Lo viejo, lo nuevo y lo honesto

La comparecencia del matrimonio Pujol-Ferrusola y de su hijo mayor ante la comisión de investigación del Parlamento de Cataluña sobre el fraude y la evasión fiscal y las prácticas de corrupción política, más allá del caso de esta familia, ha hecho transparentes aspectos poco honestos de la realidad social catalana de los últimos treinta o cuarenta años. Y aunque era previsible que los titulares se centraran en las figuras de los interrogados, creo que es oportuno abrir un poco más el foco para analizar el contexto general.

Por una parte, está el papel que hicieron los diputados de la comisión. Con excepciones honrosas, la mayoría llevaban los papeles mojados y no supieron pasar de preguntar por las insinuaciones publicadas en unos medios que se han distinguido por utilizar el rumor y la maledicencia como arma política. Pero no es eso lo más decepcionante. Lo que realmente me indignó es el estilo inquisitorial empleado por algunos diputados, que intentaban provocar a los Pujol para que perdieran los nervios y así poderlos terminar de hundir no políticamente -que ya lo están- sino mediáticamente. Fue deprimente ver el Parlamento al servicio de la revancha y el linchamiento. Que el diputado del antiguo partido comunista preguntara a Marta Ferrusola si no se avergonzaba de haber sido una mala madre cristiana no es que sea delirante, es que está entre el Tribunal de la Santa Inquisición y ‘Sálvame Deluxe’.

Por otra, está el hecho de la intervención prolija, impúdica y desvergonzada, más que arrogante, del mayor de los Pujol, y que destapó la parte más opaca del mundo de los negocios. Sí: este mercado que se supone que debería autorregularse con una racionalidad propia, estudiada en prestigiosas escuelas de negocios, resulta que -aquí, y en otras partes- está trufado de comisionistas y vividores; que se trafica con información privilegiada; que son determinantes los favores hechos y debidos, los amiguismos y las amiguitas; que está lleno de feriantes y embaucadores; que se mueve por filias y fobias personales; que tiene patrias, claro, y que se hace y se deshace, sin papeles, con la euforia alcanzada alrededor de la mesa de un buen restaurante. Y si Jordi Pujol Ferrusola puede ser un artista, méritos aparte, es que este mundo existe y es amplísimo. Un arte que también le sirve, como vimos, para apuñalar antiguos rivales políticos ahora en despachos de abogados, profesionales de la influencia como él. O para enviar un dardo envenenado al mismo presidente Mas, en contra de lo que -tengo testigos directos de ello- ha estado conspirando activamente cerca de la sociedad civil durante estos años fuertes del soberanismo.

Ambas cuestiones volvieron a poner al descubierto lo que hemos dado en llamar -equivocadamente- la «vieja manera» de hacer política y de hacer negocios. Pero sería de una gran hipocresía sólo escandalizarse por lo que pasa en estos ámbitos. Porque, ¿es que no son extensibles estos estilos a la vida académica, con las «viejas» redes de influencia entre catedráticos para arreglar concursos de profesorado? ¿Es que no podríamos poner al descubierto lo que pasa en el mundo de la cultura, con sus «viejos» mandarinatos? ¿Me dirán que el mundo del periodismo se libra de las «viejas» autoprotecciones gremiales y de las cuchilladas desleales?

Sí: hay una vieja manera de hacer política, pero también una vieja manera de hacer negocios, de entrar en la universidad, de prosperar como artista, de hacer periodismo o de vender televisores. Y esta vieja manera siempre ha convivido, afortunadamente, con otro estilo que no es nuevo: es honesto. Y como no soy ingenuo, ya me conformaría con que el balance entre lo viejo y lo honesto mejorara a favor del segundo. En cambio, reconozco que no soy capaz de creer que lo nuevo, sólo por el hecho serlo, cambie nada.

ARA