Rufián es Otegi

Para entender la indignación que ha generado el estreno de Gabriel Rufián en el Congreso habría que estudiar el papel que la prensa ha jugado en la construcción de la imagen de Catalunya. Rufián no es el negrito bueno que ERC pone a las listas para ganar votos en el área metropolitana. Esta lectura la hacen los españoles y los indígenas intoxicados por décadas de periodismo traumatizado por el franquismo y por el nazismo.

Junqueras sabe que el independentismo entrará en el área metropolitana el día que la Generalitat transmita seguridad a los ciudadanos más vulnerables. También sabe que esto será más fácil a medida que se desvanezca la memoria del dolor que sufrieron las masas de gente que llegaron a Catalunya durante la dictadura. Rufián indigna a los españoles -y a los catalanes que se aprovechan de los fantasmas de la inmigración- porque su actitud libera, de la propaganda de la prensa, el sufrimiento de tres generaciones.

Rufián es el Otegi de Catalunya. Lo que molesta de su insolencia es que disuelve los tapones emocionales y los prejuicios que dificultaban el debate sobre la independencia. Rufián da fuerza moral a los catalanes de ocho generaciones que han vivido atrapados entre de la derrota i el temor de ser acusados de xenófobos o insensibles. A su lado, Pujol y la izquierda caviar son meros traficantes de compasión, mientras que Arrimadas y Garcia-Albiol aparecen como las criadas del Estado.

Durante medio siglo la prensa ha utilizado la inmigración para disfrazar de cosmopolitismo y de tolerancia la españolización de Catalunya. El gran éxito de Franco fue folkloritzar la memoria subversiva del país, castellanizándola. A medida que la censura y el ejército perdieron poder persuasivo, los diarios extendieron la idea de que el catalanismo era un invento de la burguesía. La llegada masiva de pobres en plena dictadura sirvió para dar credibilidad a esta idea, que ya defendía el lerrouxismo. Las masacres étnicas producidas en Europa durante el siglo XX, se han aprovechado abastamente para poner bajo sospecha a los catalanes demasiado catalanes.

El impacto lingüístico de la inmigración es una broma al lado del negocio que la prensa ha hecho con la pobreza y el desarraigo, para que el Estado tuviera controlada a Catalunya. La gran jugada del franquismo consistió en utilizar la inmigración para secuestrar la cultura urbana catalana y sustituirla por otra que resultara inofensiva para España. A partir de los años 60, la Barcelona de la Guerra de los Segadores, de 1714, de la Jamància, de la Semana Trágica o del 14 de abril se hizo desaparecer bajo la épica de los recién llegados. Así fue domesticada la Barcelona que Azaña y Espartero creían que había que bombardear cada medio siglo.

Con el país amordazado, no costó que la prensa regalara al imaginario español el monopolio de la contracultura y de las expresiones de espontaneidad más genuinas. Cuando ya no fue posible mantener la catalanidad en el ámbito privado, el imaginario de la inmigración sirvió para reducir el país a un mundo de campesinos y literatos. Antoni Tàpies se lo contaba a un corresponsal del New Yorker, en los años 60: el problema -le decía- no es solo que cueste publicar en catalán, el problema es que no se puede pensar en catalán. O sólo se pueden pensar ideas banales y periféricas.

Si Rufián ha removido los estómagos es porque vuelve contra el Estado el sistema que ha permitido que la cultura catalana haya crecido como una fantasía de barretina y calçotada. Si el mundo de los recién llegados no se hubiera convertido en el marco de referencia al país, el president Mas no hubiera podido decir que los catalanes hemos sido siempre un pueblo pacífico. Todos los intentos fallidos que la iglesia había hecho para limpiar la lengua catalana de palabrotas, encontraron solución a partir de los años 60 cuando la dominación militar pasó a ser más de tipo cultural.

Con Rufian, los discursos que han permitido que los políticos identificaran el país real con el país de la inmigración, han dejado de estar al servicio del Estado. Por eso hay tanta gente irritada con el diputado de ERC, y por eso Joan Tardà quedó como un monaguillo a su lado. Tardá es fruto de una larga autocensura, mientras que Rufián no pretende hacerse perdonar ningún pecado.

EL NACIONAL.CAT