Dos gramos más de dignidad

No es un valor al alza, y por ello tal vez cueste darse cuenta tras acostumbrarse a una existencia política más bien carente de ella. Pero hay quien en la Rioja Alavesa siente últimamente como que lleva encima un gramo más, y lo exhibe con indisimulada satisfacción, que eran ya 40 años y otros 40 de bajar la cerviz, tragar saliva y mirar a otro lado. Hablamos de dignidad.
La placa que lucía nuestras vergüenzas colectivas en Guardia (Araba) ha sido retirada de la vía pública; en realidad, lo fue hace unos cuantos meses ya, aunque nada se dijo, porque nada se quiso decir. Esa placa era la apología por antonomasia de quien organizó el requeté alavés, ese brazo ejecutor de la represión que asoló muchos parajes de Araba en el 36, y en concreto, de nuestra Rioja Alavesa: más de 40 vecinos ejecutados extrajudicialmente, sobre todo en Bastida, Guardia y Elciego. Luis Rabanera y Amite-Sarobe se llamaba; su placa, su loa, ya no puede verse en las calles de Guardia. Hablamos de una herida.
«¡Qué pírrica victoria!», dirán ahora quienes se han enseñoreado ostentosamente durante décadas con la violencia, en la mayor de las alevosías. Hay algo de cierto en ello, en que su limpieza ideológica segó vidas que no volvieron y en que ha resultado letal para el devenir de pueblos que apenas si pudieron superar el caciquismo, ese que entre otras cosas explica la epidemia de corruptocracia.
Y es cierto, no es gran cosa. Pero al mismo tiempo, uno diría que lo es todo, que solo a partir de gestos así se puede empezar a reconstruir un imaginario social despedazado, que solo ahora se puede acometer una producción de sentido de lo político. Porque, ¿cómo hablar de normalización, cómo aludir a la «paz» o a la «reconciliación», incluso cómo decir «democracia», si se hace paseando entre callejuelas que elevan a categoría suprema el crimen organizado e impune? ¿Cómo?
Tal vez no sea casi nada, de acuerdo, solo un granito, un gramito no más… Pero ya advierte la gran escritora Svetlana Aleksiévich que lo importante no es tanto el hecho histórico como el universo de sentimientos que se entrelazan en virtud del mismo y nos da la vida: «Lo que más me interesa no es el suceso en sí, sino el suceso de los sentimientos. Digamos, el alma de los sucesos. Para mí, los sentimientos son la realidad». En suma: hay algo profundamente simbólico en el asunto de la placa, algo que ruge desde su pequeñez.
Rioja Alavesa, 1936. Más de 40 vecinos son ejecutados extrajudicialmente a partir del golpe del 18 de julio. Y otros 20 trasladados hasta sus pueblos desde otros, de La Rioja, llevados a morir bajo la atenta mirada de la Sierra, que todo lo ve. En otros casos, la reacción ha gustado enarbolar la teoría de los dos demonios, esa que habla de un enemigo izquierdista armado hasta los dientes que se aprestaba a asaltar sus propiedades, a violar a sus mujeres, a quemar sus iglesias. Solo que aquí el enemigo blandía hojas de servicios tan temibles como las circunstancias en que muchos murieron, pobre gente buena del pueblo con una hoz y unas tijeras de podar en la mano.
O como Pedro Osés, vecino de Elciego, que intenta huir subiendo a un tren en marcha, pero cae, y lo hospitalizan, así que los verdugos esperan a matarlo cuando le quedan unas horas para recibir el alta. O como Nicolás Santamaría, de Guardia, amarrado al guardabarros de un coche y arrastrado hasta morir a lo largo de la carretera. O como los seis de Elciego, convocados al Ayuntamiento para hacer la vendimia, que no sospechaban que su sangre sería el vino… ¡Vaya! Qué valientes aquellos corajudos requetés, ¿verdad?
Se suele decir y repetir que «en la guerra, todos matan». Se hacen mil equilibrismos que no dicen mucho y que sí sirven para lavar las manos a quien le chorrea la sangre. ¡No, señores! Al menos en nuestro caso podemos decir, con orgullo, que los ejecutados no habían matado a nadie, que su crimen había sido militar en organizaciones de izquierda y republicanas, a veces ni eso; por momentos, soñar con un mundo más justo, a menudo ni eso; que eran gente con sus defectos y sus problemas, a veces ni eso.
En fin, que su culpa era ser gente del pueblo y poco más. No admitiremos jamás que nos los comparen con quien se divertía viendo cómo un esposado corría en vano hacia el Ebro, anhelando el desdichado poder salvarse a nado, un hilo de esperanza irrefrenable entre las risotadas de las asesinos y el disparo de sus pistolas.
Esas cosas pasaron. Así que después de aguantar la indignidad durante 40 y 40 años, ahora toca rearmarse, que hasta ahora era casi imposible ni tomarse un pote… Y si es bueno que se haya retirado, es todavía más que haya ocurrido gracias a la iniciativa de la gente. Porque si la placa se tuvo que quitar a instancias del Ayuntamiento, eso fue así porque un grupo de personas a título individual había iniciado un pulso, el enésimo, hartos de ya estar hartos.
Cuando lo político-partidario se retuerce impotente, una vez más en Araba es la sociedad auto-organizada quien tiene el nervio y la dignidad necesarios. Para echar al xenófobo en la capital, parar el fracking, poner en punto de ebullición la problemática alrededor del crimen machista o hacer retirar lo que hace tiempo debía haber sido retirado; u homenajear a los nuestros, también a las nuestras, esas a quienes les tocó sobrellevar penas añadidas, castigos ocultos.
Por eso es que el segundo gramo de orgullo y decoro lo vamos a ganar hoy, sábado 17, a la tarde, entre viñas, en Eskuernaga. Será el primer acto de homenaje y recuerdo que se hace a las personas represaliadas en la guerra en Rioja Alavesa. Parece mentira que sea así, pero así es. La comarca alavesa más castigada por la violencia franquista en retaguardia y también en cuanto a expedientes incoados por responsabilidades políticas, tendrá por fin su instante. No será una fiesta en sentido estricto, porque no puede serlo. Pero por un momento recordaremos a quienes se fueron y a quienes se los llevaron, y reiremos, nos abrazaremos y celebraremos dos gramitos más que nos sientan muy, muy bien.

NAIZ