Adoctrinar no es educar

La publicación en el BOE de los contenidos curriculares y las competencias de la asignatura de religión católica de todos los cursos de la educación primaria y secundaria obligatoria, a propuesta de la Conferencia Episcopal Española, merece tres comentarios de urgencia. El primero, de carácter político. Aunque el ministro Wert ya ha agotado toda nuestra capacidad de sorpresa con su autoritarismo improvisado, hay que decir que en esta ocasión se trata de un currículum redactado por la Conferencia Episcopal y que, por tanto, los contenidos no son del ministro. En este plano político, lo que hay que analizar es cuáles son los fundamentos normativos de esta intromisión en el sistema educativo y la conversión de esta asignatura en voluntaria pero evaluable. Es decir, habría que saber qué contrapartidas políticas han obtenido cada una de las partes, gobierno e Iglesia católica, y qué intereses económicos y electorales han satisfecho.

El segundo es educativo. Queda claro que no se trata de una asignatura de formación religiosa, de «cultura religiosa», sino de doctrina católica. De catecismo. Y esta es la cuestión: ¿se debe escolarizar el adoctrinamiento? Sobre todo sabiendo que la entrada del adoctrinamiento en la escuela pública creará necesariamente una nueva fuente de debate y conflicto. Porque, ¿habrá que garantizar cualquier otra doctrina religiosa que pidan los padres y darle entrada? ¿Sólo tienen derecho las que tienen «concordato», si los obispos apelan a los derechos humanos? ¿Quién regulará el curriculum? ¿Y quién pondrá los límites de lo que son las Iglesias tradicionales para distinguirlas de agrupaciones confesionales poco o muy esotéricas? Para entendernos: ¿habrá clases de la Iglesia de la Cienciología?

Por último, se podrían escribir muchas páginas de consideraciones estrictamente religiosas sobre el currículo católico propuesto por los obispos. Ellos dicen que la asignatura «ayudará a ensanchar los espacios de racionalidad», y no de la fe. Pero, leído con calma, ¿cómo hay que coger eso que de Dios «se nos impone su existencia como evidente», o que hay que aprender a «identificar la necesidad de un Salvador para ser feliz»? Ante este curriculum, si yo quisiera una educación católica para mis hijos, evitaría que cogieran esta asignatura.

ARA