Paisaje, patrimonio y políticas públicas

Tendemos a ser bastante binarios: esto es bueno y eso malo; esto vale la pena y eso nada; esto se debe proteger y aquello no es necesario. Tengo la impresión de que esta idea afecta también a las políticas públicas, tanto las de carácter territorial, ambiental y paisajístico como a las de carácter patrimonial y cultural. Lo que está catalogado e inventariado, ya sea un espacio natural o un bien cultural, será objeto de protección, en diferentes grados y en función del ordenamiento jurídico vigente; pero lo que no lo está, permanecerá en el olvido y en la indiferencia, en una especie de tierra de nadie donde no se sabe muy bien qué hacer ni cómo.

Creo llegada la hora de cambiar de perspectiva, de superar esta mirada desfasada del territorio y del patrimonio en forma de manchas de aceite: en un lado, ámbitos geográficos y bienes culturales bien delimitados que serán objeto de medidas de protección y, en el otro, el resto, los territorios de la vida cotidiana y los miles y miles de objetos y de elementos patrimoniales no inventariados ni catalogados que permanecen a la intemperie. Una estructura parcelaria milenaria, unos bancales centenarios, una red de caminos determinada, una cabaña de piedra seca, las casetas de los peones camineros, los anuncios publicitarios de las décadas de 1940 o 1950 que todavía salpican muchos rincones del país, etc., etc., difícilmente serán nunca declarados bienes culturales de interés local ni bienes culturales de interés nacional, pero no por ello dejan de tener interés. Quizás no serán protegidos ni inventariados siguiendo los parámetros habituales de la catalogación patrimonial, pero sí se deben poder incluir en la gestión cotidiana y dinámica del territorio, y también en la urbanística. No se trata de proteger todo; se trata de ser sensibles a todo. Si algo pueden aportar los estudios de paisaje en el mundo del patrimonio es precisamente esta visión global, holística, integradora del paisaje; una visión que permite entender tal o cual elemento patrimonial no como un artefacto aislado, sino como una pieza más de un conjunto, es decir, de un paisaje que le da sentido y razón de ser.

El paisaje actual es la suma de capas y capas de historia que nos remiten a un pasado más o menos lejano. En un continente tan humanizado como el europeo, el valor patrimonial del paisaje es excepcional y hay que tenerlo siempre presente en el ámbito de las políticas públicas, sobre todo en las de carácter territorial y cultural, independientemente de si tal o cual paisaje (en bloque o por fragmentos) está catalogado. Deberíamos ser capaces de entender el enorme potencial que tiene la dimensión histórica del paisaje a la hora de proporcionar información relevante para su futura gestión y planificación: las tipologías constructivas, los modelos de poblamiento, las estructuras parcelarias y sus límites, las infraestructuras de contención de suelos, los sistemas de riego, la red de caminos públicos y vías pecuarias, las tramas urbanas y un largo etcétera son huellas que nuestros antepasados han dejado impresas en el paisaje y que han conformado nuestra matriz paisajística.

Los paisajes actuales son el resultado de siglos de historia y estas huellas del pasado que perviven en el territorio presente no sólo contribuyen a definir la identidad de un determinado paisaje, sino que constituyen elementos básicos para pensar su futuro. Por eso no es extraño que Europa, un continente con una enorme diversidad de paisajes humanizados, cuente con una rica tradición de estudios de geografía histórica y de caracterización histórica del paisaje. No se trata sólo de conocer mejor el pasado, sino de conseguir que este conocimiento se convierta en un instrumento útil para los gestores y planificadores del territorio, además de actuar como poderosa vía de sensibilización ciudadana. Cuando un territorio pierde su memoria, pierde su identidad, su sentido del lugar, su singularidad, y comienza a banalizarse. El territorio es el receptáculo del pasado en el presente. El tiempo se ha fugado, pero el paisaje permanece y es a través de este libro abierto como accedemos cotidianamente a un pasado que todo lo empapa. El proceso de construcción de una identidad cultural colectiva es, sobre todo, un proceso de territorialización de la historia y de historicidad del territorio que queda plasmado en el paisaje, no sólo en aquellos que han sido objeto de reconocimiento institucional por el hecho de ser depositarios de una serie de valores oficialmente reconocidos, sino -y sobre todo- en los paisajes de la vida cotidiana.

ARA