La fiesta del toro

He leído en DIARIO DE NOTICIAS del pasado viernes 20 de mayo la noticia de que se ha prohibido la muerte del toro a lanzazos en la villa de Tordesillas y que ha sido recurrida la prohibición, lo que pone de actualidad el hecho que se denomina de tradición y cultura. El lugar de la aplicación del citado estilo me trajo a la memoria la matanza producida en la citada villa el año 1521, surgiendo mi sospecha de que dicha animación se debía a una motivación de escuela militar.

No es mi intención posicionarme a favor o en contra de la disputa existente hoy día, ya que la cultura que aprendí y sostuve en mis años mozos fue la del toreo. Hoy conozco hechos que no deben ser ignorados, sea cual sea la posición de los debatientes, para saber a qué se atiene el nacimiento de la tauromaquia como estímulo sanguinario y de fuerza, promovido en el sentido de que no repugne el derramamiento de sangre.

La muerte del toro con alarde de fuerza y armas constituye todo un símbolo de referencias y connotaciones militares por su relación con la sangre, la muerte, el furor y el coraje ante el riesgo. Francisco de Vitoria (1483-1546), patrón de una de las asociaciones profesionales de jueces españoles y que da nombre a la Universidad de Gasteiz, ya reveló que la muerte del toro con añagazas, alarde de fuerza y armas, era todo un símbolo de referencias y connotaciones militares por su relación con la sangre, la muerte, el furor y el coraje ante el riesgo.

Francisco de Vitoria, en su Estudio sobre la guerra, cita el constumbrismo de la matanza de los toros como “ejercicios militares que aun con peligro de muerte, se hacen lícitos por los móviles sociales de adquirir mayor destreza y habilidad para la guerra”. Su fomento, pues, fue propiciado por razones militares.

Al efecto, conozco lo ocurrido en Hondarribia el año 1639, con la fortaleza llena de soldados, que terminó enfrentando la costumbre y la paz civil. Hondarribia acostumbraba celebrar la festividad de San Pedro con diversos festejos organizados por la hermandad del citado santo con la colaboración municipal. El Ayuntamiento acordó en la sesión del 20 de junio que “se diesse y corriesse por su cuenta un toro, para ayuda de los que suele dar la dicha hermandad, y que en la forma acostumbrada se celebre y solebnisse la fiesta en su plaza de armas y se hagan las barreras y tablados necesarios…”. La corrida no conllevaba la muerte del toro ni era sangrienta.

Pero en contra de lo acostumbrado, de volver los toros a los corrales tras las carreras, esta vez no se les respetó la vida: “no quedó toro ninguno vivo, porque ante el gran concurso de gente forastera y soldados castellanos, a usanza de su tierra, usando de desmán, degarrotaron y mataron todos los toros”. Y como los dueños de éstos pidieron satisfacción y pago, hubo que compensarles su valor, pues se habían de contratar otros toros para las fiestas de la virgen de setiembre.

Las imágenes trasmitidas por televisión sobre los toros muertos a lanzadas por voluntarios en Tordesillas me han traído a mente motivaciones que nada hacen de las corridas de toros un hecho cultural, ni de tradición estimable.

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