Golpe y dictadura

Se entiende el malestar con la exposición de Urtasun en el Parlamento de los deudos de las personas e instituciones que colaboraron con un régimen totalitario, aun reconociendo en la muestra alguna alusión excesiva. Pero la polémica, obscena en una tierra en la que se registraron en torno a 3.500 asesinatos sin que hubiera frente de guerra, bajo ningún concepto puede enmascarar ni edulcorar la doble terrible realidad de que la conflagración bélica -en la que, en efecto, cayeron infortunados efectivos de los dos bandos- se produjo a consecuencia de un golpe de Estado ilegítimo y de que a la contienda nacional le sucedió una dictadura tan salvaje como la más feroz. Es decir, que ni el alzamiento fascista obedeció a un estallido social, ni Franco se vio obligado a intervenir a sangre y fuego en contra de su voluntad, que es lo que piensa la mayoría de los críticos con la exposición de referencia, aunque pocos lo verbalicen crudamente. Justo para refutar el discurso justificativo de la sublevación militar y ulterior tiranía resulta imprescindible seguir sustituyendo la simbología laudatoria de sus promotores y cómplices, también en memoria de sus víctimas y descendientes. Convirtiendo sus infaustos mausoleos en glosarios de la infamia y monumentos a la concordia para que nunca nadie ose subvertir la democracia.

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