Lecciones de Chernobil

Se cumplen 30 años desde la catástrofe nuclear de Chernobil. Sin duda la más grave tragedia nuclear conocida, con importantes impactos socio-políticos en Ucrania, en la Unión Soviética y en el mundo entero. Corrían los años del glasnost –transparencia– y de la perestroika –reestructuración– promovidos por el gobierno de Mijail Gorbachov y el accidente de Chernobil supuso un punto de inflexión en la caída y desaparición del «socialismo real».

El mito de la seguridad de la energía nuclear tenía mucha fuerza en la Unión Soviética. El académico Anatoli Alexandrov afirmaba: «Nuestras centrales nucleares no presentan ningún riesgo. Se podrían construir hasta en la Plaza Roja. Son más seguras que nuestros samovares [recipiente metálico que sirve para hervir el agua].»

No obstante, los accidentes ocurrían con mucha frecuencia. Según el ingeniero Griegori Medvédev, «Ocultar a la opinión pública las averías en las centrales nucleares se convirtió en una norma durante el periodo en el que P. S. Neporozhni fue ministro de Energía y Electrificación. Las averías se ocultaban no sólo a la opinión pública y al gobierno, sino incluso a los mismos trabajadores, lo que era más peligroso aún, pues la falta de información sobre las experiencias negativas siempre trae consecuencias desastrosas. Crea una actitud de despreocupación y de descuido del personal. El sucesor de Neporozhni en el puesto de ministro, A. I. Mayorets, continuo con la tradición del silencio.»

Según Griegori Medvédev el experimento que causó la explosión de la unidad cuatro de la central de Chernobil se llevó a cabo siguiendo un programa elaborado por el ingeniero jefe, Nikolai Fomín. El programa contemplaba la desactivación de los sistemas de defensa del reactor, necesarios para garantizar la seguridad del mismo. Esto lo convertía en un experimento altamente peligroso, pero nadie intervino.

Para Medvédev la razón era la falta de transparencia en cuanto a las experiencias negativas. Parecía que esas averías no habían existido nunca. Todo era seguro, no había ningún peligro. A pesar de adoptar medidas que comprometían aún más la seguridad, el grupo que preparó el reactor y realizó el experimento pensaba que la probabilidad de sufrir un grave accidente era despreciable. La acumulación de todos estos factores causó la explosión del cuarto reactor el 26 de abril de 1986, a la una, veintitrés minutos cincuenta y ocho segundos de la madrugada.

Pocas horas después los funcionarios de Moscú ya estaban en el lugar del accidente. Gorbachov y otros altos cargos tuvieron noticias de lo ocurrido para las primeras horas la mañana. Se creó un grupo dentro del Politburó bajo la dirección de Nikolái Ryzhkov, presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, para hacer frente a la situación. Además, esa misma mañana se formó una comisión especial del gobierno encabezada por Boris Shcherbina, vicepresidente del Consejo de Ministros, para investigar las causas del accidente. Esta comisión tomó inmediatamente la dirección de la respuesta a la emergencia y de los trabajos de recuperación.

Se cometieron errores de extrema gravedad en la gestión de la crisis. No fueron alertadas las 47.000 personas que vivían en Pripyat, a tres kilómetros del reactor siniestrado. Tampoco se les proporcionó ninguna protección ante la lluvia radioactiva. El 26 de abril fue un día como otro cualquiera. Los niños disfrutaban del día, jugaban en el parque a pesar de que el nivel de radioactividad era muy alto. La evacuación de la ciudad fue ordenada 36 horas después de la explosión del reactor, pero para muchos era demasiado tarde.

Los 2,5 millones de personas que vivían en Kiev, a 103 kilómetros del reactor, fueron alertadas públicamente nueve días después del accidente. Se celebró con toda normalidad la fiesta del 1 de Mayo. Como relata Igor Kostin, desfilaron un millón de personas por las calles de la capital ucraniana bajo el mandato de las autoridades, mientras la polución radioactiva alcanzaba su nivel máximo. Anular la fiesta habría podido sembrar el pánico, según la autoridades. La ciudad de Chernobil, a 15 kilómetros de la central, fue evacuada el 5 de mayo, cuando el nivel de radioactividad ya era muy elevado. También allí se había celebrado la fiesta de 1 de Mayo. En total el gobierno ordenó la evacuación de 335.000 personas. No obstante, fueron miles los que quedaron en territorios con un elevado grado de contaminación radioactiva.

Se han dado muchos datos, altamente contradictorios, sobre la catástrofe de Chernobil. Mientras que para algunos sólo murieron algunas decenas de personas, la Academia de las Ciencias de Rusia cifra en más de 200.000 el número de muertos generados por la explosión nuclear, número semejante al de las víctimas del bombardeo de Hiroshima y Nagasaky. Lo que resulta evidente es la falta de información y de transparencia. Como demuestra la experiencia de Chernobil, el secretismo es la regla de oro que rodea a las centrales nucleares.

Empero; muchas cosas cambiaron en el mundo, tras el 26 de abril del 1986. La nube radioactiva surgida en Ucrania no necesitó pasaporte para atravesar las fronteras políticas viajar por toda Europa. Tres días más tarde, los altos niveles de radioactividad detectados en las ropas de los trabajadores y trabajadoras de la central nuclear sueca de Forsmark, destapó el origen del problema. El gobierno de Moscú no pudo tapar el grave asunto por más tiempo.

Chernobil aumentó fuertemente las opiniones en contra de la energía nuclear en el planeta, legitimando las críticas de movimiento ecologista y antinuclear y produjo grandes cambios en la Unión Soviética que desapareció como tal 5 años después. La relaciones entre Rusia y Ucrania se complicaron. La ordenes de Moscú ya no serán recibidas de la misma manera hasta el punto que las tensiones generadas por los proyectos capitalistas de Rusia y la Unión Europea han llevado a la propia división y ruptura de Ucrania.

Dijeron, bien alto, que lo ocurrido en Chernobil sólo era posible en un sistema socialista obsoleto y roñado. Sin embargo; los accidentes ocurridos en Tokaimura (Japón) en 1997, en KasHiwaZaki-Kawiran (Japón) en 2007, en Tricastin (Francia) en el 2008 y el último y más grave en Fukushima-Daiichi el 11 de marzo del 2011 han marcado la decadencia y la falta de futuro de las centrales nucleares. En el futuro, además de tener que gestionar los sarcófagos de Chernobil y Fukushima, a nuestra descendencia le hemos dejado la pesada herencia de ocuparse de los residuos nucleares.

NAIZ