Contra el pensamiento débil

La ciencia tiene una característica a menudo menospreciada: intenta describir la realidad. La realidad es persistente; podemos esquivarla y tergiversarla, podemos mentir a mucha gente durante un tiempo y a todo el mundo durante un rato pero, finalmente, la realidad se manifestará. Podemos avanzar en su descripción y conocimiento, pero que el isótopo más común del hidrógeno tiene un protón y un electrón no es opinable. El hidrógeno es completamente ajeno a las palabras que empleemos para describirlo.

Hay mucha gente que se esfuerza en cambiar la realidad modificando las percepciones, como si cambiando los nombres pudieran cambiar la cosa. A veces tiene efectos socialmente positivos; cuando yo era pequeño todavía se usaban palabras perfectamente descriptivas como inválido, paralítico o subnormal; había personas inválidas para ciertas actividades, otros habían quedado total o parcialmente paralizados a causa de un accidente o enfermedad, o eran subnormales porque intelectualmente estaban por debajo de lo que se consideraba la norma. Ahora consideramos estas palabras ofensivas porque describen la persona desde su principal limitación. Esto no lo hacemos con los miopes, los calvos o los bajos a menos que nos queramos descojonar -feo- o tengamos con ellos ese tipo de confianza que permite según qué tipo de humor.

Emplear palabras diferentes permite dejar de denigrar a las personas con discapacidades físicas o mentales pero no mejora su estado. Ningún cojo ha dejado de serlo por decir que es una persona con diversidad funcional. Quizás se sienta mejor, pero no andará mejor. Hay realidades humanas inmunes a las palabras y a las ideologías.

La línea entre el respeto y la manipulación de la realidad es muy fina. El infierno está empedrado de buenas intenciones y muchas manipulaciones son involuntarias o empiezan de una manera accidental. Aún recuerdo el día que un locutor de radio, hablando de una nueva normativa del Ayuntamiento, dijo que «a partir de ahora, los perros y las perras de Barcelona» estaban más protegidos. O aquel amigo que, con buena fe, me hablaba de los «afroamericanos que atraviesan el Estrecho de Gibraltar» sin darse cuenta de que, si no quería decir negros, tenía que decir subsaharianos; llamarlos afroamericanos era una tontería. Yo soy blanco, las personas que pretendía describir mi amigo blanco eran negros pero no tenían ninguna relación con América. Mi amigo, además de buenista, era inculto. El locutor de radio también.

Hace unos días Carme Junyent publicó un artículo en VilaWeb bajo el título «Los límites de la incompetencia». Junyent se indignaba -y no es ni la primera ni la segunda vez que lo hace públicamente- porque el Ayuntamiento de Barcelona ha decidido inventarse una palabra grotesca. Alguien ha decidido que organizar un homenaje a una mujer debía ser machista y han decidido organizar un ‘donanatge’ (‘mujeraje’), ignorando la etimología latina de la palabra y un buen puñado de bagaje filológico que Carme Junyent explica muy bien. También es interesante la lectura que de ello hace Joan-Lluís Lluís.

La corrección política es bastante antigua, pero la que está desconectada de la realidad que describe nace del pensamiento débil y este es consecuencia de la incultura. Todos somos incultos de alguna manera, pero lo que nos distingue es qué hacemos con nuestra incultura. Si no la tenemos en cuenta caeremos fácilmente en el pensamiento débil, poco riguroso, falto de análisis, profundidad y conocimiento. Está emparentado con el ‘pensiero debole’ (‘pensamiento débil’) descrito por el posmoderno Gianni Vattimo y comparte su relativismo. Sin embargo, mientras Vattimo no pretende justificar la incultura sino promover una forma de pensar más abierta y flexible, demasiada gente confunde relativismo con la licencia para ser inculto. ¿No se ha oído decir que «todo es opinable»? Resulta que la Ley de la gravedad -al menos sus efectos- no es opinable, la velocidad de la luz se ha podido comprobar y la teoría de la evolución es la mejor herramienta que hemos encontrado hasta ahora para describir la historia biológica en este planeta. Y así con un montón de cosas poco o nada opinables fuera de los marcos especializados.

