Ensoñación para un tiempo nuevo

Hace veinte años…, cuarenta años, setenta y un años, setenta y cuatro años, ciento treinta y dos años, doscientos treinta y cuatro años, quinientos años, seiscientos treinta y seis años, seiscientos ochenta y tres años… hace setecientos quince años… son las claves históricas que nos separa a los pueblos vascos de la ansiada unidad nacional. Nos han disgregado por la fuerza y también por la política artera. Han intentado esas veces y otras tantas despojarnos de nuestra identidad para vestirnos con extraños ropajes que nunca nos han satisfecho. Queremos ser lo que somos en el concierto de los pueblos del mundo, sin renunciar un ápice de nuestro ánimo nacional, sin hacer rebaja de nuestra confraternidad vasca. El tiempo histórico que nos separa del reino vascón forjado tras la batalla de Orreaga en 778, con sus fechas lacerantes de división territorial, permanece intacto en nuestra reclamación continua de seguir siendo un pueblo fiel a su lengua ancestral, a sus costumbres peculiares, a su derecho democrático estampado en nuestros Fueros, a su concepto de justicia social.

Nunca hemos estado tan cerca de conseguir nuestro ideal. Los cuatro alcaldes de las capitales vascas pueden entenderse en la lengua milenaria y extenderse las manos en una búsqueda de mejoras sociales y políticas, y dos presidentes del país de los vascos, en su día para Roma vascones, pueden dialogar en la misma con fluidez. Es un hecho que nace de mucho sufrimiento anterior, pero también del implante de las universidades en nuestro país, de la mayor conciliación entre cultura y economía, de una conciliación social que desborda las barreras de la política de caciques cerriles que, apartando a Nabarra de su lugar natural, pretende crear en ella un reino de taifas.

Hago recuerdo de las personas que nos han llevado con la lucha de una vida a este momento histórico sin precedentes: a un Manuel Irujo que se dedicó enteramente a esta misión de unidad, a esta unión de unidades de los pueblos vascones, a su familia desperdigada en el exilio, pero en él trabajadora infatigable por la causa de Euskadi. No cabe mejor herencia cultural que la editorial Ekin de Buenos Aires, que trajinó de la mano de López Mendizabal y Andrés Irujo, restaurando la memoria que los franquistas intentaban arrasar en haces de fuego; como la labor de Radio Euzkadi7Euzkadi Irratia de Venezuela, donde un miembro de la familia Irujo, Pello, conformaba el equipo nuclear de aquella información de resistencia vasca. De un alcalde de Lizarra asesinado y abandonado en el límite de un cementerio en Tajonar sin otra acusación que ser nacionalista vasco.

Hemos resistido, cada quien en su baluarte, pero hemos llegado no al final del camino, sí a un cruce importante del mismo. Y una se queda haciendo memoria de aquellos hombres y mujeres que se acercaron al batzoki de Iruña, luego alkartetxe, hace cuarenta años, cada quien desde su posición, pero todos integrando un idealismo fervoroso. Recuerdo aquella multitud que colmaba el salón dispuesta a ensobrar los papeles de las primeras votaciones, cada uno de ellos hablando de sus recuerdos penosos de represión durante cuarenta años. Del renacimiento esperado de una nueva política para bien de los navarros y conciliación de las separaciones históricas con Nabarra. Yo les veía las manos encallecidas, algunas deformadas por la artrosis, pero recuerdo más los ojos brillantes de esperanza por los tiempos venideros. Los mítines de aquel tiempo estaban cuajados de esa esencia de porvenir, de esa magia de reencuentro, de esa confianza de que en el futuro juntos estaríamos mejor que en el pasado separados.

Me vienen a la memoria muchos nombres, infinitos rostros, palabras que brotaron en el ardor de aquellos concilios, abrazos de solidaridad, las lágrimas con que la derrota empapó nuestros ojos pero no logró encorvar nuestros hombros porque habíamos resistido demasiado, nosotros y nuestros antepasados, para resignarnos a la claudicación. En el abrazo de consolación cabía un respiro en la marcha para seguir en la línea de nuestros propósitos, ajenos a la violencia, que la había armada e institucional a partes iguales, y persistir en la idea de que los pueblos que un día forjaron el reino de Nabarra, el mayor acierto del genio vasco al decir de Manuel Irujo, pudieran volver a encontrarse para juntos labrar un destino donde cupieran tanto la armonía social como la cultural. Donde con los brazos abiertos pudiéramos ejercer nuestras capacidades administrativas y empresariales, nuestros vínculos económicos y culturales, sin ofensa para nadie pero para contento de todos. Esa sociedad soñada como un paraíso ajardinado con flores y frutos, aunque forjada en el duro quehacer de una herrería, fragua, fuego, esfuerzo humano, sudor y lágrimas.

Es un día glorioso el que estamos viviendo hoy, aunque nos esperan días de grandes esfuerzos. No podemos dejar sola a la presidenta Barkos en sus funciones, ni a su equipo, porque debemos estar todos como un solo hombre, como una sola mujer, en la vigilancia de nuestro quehacer. Depende de ello nuestro porvenir, el que hemos forjado desde la prehistoria de Europa. Pocos pueblos llevan sobre sí esta carga inmemorial y pocos pueblos como el vasco están dispuestos a soportarla. Y me quedo con mi ensoñación, que de lejos al molino, le viene el agua/ urrutiaren boluradator ura… según nuestro proverbio.

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