los grandes dilemas del momento ha pensado más de una vez lo mismo.

Ambos podrían habernos ayudado, por ejemplo, a entender la compleja y delicada situación sociológica que atraviesa el euskara.

De habernos podido permitir el lujo de reunir a Humboldt y Newton en un comité asesor, en su visita sobre el terreno habrían constatado que son muchos los organismos que, desde diferentes perspectivas, contribuyen, desde hace décadas, a la recuperación de nuestra lengua. Administraciones públicas, universidades, escuelas, ikastolas, empresas, asociaciones, academias y fundaciones, entre otros, impulsan el aprendizaje del euskara y analizan su uso y evolución, en función de territorios, barrios, y diversos grupos sociales.

También habrían constatado que existe un cierto consenso sobre el hecho de que el euskara se enfrenta en este tiempo a un cambio de fase o paradigma ya que su mayor reto no es ya que sea aprendido, pues la mayoría de los jóvenes que aquí residen tiene oportunidad de euskaldunizarse en la escuela. Nuestros sabios asesores habrían constatado, sin embargo, que a pesar de ese supuesto conocimiento académico de la lengua se plantean dos retos no menos relevantes. El primero y no menor es que el nivel de aprendizaje del euskara sea realmente suficiente como para convertirse en una lengua vehicular eficaz en la vida cotidiana, en todos los ámbitos: familiar, social, profesional y lúdico. En segundo lugar, que sea empleado de manera profusa y efectiva.

Las estadísticas que manejan los diversos estamentos que se preocupan de la salud de nuestra lengua muestran una realidad dual y que podría poder parecer contradictoria, aunque no lo sea: el euskara cada vez se aprende más, y por tanto, el número de euskaldunes, el porcentaje de la población educada también en esa lengua, aumenta, pero a la vez su uso callejero se estanca o incluso disminuye.

Imposible saber lo que nuestros sabios asesores habrían opinado sobre esta situación. Posiblemente, el asunto no habría despertado el mismo interés en ambos. Humboldt tal vez se habría lamentado de que aquel pueblo que en 1801 ni siquiera contaba con una denominación común, más de doscientos años más tarde, aun no hubiese conseguido normalizar su lengua. A Newton, sin duda, los casos de Irlanda, Gales o Escocia le habrían caído más cerca.

De todos modos, dado que son cada vez más los jóvenes vascos que cursan estudios de Ciencias en centros de élite extranjeros y desarrollan después su labor profesional en ellos, Newton, posiblemente, habría tenido ocasión de conocer a alguno en persona y habría aceptado gustosamente visitarnos y asesorarnos.

Puestos a elucubrar, es posible que Newton hubiese recomendado reparar en su famosa segunda ley: F = m.a, es decir, “la fuerza es igual al producto de la masa por la aceleración”.

La ley, de lo más sensata por otra parte, gobierna todo lo que se mueve en el universo y puede entenderse de manera meramente pasiva, contemplando los profusos programas de deporte en la televisión, ya sea ciclismo, fútbol, tenis o pelota, para constatar que, efectivamente, como Newton enunció, la fuerza es el producto de la masa por la aceleración.

Si la interpretamos de una manera un poco más proactiva, entenderemos que si queremos acelerar a, es decir aumentar la velocidad y dinamismo de una masa m, hemos de esforzarnos ejerciendo para ello una fuerza F igual al producto de esa masa y la aceleración.

Creo que Humboldt y Newton se habrían puesto de acuerdo en que este pequeño pueblo, menos desdichado ahora que doscientos años atrás, se encuentra ante un reto de gigantes: generar una fuente de energía capaz de proporcionar la fuerza F que la masa m de euskaldunes activos y pasivos necesita experimentar para acelerar suficientemente el uso de nuestra lengua y hacerlo con una A grande pues la pequeña a no bastaría para alcanzar la normalización.

Desafortunadamente, no podremos contar con el asesoramiento experto de Newton y Humboldt pero, por suerte, hay muchos que aquí se ocupan de la materia. El informe “Eta hemendik aurrera zer?” (¿Y a partir de ahora qué?), coordinado desde la Viceconsejería de Política Científica, que recoge, en particular, las aportaciones del Consejo Asesor del Euskara (Euskararen Aholku Batzordea) dice así: “…egoera normalizatura iristeko bide luzea du oraindik euskarak, eta etorkizunean atzera ere egin lezake, bere hazkundeak gizartean irmo sendotzen jarraitzen ez badu” (…el euskara tiene aún un largo camino por delante para alcanzar un estado normalizado, y en el futuro puede incluso retroceder si su crecimiento no continua afianzándose en la sociedad…).

Newton y Humboldt habrían estado de acuerdo.

DEIA