Ahora todo son conflictos ‘identitarios’

Hace poco más de un cuarto de siglo, un poco antes de caer el Muro de Berlín, todos los conflictos eran ‘ideológicos’. Ahora son, sistemáticamente, ‘identitarios’ . El pasado 14 de mayo se celebró el Festival de Eurovisión y lo ganó una cantante ucraniana. Dos medios de los que soy usuario habitual, uno radiofónico y otro escrito, se refirieron al conflicto ‘identitario’ que se vive en ese país. 25 años antes habría subrayado, muy probablemente, la clave ideológica de la cuestión. Cabe decir que, en este preciso contexto, identitario no significa ‘étnico’, sino otra cosa. Los análisis de Giovanni Sartori, por ejemplo, se centran más en la noción de ‘identidad democrática’ que en la de ‘democracia’ entendida abstractamente. No habla de razas, ni de lenguas, ni de religiones, ni de países sino de preservar el proyecto político que, históricamente, ha otorgado más libertad y más dignidad a las mujeres y los hombres. En todo caso se refiere, indiscutiblemente, a una identidad. Hay identidades asesinas, pero también cosmopolitismos asesinos. El régimen más criminal de la historia de la humanidad ha sido, al menos desde una perspectiva cuantitativa, el estalinismo. De vez en cuando hay que recordar que uno de los pilares ideológicos ‘explícitos’ del comunismo era, precisamente, el internacionalismo. Esto no evitaba, curiosamente, que los ciudadanos soviéticos de origen judío estuvieran bajo sospecha permanente. Cosas de la granja de Orwell, donde unos eran más iguales que los demás…

Echemos una mirada retrospectiva sobre el paréntesis que mejor define la segunda mitad del siglo XX: la Guerra Fría. Se trata del clímax de la llamada ‘era de las ideologías’, y ya hemos dicho antes que no hace ni treinta años que todos los problemas analizados hasta ahora habrían sido diseccionados, sin excepciones, en clave ideológica y en torno a dos polaridades opuestas de manera dicotómica. De hecho, ya sea por cuestiones de complicidad generacional, por nostalgia de aquel mundo sencillo de buenos y malos o por pura pereza intelectual, este tipo de análisis anacrónicos aún tiene cierta vigencia. Evocan -dicho sea de paso- a los artículos de opinión inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial que continuaban patéticamente empeñados en las tácticas del general Von Kluck en la guerra del 14, la batalla de Verdun o, incluso, en el Imperio austrohúngaro o las guerras napoleónicas. La Guerra Fría ya no existe, pero algunos intelectuales europeos continúan tomando partido por uno de los dos ya fantasmagóricos bandos. Quizás van muy errados o quizás son más lúcidos que nadie; la disyuntiva la resolverá el paso del tiempo, no nosotros. En cualquier caso, esta no es la cuestión que pretende dirimir este artículo sino otra más genérica: ¿cómo interpretar hoy la realidad si todos los conflictos que antes evaluábamos en clave ideológica ahora son contemplados en clave identitaria? ¿Qué le pasa a Ucrania? ¿O en Albania, o Haití? Y ¿cuál es la causa de la desoladora miseria que marca su destino? Hace un par de décadas habríamos esgrimido en este punto concreto una consideración ideológica perfectamente autocomplaciente. Unos habrían subrayado que Haití es un país genuinamente capitalista, y otros que la Albania o Ucrania actuales son un producto paradigmático del socialismo real reciclado a toda prisa a capitalismo salvaje. Desde la perspectiva mayoritaria del pensamiento actual, en cambio, el subrayado haría -hace- referencia a cuestiones de identidad cultural. De Albania no recordaríamos el siniestro legado de Enver Hoxa sino, por ejemplo, su tradición islámica en un entorno eslavo; de Haití no nos referiríamos tanto a Duvalier y los Tonton Macoutes, sino a aquella manifiesta anomalía cultural que tan bien describió Laënnec Hurbon en ‘Le barbar imaginaire’, probablemente el mejor ensayo que se ha escrito nunca sobre la especificidad de ese país caribeño.

Es importante que seamos conscientes de este cambio radical de clave explicativa, precisamente porque va mucho más allá de las sutilezas académicas: está presente en la prensa diaria a la hora de analizar superficialmente el controvertido Festival de Eurovisión, por ejemplo. Y la profundidad está en la superficie, como dijo el maestro Pla.

EL TEMPS