Wittgenstein

En agosto de 1918 la guerra está terminada. Un subteniente del ejército austriaco es internado en un campo de prisioneros de Monte Cassino. Es profesor de filosofía y acaba de terminar un tratado de lógica que lleva en la mochila. Escribe a su amigo Bertrand Russell: «He terminado un libro que contiene todo mi trabajo de los últimos seis años. Creo que he solucionado definitivamente todos nuestros problemas, puede parecer arrogante pero no puedo dejar de creerlo. Está escrito en sentencias cortas y puede resultar difícil de entender. Deshace nuestra teoría de la verdad, de las clases, de los números y todo lo demás. Lo publicaré en cuanto llegue a casa. «

Wittgenstein intenta publicarlo durante todo el 1918 y el 1919, pero los editores lo rechazan una y otra vez. En diciembre de 1919 se reúne con Bertrand Russell en La Haya para discutirlo y compartirlo. Russell propone a Wittgenstein escribir una introducción que se publicaría con el texto. Lo acepta pero la situación no cambia, y cuando en julio de 1920 le escribe a Russell para decirle que si lo quiere publicar lo puede hacer, él renuncia. El libro ve finalmente la luz en 1922 en Inglaterra.

El texto, de menos de noventa páginas, es la contribución a la lógica más importante del último siglo. La clave del libro está en su última frase: «Sobre aquello de lo que no se puede hablar hay que callar».

Están el mundo y los hechos, la realidad, existe el pensamiento que interpreta y configura esta realidad y existe el lenguaje que soporta el pensamiento y que se sitúa entre éste y la realidad. El libro quiere trazar un límite a la expresión de los pensamientos y este límite sólo puede ser definido por lo que los soporta, es decir el lenguaje, más allá de este lenguaje se pierde la lógica y entra por tanto de manera inexorable en el terreno de lo que él define como el absurdo, de hecho del sentimiento y la emoción.

Existe lo que puede ser dicho mediante proposiciones, es decir, mediante el lenguaje, y lo que no puede ser dicho, no puede ser pensado sino sólo mostrado o sentido, es esta diferencia el problema clave de la filosofía.

Los límites del lenguaje hacia fuera de éste, la lógica, la realidad y la ciencia son hacia dentro el silencio porque según Wittgenstein su obra se descompone en lo que dice pero también en lo que calla, y tan importante es lo uno como lo otro.

El planteamiento de que no hay pensamiento sin lenguaje y que los límites de aquel están determinados y condicionados por las carencias de éste es la esencia de la aportación original e innovadora de Wittgenstein. Es esta idea, una conocida y repetidamente planteada, pero establecer los límites y sobre todo hacer la diferenciación entre lo que se puede expresar y lo que no se puede expresar es un concepto fértil en sí mismo.

Bertrand Russell lo expresa con más claridad que el mismo Wittgenstein: «Para que una proposición pueda expresar un cierto hecho debe haber en ella cualquiera que sea la manera en la que el lenguaje esté construido, algo en común entre la estructura de la proposición y la del hecho». Es, pues, el afinamiento de esta relación lo que permite ajustar el lenguaje, hacerlo más preciso y por tanto enriquecer el pensamiento.

Hay un componente de misterio y de fascinación para el lector en el texto del libro de Wittgenstein para la conceptualización de las ideas, abstractas y genéricas, alejadas del pragmatismo de los casos concretos y los ejemplos. Que esta abstracción fuera escrita por un soldado que hace la guerra, se juega la vida y sufre cansancio, hambre, frío, miedo y soledad es un hecho que tiene difícil explicación pero la falta de tiempo, la dificultad que supone la carencia de espacio y seguridad para la reflexión, es quizá lo que explica la falta de influencia entre las circunstancias del entorno, la abstracción de la idea planteada y el resultado conseguido.

Hay en el texto frases de una gran fuerza que navegan como barcos por el mar de una sintaxis plana y a veces indescifrable pero que les da relieve y les permite relacionarse constituyendo un pensamiento a la vez sencillo y complejo.

No en vano la lógica es a la filosofía lo que la matemática es a la ciencia. Es de hecho una abstracción necesaria para llegar a la realidad de los hechos, del mundo, y explicarlo a través de lo que se puede expresar y no ciertamente a través del que sólo se puede «mostrar», es decir, sentir. Bertrand Russell llegó a la conclusión de que Wittgenstein era más un místico, «sentía», que un filósofo regido por los principios de la lógica…

EL PUNT – AVUI