El lío de Ucrania

La disolución de la URSS tras la Conferencia de Minsk de 1991, celebrada entre Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán, tuvo como correlato la desaparición del Pacto de Varsovia.

Este cataclismo geopolítico se produjo sin apenas enfrentamientos graves y sin intervención externa alguna y con una comunidad internacional atónita ante lo que parecía una implosión controlada de la segunda gran potencia mundial.

Según Mijail Gorbachov, último presidente de la URSS, tal proceso fue posible por el “acuerdo tácito” entre las grandes potencias sobre que el cambio no alteraría el status quo del equilibrio militar en Europa Oriental, así como tampoco los límites territoriales surgidos tras la II Guerra Mundial acordados en Postdam, lo que equivalía a una “finlandización” del Este de Europa.

Tras la proclamación de su independencia en 1991, Ucrania firmó en 1994 el Tratado Start I, así como el Tratado de No Proliferación Nuclear, para lo cual había llegado previamente a un acuerdo tripartito con Rusia y EEUU por el que renunciaba al arsenal nuclear heredado de la URSS y retenía parte de la flota del Mar Negro. A cambio, Rusia reconocía la soberanía de Ucrania sobre Crimea, aunque esta a su vez cedía a Rusia, por veinte años prorrogables, el control y la utilización de Sebastopol como base de su flota en aquel mar. EEUU, por su parte, además de ser garante de este acuerdo se comprometía a ayudar a Ucrania en la costosa y difícil clausura y sellado de la central nuclear de Chernóbil y a un generoso programa de ayuda económica para la construcción de nuevas centrales nucleares. Este ambiente de distensión y colaboración propició incluso que Ucrania firmase en 1994 un Acuerdo de Cooperación con la NATO sin que Rusia pusiera ninguna objeción.

Pero aquel “acuerdo tácito” que facilitó el deshielo post-soviético y que nunca había sido formalizado en ningún tratado internacional no perduró y tanto los antiguos miembros del Pacto de Varsovia, primero, como las repúblicas bálticas ex-soviéticas, después, se fueron integrando en la UE y, lo que era más grave para Rusia, incorporando a la NATO, con lo que se alteraba radicalmente el anterior status quo militar en Europa. Por otra parte, el principio de la intangibilidad de las fronteras surgidas de Postdam se rompió con la declaración unilateral de independencia de Kosovo, que EEUU y la mayoría de los estados miembros de la UE y la NATO reconocieron a pesar de las denuncias de Serbia y Rusia.

Después de su independencia en 1991, la situación política de Ucrania se fue enrareciendo a medida que se agudizaban su estancamiento económico, la obsolescencia de su industria pesada y la ruina de los restos del sistema asistencial soviético, todo ello en medio de una asfixiante corrupción institucional nacida de los procesos de privatización, a menudo fraudulentos, de los activos económicos estatales soviéticos, que dio lugar al surgimiento de una nueva clase capitalista poderosa y parásita que controlaba a los políticos que se turnaban en el poder y participaban en el reparto del botín.

Ni Kravchuk, ni Kuchma, post-comunistas y rusófilos; ni Yutchenko, nacionalista y europeísta, fueron capaces de mejorar nada. Este último, que había accedido a la presidencia en 2004 en medio de grandes expectativas de regeneración y cambio después de liderar junto a Julia Timoshenko la Revolución Naranja que había conseguido obligar a repetir unas elecciones supuestamente fraudulentas ganadas por el rusófilo Yanukovich, fracasó a causa de la incompetencia y de las divisiones dentro del movimiento naranja, pero sobre todo por la prevalencia de la corrupción institucional que lo contaminaba todo, provocando graves crisis parlamentarias que obligaron a varios adelantos electorales. En uno de éstos, el abierto enfrentamiento entre Yutchenko y Timoshenko propició la victoria del rusófilo Yanukovich, quien con su Partido de las Regiones obtuvo la victoria en las elecciones presidenciales y legislativas de 2009.

Ante el agravamiento de la situación económica y social debido a la incidencia de la Gran Recesión, sobre todo a partir de 2010, Yanukovich, contra el guión previsto, inició un acercamiento a la UE en busca de un acuerdo de asociación. Bruselas respondió con desgana y presentando unas duras condiciones económicas que implicaban dolorosos recortes sociales en una sociedad empobrecida y, lo que es más grave, mostrando una absoluta falta de visión estratégica en el diseño del futuro de Europa. Cuando a finales del 2013 la negociación con la UE estaba muy avanzada, Rusia hizo a Ucrania una oferta de acuerdo económico y comercial muy favorable y a la medida de sus necesidades urgentes, lo que provocó la congelación de la negociación con la UE y la apertura de otra con Rusia en lo que parecía una hábil maniobra que fortalecía la posición negociadora de Ucrania hacia ambas bandas.

