¿Reinserción en la cárcel de Pamplona?

Hace algunos meses un grupo de parlamentarios forales, club en el que ya no me encuentro, rendimos visita a las instalaciones del fuerte de Ezkaba acompañados del general al mando de la defensa de Navarra que dejó de prestar sus sagrados deberes para con la patria toda una mañana para enseñarnos las vetustas y destruidas instalaciones de aquel fuerte artillero que nunca llegó a utilizarse como tal, y que sin embargo se hizo mucho más famoso por su carácter de cárcel fascista durante la Guerra Civil. Pasando de puntillas por todo lo que pudiera rememorar ese uso, ayudado sin duda por las demoliciones que so pretexto de ruina se hicieron y que eran las que dotaban al recinto de su carácter carcelario, nos fue paseando por un interminable muestrario de galerías húmedas, fosos abandonados, soportales vacíos, depósitos de agua cuyas herrumbrosas barandillas nos miraban impasibles desde principios del siglo XX. Como conclusión, el abnegado guerrero nos glosó las inmensas posibilidades de un recinto para el uso público a coste cero, ya que el ejército está dispuesto a regalar a la ciudadanía navarra esa maravillosa instalación sin contrapartida alguna. Salí un tanto sobrecogido por la magnitud del desastre inmobiliario y por lo mal que algunos estamentos son capaces de custodiar la memoria que es de todos.

De cárcel a cárcel. En fechas recientes, algunas diputadas del Congreso, club en el que tampoco me encuentro, rendimos visita a la cárcel de Pamplona situada en Soltxate. Algunos antecedentes. Recuerdo que como miembro de Salhaketa fuimos a hablar en su día con el consejero del ramo en el momento en que se estaba negociando con la Administración central la construcción de una nueva cárcel en Navarra. El consejero extendió mapas y nos dio una primicia. Va ser aquí, nos dijo. Es paraje protegido, pero es que en otras ubicaciones hay importantes proyectos urbanísticos pendientes. Eran los tiempos de ladrillo fácil. Para su sorpresa, quienes allí habíamos ido no estábamos discutiendo tanto la ubicación (sin ningún tipo de evaluación ambiental), como los aspectos sociales que acarreaba la construcción de una macro cárcel de seguridad con módulos de régimen cerrado y una capacidad de más de mil personas para una población reclusa que en el peor de los casos rondaba las trescientas cincuenta. En palabras del por aquel entonces presidente del Parlamento de Navarra la razón era ni más ni menos que había que cumplir nuestra cuota de solidaridad con el Estado. Mis reflexiones sobre el extraño concepto de solidaridad del entonces presidente se vieron abruptamente interrumpidas cuando, por toda respuesta a nuestras preguntas de con qué recursos sociales iba a contar Navarra para acoger tal cantidad de personas presas, se nos dijo “primero creemos la necesidad, luego veremos”. Ese luego es hoy. Mientras paseábamos por la prisión de la mano de nuestra Beatriz particular, muy interesada sin duda en que viéramos las magníficas instalaciones de calefacción último modelo y los tubos que llevaban agua caliente a cada módulo, yo veía puertas, guardianes invisibles, itinerarios tortuosos, talleres semicerrados y aulas donde no se atisbaba ningún tipo de actividad continuada. Veía pasillos largos, salas desangeladas, gimnasios que no se usan, piscinas vacías, naves que no albergan ningún taller productivo, un módulo de mujeres enorme abierto para las pocas que están, una ratio de unos doscientos funcionarios/as para algo más de trescientas personas presas, las celdas vacías de castigo donde el dolor y la desesperación se atesoran mudos, como se atesoraron durante tanto tiempo en la cárcel antigua antes de que el ruido mecánico de las excavadoras acabara para siempre con su recuerdo indeseado. Yo pensaba no tanto en los módulos grises, los patios pequeños, las salas multiusos donde se atestan los presos a pasar el tiempo, sino en todo lo que se podía hacer y no se hacía. Pensaba no tanto en las farmacias atestadas de medicamentos, en la sala del dentista vacía y sin utilizar, en las instalaciones de cocina tan magníficas como infrautilizadas como en el contexto en que se podía dar la reinserción de estas personas. Para concluir con tristeza que para eso se dedica poco o casi ningún esfuerzo en una institución a caballo entre dos administraciones, oscura, y sin ninguna conciencia de servicio público. Para concluir que eso es muy peligroso. Porque es muy peligroso generar y alimentar la desesperación de personas que, independientemente de que estén cumpliendo las consecuencias legítimas de la pérdida de la libertad, van a salir a la calle peor de lo que entraron en un contexto de crisis devastadora que se ceba con los más débiles. Y defiendo esta postura por puro egoísmo. Porque yo no quiero vivir en un mundo donde haya gente sin oportunidades, gente desesperada, gente que pueda pensar en volver a cometer un delito, a convertir a otras personas en víctimas, simplemente porque no se le ha dado ninguna oportunidad desde la institución que tiene la obligación legal de proveerla. Por eso creemos en Podemos-Ahal Dugu que es imprescindible que se impulse de una vez la asunción de la transferencias en materia penitenciaria a Navarra. Sencillamente para poder gestionar la reinserción desde una única administración y tener la oportunidad de resocializar a gente que ha cometido un delito dentro de nuestra comunidad. Sé que esto puede resultar impopular. Incluso que tengamos la obligación de pensarlo y negociarlo dada la herencia de una macrocárcel que nos ha dejado el Estado que “primero ha creado la necesidad”. Pero creemos que es un auténtico ejercicio de solidaridad con nosotros mismos abordar de una vez este problema, tal vez no el más acuciante, pero que también existe y está entre nosotros. Aunque lo percibamos alejado en un mogote a las afueras de la ciudad, en tierra de nadie y sin transporte público que lleve a los familiares de las personas presas hasta las puertas de la prisión.

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