El ciudadanismo como forma de sumisión

El otro día iba paseando con mi perro por un jardín donde hay un skate park, el perro hizo el gesto de cagar, pero sólo el gesto porque tiene nueve años y también colitis, de manera que a veces hace el amago pero no llega a excretar.

Al ver que no me agachaba a recoger nada (porque no había nada) un grupo de adolescentes de unos doce o trece años empezaron a increparme, unos gritaban “¡multa! ¡multa!” y me impelían a recoger… nada. Pasando por alto el hecho de que no había ninguna caca, les intenté explicar de buenas maneras que los excrementos animales son un fertilizante natural que mejora la calidad del sustrato a nivel nutricional y estimula el crecimiento vegetativo. Me llamaron “gilipollas” y amenazaron con avisar a las autoridades.

Pasa que cuando una mujer es expuesta semidesnuda y como si fuera un animal, cual reclamo en un anuncio de una marca comercial para vender cualquier producto, es cívico. Fumar en un garaje de unos grandes almacenes que están saturados de monóxido de carbono, a tan sólo diez kilómetros de una planta incineradora, no lo es, y tu actitud será censurada por algún cliente. Que un anciano sea abandonado por su familia en ese momento de la vida en el que no puede valerse por sí mismo, es cívico. No recoger la caca de tu perro, aún encontrándose en el monte junto a las boñigas de las vacas, no lo es, y tu actitud será censurada por algún vecino. Que una persona migrante y pobre sea despojada de su dignidad y sus derechos más básicos por no tener papeles, es cívico. Que esa misma persona intenté ganarse el pan vendiéndote baratijas mientras te emborrachas en un bar, no lo es, y será deportada por buscarse la vida. Estas hipotéticas situaciones sirven de ejemplo para explicar la hipocresía de una ideología relativamente nueva: el ciudadanismo.

El ciudadanismo no es moral, es un revoltijo de ideas que mezcla los valores cívicos de la tradición republicana con cualquier ley, ya sea la constitución o la ordenanza municipal. Su función es proporcionar una supremacía de tipo moral, a un estado liberal que ya no necesita de las armas para mantener la paz social dentro de sus fronteras, pues ha encontrado en la colaboración ciudadana, en la participación y en la denuncia entre los propios individuos, la mejor fórmula para el control total. Pretende crear un tipo de ciudadano que no conciba más libertad que la supervisada por el poder. Poco tiene que ver esto con la voluntad popular, y menos aún con el respeto hacia el prójimo. Su razón de ser se explica por la degeneración (inducida) del sentido de justicia de los individuos, y dicha degeneración provocada sirve a unos intereses determinados, en concreto, al status quo del sistema político que sustenta unas relaciones sociales que son injustas.

Al elevar al legislador a la categoría de sacerdote, se funda una nueva religión donde el paraíso es el Estado de derecho. Esto es muy pernicioso para el pensamiento crítico de los seres humanos y para la racionalidad misma, pues se confunde la idea de justicia con el derecho, que no es sino el lenguaje con que nos habla el Estado. La sustitución de la ética individual por la palabra de legislador puede provocar situaciones realmente absurdas e injustas como las que he mencionado al principio, pero el verdadero problema es que esta ideología puede atrofiar, de manera permanente, la capacidad de las personas para relacionarse entre ellas y con el entorno. ¿De qué sirve que el niño no tire las cáscaras de las pipas al suelo, mientras se obvian los procesos que hacen posible que ese mismo niño se pase horas frente a la pantalla de su Ipad, y sus consecuencias? Lo que está bien o mal visto en la sociedad moderna, está peligrosamente influenciado por las causas que nos permiten vivir de una manera inconsciente respecto al medio, y a su vez, esta forma inconsciente de vivir es un tipo de alienación que atenta a la cordura.

El caso es que no sé si es cívico o no, pero un par de guantazos a los padres de aquellos skaters, a sus profesores, a su tutor, o a quien quiera que sea responsable de haberles manipulado hasta ese grado de estupidez, sería positivo desde un punto de vista humanístico. Y es que ya son demasiadas las veces en que la idea del bien común no sólo opera al margen de la ley, sino que va directamente en contra de ésta.

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