Un ejemplo paradigmático del pensamiento débil es la medicina alternativa (sic). El ‘reiki’ y la acupuntura movilizan «energías» que nadie ha sido capaz de medir ni describir nunca en condiciones controladas y reproducibles; la homeopatía ignora el número de Avogadro -fundamental en la química moderna- porque Amedeo Avogadro lo describió décadas después de que Samuel Hahnemann inventara la homeopatía; si analiza cualquier preparado homeopático sólo encontrará excipiente -usualmente sacarosa- pero ningún principio activo; por debajo de lo que describe el número de Avogadro, la sustancia pretendidamente contenida es indetectable porque está ausente. Los postulados de Hahnemann -que paradójicamente pocos seguidores de la homeopatía conocen en profundidad- sostienen que el agua «recuerda» los elementos con los que ha estado en contacto. Como el agua tiene un ciclo muy complejo y entra en contacto con un montón de sustancias -piénsese en la taza del vàter-, si Hahnemann tuviera razón el agua sería el producto más tóxico del planeta. Cuando se toman píldoras homeopáticas ustedes toman sacarosa y sus prescriptores les toman el pelo y el dinero.

Es claro que un montón de gente dice «a mí me funciona». En la Antigüedad, los augures abrían en canal determinados animales y, en función de cómo vieran las vísceras, hacían su predicción, siempre oscura, siempre interpretable. Recordemos qué les pasaba a brujas y herejes en la Edad Media; gente inofensiva era torturada y quemada por pensar diferente y ser un poco raritos. Les aseguro que los augures funcionaban y que las brujas quemadas dejaban a las comunidades que se libraban de ellas mucho más tranquilas. A ellos les funcionaba. Podemos pensar que a los chinos siempre les había funcionado la acupuntura, pero la mortalidad infantil, en China, sólo comenzó a bajar tras la introducción de la medicina occidental. Más de lo mismo ocurrió con las vacunas: antes de su invención la muerte de un hijo era ley de vida. La pregunta no era si se moriría alguno sino cuántos se morirían. La realidad es así de terca y mirar hacia otro lado no la modifica -que le pregunten al niño de Olot-. Actuar en contra de la realidad y a favor de los propios prejuicios se puede llamar superstición o religión, pero no es una manera demasiado inteligente de gestionar el día a día. El altermundismo de la monja constituyente no hace que sus tesis contra la vacunación se sostengan. Hay gente incapaz de separar el grano de la paja y a la que le da mucha pereza el trabajo, pesado, documentarse y pensar. Ser bueno e ir de bueno no da la razón.

Creer en algo porque a mí me ha funcionado una vez es empirismo; creer en algo porque alguien con la formación para saberlo lo ha investigado con el método adecuado y lo ha compartido con una comunidad que ha confirmado sus resultados es ciencia. En contra de lo que cree mucha gente, la ciencia funciona a base de teorías que sólo esperan la teoría siguiente, ya sea porque la perfecciona o la refuta. Tan sólo las religiones y las creencias basadas en supuestas realidades indemostrables se mueven en el terreno de las verdades absolutas. La ciencia, no. Un científico es alguien acostumbrado a cambiar de opinión, depende su trabajo. Quizás le duele desdecirse, pero todos tenemos un poco de amor propio.

Si confundimos empirismo con ciencia nos haremos daño. Si no comprendemos el método científico -desde Karl Popper la cosa está bastante explicada, es una búsqueda constante, nunca un punto de llegada- iremos por el mundo a tientas. No se trata de que todos seamos científicos, sino de entender cómo trabaja la ciencia para poder confiar en esa gente que sabe más que yo en cuanto a la descripción de la realidad que me rodea. Si no estamos dispuestos a confiar en gente que sabe más tendremos que estar dispuestos a volver al paleolítico, donde la realidad física era abordable por cualquier persona.

Otro ejemplo de pensamiento débil es la interpretación de ciertas realidades complejas como la Guerra Civil de Siria. Solemos oír que «Europa debería acoger a los refugiados», que «Occidente es culpable de la situación» o que «el problema es que les vendemos armas». Ahora no voy a poner en duda ninguna de estas afirmaciones, lo que sí dudo es que la mayoría de los bienintencionados que las pronuncian sepan qué están diciendo.