Ese sentimiento constituye la principal seña de identidad del nacionalismo ucraniano más radical y tiene sus raíces en historias más cercanas que la legendaria rivalidad entre Kiev y Moscú o los enfrentamientos religiosos entre la Iglesia católica uniata y la Iglesia ortodoxa, concretamente en la Guerra Civil que siguió a la Revolución de 1917 y que enfrentó a la República de Ucrania (capital en Kiev) y la República Socialista Soviética de Ucrania (capital en Kharkov), con victoria final bolchevique y las trágicas consecuencias posteriores de represión del nacionalismo, colectivización forzosa con millones de muertos por hambrunas, todo ello bajo el terror staliniano, y cuyas heridas se reabrieron con la invasión nazi en 1941, que explotó el sentimiento nacionalista antiruso, lo que tuvo luego su revancha con el regreso del Ejército Rojo en 1944.

En el clímax de este enfrentamiento, una mediación in extremis por parte de la UE y Rusia en el marco de la OSCE en febrero de 2014 pareció dar una salida al conflicto con un “acuerdo” entre el gobierno y la oposición que contemplaba la renuncia anticipada de Yanukovich en seis meses y nuevas elecciones; pero el sector más extremista del Maidan no asumió el acuerdo y relanzó las ocupaciones de sedes oficiales en medio de fuertes acciones represivas y con elementos incontrolados y criminales provocando numerosas muertes por ambas partes. Los revolucionarios ocuparon ministerios y la sede presidencial, lo que obligó a Yanukovich a huir a Kharkov, y rodearon el Parlamento con la desbandada de los diputados rusófilos. En esta situación, el “parlamento resultante” sin el quorum legal exigido, destituyó a Yanukovich y nombró un gobierno provisional para organizar nuevas elecciones y acordó la supresión del ruso como lengua cooficial, en una agresión torpe y gratuita contra la mayoría rusófona de las regiones del Este. Rusia denunció la ruptura del acuerdo alcanzado en el seno de la OSCE y calificó la destitución de Yanukovich de golpe de Estado contra un régimen democrático, pero una UE vergonzante prefirió olvidar que ella misma había sido uno de los garantes de aquel acuerdo y se puso de perfil para luego, junto con EEUU, reconocer al gobierno provisional y al nuevo presidente elegido Piotr Poroshenko y alinearse con Kiev en la defensa de la integridad territorial de Ucrania.

En el Este del país, las cosas tomaron otro camino con una abierta rebeldía frente al gobierno de Kiev, boicot a las elecciones convocadas y celebración de elecciones y referéndums propios de independencia en Crimea, primero; y Donets y Lugansk, después. Además, el Ejército de Kiev no pudo evitar embargo la separación de la península y su incorporación a Rusia ni la consolidación de los gobiernos rebeldes rusófonos, a los que Rusia, aunque no aceptó su integración como sí había hecho con Crimea, les dio pleno apoyo logístico y militar, lo que ha conducido finalmente a una guerra abierta que, salvando las distancias, supone una vuelta a la guerra civil de 1917-1919.

La sorprendente conclusión es que la actual República de Ucrania es una construcción soviética, más concretamente una obra de Stalin, quien primero impuso la unión de las dos Ucranias surgidas de la Revolucion de 1917 en una única Republica Socialista Soviética de Ucrania a la que fue añadiendo territorios: la Galitzia, Ruthenia, Bukovina y Bessarabia (1939) y hasta el Mar Negro y desde el Dnieper hasta el Danubio, es decir los territorios de la “Nova Rossia” conquistados por Catalina la Grande a los tártaros y los otomanos en el siglo XVIII. En 1954, Khruschov puso la guinda al pastel de la gran Ucrania cocinada por Stalin con la anexión de Crimea. Estos son los fundamentos de la integridad territorial de Ucrania. Hoy se mantiene una frágil tregua con las posiciones enrocadas. Kiev no admite la integración de Crimea en Rusia ni la independencia de Donets y Lugansk, y estos no reconocen al régimen de Kiev nacido de la revolución del Maidan. Por su parte, la UE y EEUU apoyan las posiciones de Kiev pero se abstienen por ahora de proporcionar armamento moderno a su Ejército, lo que podría reactivar la guerra y eventualmente propiciar una intervención militar directa de Rusia con el riesgo de un choque frontal con la NATO en el teatro del Mar Báltico con consecuencias imprevisibles para Europa… y para todo el mundo.

Desde su independencia en 1991, su situación política se fue enrareciendo a mediada que se agudizaban su estancamiento económico y la obsolescencia de su industria pesada

El Principado de Kiev nunca llegó a integrar ni de de lejos todos los territorios que integran hoy Ucrania. De hecho, “Ucrania” significa “frontera”

 

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