Sobre el hombre

A Alain Finkielkraut le inquieta una sociedad en la que, del poeta al funcionario, todo el mundo dice lo mismo y la cultura -«el arte de hacer sociedad con los muertos»- deja paso a la simple inteligencia -«el arte de poner en marcha neuronas y ordenadores»-. En este espacio sólo hay lugar para el artificio (la maleabilidad total del ser decretada por la técnica) y para el multiculturalismo (la plasticidad absoluta del hombre firmada por las ciencias sociales). El multiculturalismo es el grado cero de la cultura. «El valor de una obra no procede ya de su belleza, de la novedad que introduce en el mundo o de la capacidad de iluminar la oscuridad, sino de su representatividad social o cultural». Los pensadores han sido sustituidos por los delegados, los artistas por los agitadores. «Se respeta todo por no tener ya nada que admirar».

Este alegato contra la disolución del hombre sujeto cultural en el hombre estricto portador de derechos me permite reincidir en la defensa de las humanidades. El hombre está aún por descubrir. ¿Hay espacio para un humanismo bio-eco-ciber? ¿La ciencia puede ser humanista? ¿La tecnología podrá con todo? Alguien tiene que hablar del bien y del mal, de lo bello y del siniestro, de la verdad y del error, sin prejuicios. Alguien tiene que defender la humanidad del hombre -no todo es posible, todo podía haber sido de otra manera- y la singularidad de su capacidad creativa. Alguien tiene que apostar por el placer de lo que no es necesario en términos de eficiencia y de resultados, como la filosofía, que en tanto que discurso prescindible puede ser más libre que ninguno. Alguien tiene que seguir dando sentido a los humanos, a los posthumana o al hombre de las mil prótesis. El pensamiento ha abandonado el principio de la sospecha para convertirse en discurso de legitimación. Por este camino no hará más que aumentar su irrelevancia: quien se entrega no se hace respetar. Y esto no quiere decir que las humanidades sólo existen a la contra: no deben tener miedo ni a decir que sí ni a decir que no. Dicho de manera camusiana: el hombre es la fuerza que todo lo crea y la fuente de nuestros valores. Lo único que se nos pide es «ser capaces, como Proust, de ver la realidad con otros ojos», que no sean los de las ideas recibidas.

ARA