Para entender qué pasa en Siria en particular y en Oriente Medio en general, hay que tener algunas nociones. En primer lugar, una idea esquemática de la historia europea de los últimos doscientos años. Nos irá bien entender qué era, cómo funcionaba y cómo cayó el Imperio Otomano. Convendrá tener nociones de quienes eran Mark Sykes, François Georges-Picot (Acuerdos Sykes-Picot), Arthur Balfour (Declaración Balfour de 1917), Hussein bin Ali o Thomas Edward Lawrence -más conocido como Lawrence de Aràbia-, y cuál fue su papel en la historia de la región porque cuando decimos «la culpa es de Occidente» ellos deben salir retratados. Imprescindible conocer el alcance geográfico, la cronología básica y los hechos que afectan a la región durante la Primera (1914-1918) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Interesantes son el wahabismo, Gamal Abdel Nasser, Mohammad Mosaddeq, ARAMCO, Mohammed Reza Pahlavi -alias ‘Sha de Persia-, Anwar el Sadat y Ruhollah Jomeini -alias ayatolá Jomeini-. Fundamental entender qué era lo Partido Baas y la familia El Asad. Saber discernir entre chiísmo y sunnismo, su relación y diferencia. Añadamos la creación del Estado de Israel y las tres guerras -1.948, 1967 y 1973, sin contar la Crisis de Suez de 1956 y el enquistado conflicto palestino- con sus vecinos árabes; con todo ello tan sólo tendremos rascada la superficie y entenderemos que se trata de una realidad muy, muy, muy compleja. Ni de lejos sabremos formular soluciones.

Lo que más me sorprende es que nunca he oído a (casi) nadie -todavía menos desde la bienintencionada izquierda alternativa- diciendo que una posible solución es militar y pasa por invadir Siria y todo el Oriente Medio. Quien piense que me he vuelto loco que recuerde -si es que lo sabe- cómo se tuvo que terminar la Segunda Guerra Mundial o que esta opción, la invasión total de la región, no se ha probado nunca en época moderna ni contemporánea. ¿Quiere decir esto que yo soy partidario de tal cosa? No, pero la honestidad intelectual pasa por contemplar, también, este tipo de opciones porque la realidad humana reciente ha pasado demasiadas veces por aquí. No sé cómo acabar con la guerra de Siria ni cómo resolver la crisis de los refugiados, pero sí sé que la simplificación no es el camino. Si no conoce la mayoría o ninguno de los factores que he mencionado ni siquiera está en disposición de entender qué pasa, mucho menos de recetar soluciones. Si cree que el pacifismo es la única salida es que desconoce -u olvida- las consecuencias de los Acuerdos de Múnich de 1938 o los efectos reales de la no intervención de Francia y Gran Bretaña en la Guerra Civil española. Así de difícil es la realidad, a veces.

 

Periodismo epidérmico y pensamiento blando

La causa y consecuencia del pensamiento débil es el periodismo epidérmico, gallináceo, emocionalmente exaltado. Es un periodismo fundamentalmente inculto porque no explica las causas profundas de lo que pasa.

Los periodistas incultos y descuidados dimiten de su función esclarecedora. Tan grave fue el tratamiento que los medios dieron al Crimen de Alcasser como lo que están haciendo de la crisis del refugiados sirios. Pocos pasan de la anécdota, de la foto impresionante, del testigo pavoroso, de la cifra impresionante; de muy poco interés si lo que queremos es contar una realidad compuesta de miles de fotos impresionantes y miles de testigos aterradores, pero a golpe de foto y testimonio tendremos la revista pornográfica del refugiado, no una interpretación que nos ayude a entender qué pasa. Si la prensa no me ayuda a entender qué pasa, ¿de qué sirve? Si la principal función de un diario es vender periódicos sus periodistas están atrapados en una trampa circular imposible.

Nassim Nicholas Taleb, autor de la teoría del cisne negro -nada que ver con la película-, afirma que los diarios desinforman porque han caído en una narrativa dominante que oculta los hechos. Fíjese en muchos de los artículos que llenan las secciones de Internacional, Política o Sociedad; le cuentan una historia, se lo explican bien, pero una vez leídos no entienden mejor los hechos. Muy pocos periodistas tienen la capacidad de contar una historia de manera que el lector acabe entendiendo mejor la cuestión. No todos pueden ser Robert Fisk y, puestos a elegir, prefiero un buen periodista a un buen narrador. No es lo mismo.

Para ser buen periodista se debe ser culto, muy consciente de los límites y de la propia incultura. Para ser un buen narrador basta con ser hábil; es una habilidad que cuesta adquirir, pero es buena para la ficción literaria, no para el periodismo. No es lo mismo.

