Veracidad lupanar

Principio bajo la sentencia del pensador cristiano Robert Sokolowski de que “la libertad no significa selección arbitraria, sino adherencia a lo que es mejor”. Lo que lógicamente implica, con anterioridad, una serie de condicionantes establecidos sobre las bases de la razón y de la verdad. Razón basada en el conocimiento y capacidad de discernimiento sobre su plasmación en la realidad. Es decir, bajo la protección de decisiones adoptadas de manera prudente. Ahora bien, la prudencia, tal y como es argumentada por el filósofo Víctor Gómez Pin en la filosofía aristotélica, es una de esas aptitudes que tienen que ver más con la naturaleza netamente animal, si es que nos consideramos ser otra cosa como humanos. Es decir, somos naturalmente prudentes por una especie de instinto de conservación individual, que los hechos de la historia desmienten de forma radical cuando se trata de los acontecimientos de la colectividad bien sean en forma de masa o de manada. Y si hablamos de esta última nada parece representarla mejor en relación al hombre que el estudiado comportamiento del lobo: mitológicamente, licántropo tal y como lo recoge, entre otros, Roger Bartra (quien además da a conocer como Platón establece una relación entre “la tiranía y dos fenómenos pertenecientes a la esfera propia del hombre salvaje: la licantropía y la antropofagia”); filosóficamente, del homo homini lupus en Hobbes; literariamente, estepario en Hesse; y, finalmente, solitario del terrorismo en general. Así es como el lobo solitario se convierte en manada dentro de la célula terrorista y en masa partícipe del presunto, en cada caso, ideal revolucionario. La veracidad lupanar de la égida lunática de los últimos es el acontecimiento de actualidad y tiene en común con las demás caracterizaciones del hombre como lobo la doble naturaleza del ser entre un origen animal y naturaleza humana en su voracidad.

Con tal propósito, el filósofo Gómez Pin, nos muestra como ello obedece a un doble nacimiento, puesto que “a modo de metáfora […] nacemos dos veces, al venir físicamente al mundo, pero también al contemplar el mundo a través del prisma de las palabras, lo cual constituye el nacimiento propiamente humano.” El habla es, por tanto, la condición inequívoca de esta naturaleza sobreañadida que Solokowski habrá de jerarquizar en cuatro estadios: el prelingüístico del grito y el quejido, especialmente en el bebé; el normal dentro del enunciado para construir expresiones coherentes, lo que supone de facto la presencia de una sintaxis; el declarativo, cuando eres tú mismo el que asume la responsabilidad del enunciado y de las acciones derivadas del mismo; y, finalmente, el filosófico. Se nace, se mata y se muere con el primero de ellos, amparándose justificativamente, en ocasiones, en ideas presentes en los posteriores (en griego, nos recuerda al respecto Gómez Pin, especie, idea y forma se nombran con la misma palabra: eidos). Aquí no ha lugar para algo que no sea o se encuentre relacionado íntimamente con lo sensorial, aunque una palabra remita a la idea de un Dios o de una Nación. Todo lo más la expresión deja entrever un principio basado en la básica asociación. Es decir, siempre es al grito de…

Para la ideología, no obstante, nacemos con la religión, lo que al mismo tiempo delega el derecho de dar patente a unos sobre otros. Esta es la denuncia de Canetti sobre lo recogido en el Corán respecto del tiempo de guerra santa fuera de los días de la paz: “Cuando los meses sagrados hayan pasado, matad a los idólatras donde los halléis; prendedlos, asediadlos, y preparad contra ellos todo tipo de emboscadas.” Dice más de esta religión dual: “La división de la masa en dos en el islamismo es ineluctable: consiste en el grupo de los fieles y el de los infieles. Su destino, que permanecerá por siempre separado, es combatirse recíprocamente.” Sabemos, no obstante, que esta es una interpretación sesgada y que sería tanto como afirmar del cristianismo ser el mismo también una religión de combate y cruzada como más tarde habrá de analizarla en su versión católica y en la relación individualizada de su culto frente a la masa tampoco exenta de episodios sangrientos como es de todos conocido. En este sentido, recuerda Luis Pancorbo redundando sobre el tema, como Shatov, personaje de Dostoievsky, pregonaba que el nacionalismo empieza por poner un dios por bandera, tras de haber argumentado el que “ningún pueblo se ha fundado aún sobre las bases de la ciencia y la razón” y, por tanto, defendiendo que “el socialismo debe ser ateísmo por su propia naturaleza”. Todo ello, nuevamente, no es posible sin el discurrir del habla: el discurso.

Lo que menos me gusta del novedoso discurso al que nos quieren ir acostumbrando es esa manía de todo novicio con aspiraciones a jerarca de repartir patentes desde la virginidad inmaculada de quienes afirman no haber ejercido el poder. En esto recuerdan la imagen que todos tenemos a través del relato en el que aparece el lobo disfrazado de oveja equiparable en buena medida también a aquel otro de la abuelita de Caperucita. “Dicen que viene el lobo”, por otra parte, es un declarativo de intencionalidad que justifica la denominada defensa preventiva cuyo objeto primero es infundir desconfianza en la sociedad aunque tal amenaza no esté demostrada y por tanto pertenezca al ámbito de lo probable y de la virtualidad. Así a la hora de mermar derechos, una vez demostrada su culpabilidad, en todo caso se los quiten al terrorista, conservándosele aquellos que son irrenunciables en base a su maltrecha condición humana, y no al ciudadano. Al menos es lo que debiera ser defendido por todo aquel que mantenga un mínimo de conciencia del mundo dentro de la modernidad, aun y a sabiendas de que el falso debate sobre seguridad y libertad siempre va en detrimento del sentido real de la justicia.

El de la veracidad lupanar cuenta con un agenciamiento establecido en el sometimiento bajo la ausencia total o parcial del pensamiento crítico. Es ortodoxo dentro de una apariencia de liberalidad y prostituye sometiendo la propia voluntad al pensamiento único por muy individualista que se tenga en su progresía o se precie de por sí. Como seres de lenguaje que somos -nos dirá Gómez Pin- nuestro proyecto habrá de pasar “por abolir las condiciones sociales que sólo dejan lugar a modalidades embrutecedoras de subsistencia”, siendo esta la verdad prioritaria en el establecimiento de las condiciones de lo razonable, puesto que se supone es ahí donde radica la demandada adherencia a lo mejor. Y, consecuentemente, culmino bajo la afirmación de que es en este sentido donde la demandada domesticación del hombre nunca debiera seguir los derroteros de aquella otra que transformara al selvático lobo en sumiso can, sino muy al contrario la de su humanización.

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