La cultura, entender el mundo y adquirir las herramientas intelectuales, cuesta tiempo y esfuerzo. El eslogan «otro mundo es posible» es cierto, pero debería ir acompañado de su corolario: «otro mundo costará mucho» u «otro mundo será muy difícil». El problema no es sólo obviar estas precisiones; se parte de una narrativa simplificadora que permite que cualquiera que haya escuchado cuatro eslóganes crea que entiende cuestiones cuya complejidad inhabilita a la mayoría -entre la que me incluyo- para tomar determinadas decisiones.

La última frontera del pensamiento débil es el pensamiento blando, muy practicado por algunos -cada vez más- periodistas catalanes con tan buenas intenciones como pocas luces. Sus columnas suelen ser bombas de azúcar que hacen las delicias de nuestra tía, la única cosmovisión que mucha gente tiene de la vida y, por extensión, en la única visión legítima. El buenismo como un estéril tapacubos de los que discrepan.

El pensamiento blando es emocional, pone la narración ante todo y desinforma. Es un pensamiento deficiente porque va por el mundo con un filtro que lo presenta todo de color rosa o de color negro. Prima las experiencias personales y anecdóticas -«era muy buena persona, me ayudaba a subir la bolsa del súper, quien podía imaginar que pondría una bomba»-, arrincona los hechos que no encajan con su historia preconcebida. No es irracional como la religión, es arracional. Aparta aquella parte de razonamiento que no conviene a la propia retórica y no permite que la realidad le estropee una bella idea, todavía menos un bello titular o una feliz idea. El pensamiento blando es catastrófico como herramienta para conocer e interpretar la realidad. En manos de un periodista es una herramienta de desinformación masiva. Son los diarios que tenemos.

 

Pensar cuesta

Pensar bien es difícil, exige esfuerzo y hacerlo de manera útil -en el sentido de que el pensamiento se derive de la comprensión de lo que nos rodea- cuesta aún más. Quien crea que con cuatro consignas se puede ir por el mundo se estrellará contra la realidad, no porque las consignas sean falsas, sino porque detrás de cada afirmación debería haber trabajo, reflexión y honestidad intelectual. Esto no elimina la disidencia ni la discrepancia. No hay una forma correcta de pensar que nos lleve a las conclusiones correctas -otra deficiencia del pensamiento débil y el pensamiento blando es pensar tras formular la consigna-; lo que sí hay es cierta disciplina mental que nos debe guiar en nuestra relación con la realidad.

La buena noticia es que si enseñamos a los niños a pensar, cuando sean mayores no les costará nada hacerlo. La mala noticia -para muchos padres miedosos- es que a pensar se aprende en casa. La escuela -el ‘capacico de las hostias’ (el chivo expiatorio) cuando nuestros hijos no hacen nada bien- tan sólo es un complemento (indispensable).

Es imposible que un ser humano asimile todo el conocimiento disponible. Esto nos debe hacer humildes. Cualquier intento de saberlo todo será tan fútil como ridículo. Una vez asumido que la clave no reside en saber cosas, en acumular conocimientos, debemos pensar con método. Sólo si pensamos de una manera flexible pero rigurosa seremos capaces de ir por el mundo discerniendo entre lo que sabemos, lo que no sabemos pero podemos entender y lo que ni sabemos ni podemos entender. Todos, en un momento u otro, nos encontramos en una de estas tres situaciones.

Sin embargo, cualquier método necesita un mínimo de cultura general si no queremos correr el riesgo de caer bajo el efecto Dunning-Kruger. La Wikipedia define este efecto como:

«El efecto Dunning-Kruger es un sesgo cognitivo, según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, midiendo incorrectamente su habilidad por encima de lo real. Este sesgo se explica por una incapacidad meta-cognitiva del sujeto para reconocer su propia ineptitud. Por el contrario, los individuos altamente cualificados tienden a subestimar su competencia relativa, asumiendo erróneamente que las tareas que son fáciles para ellos también son fáciles para otros».

Un caso extremo del efecto Dunning-Kruger es cuando el individuo ni siquiera dispone de los mínimos conocimientos necesarios para hacerle entender las cosas. Este efecto esconde una interesante y divertida paradoja: yo podría sufrirlo, este artículo sería la prueba y no me daría cuenta. A cualquier lector que pensara que yo soy su víctima le podría pasar lo mismo.

NUVOL

http://www.nuvol.com/opinio/contra-el-pensament-feble/