Recuperar el espacio de las relaciones intervascas. Derecho a decidir y territorialidad

El 2014 nos ha permitido ser testigos de dos ejercicios de referencia para quienes creemos en el futuro de Euskal Herria. Escocia y Cataluña han dado pasos que dejan lecciones importantes de cara a los próximos años (la confección de sus respectivos libros blancos no puede pasar desapercibida en nuestro caso). No obstante, la singularidad de nuestro caso obliga a plantear nuestra estrategia con elementos propios.

En medio de la zozobra económica y social que vivimos, con evidentes influencias de los procesos geoestratégicos globales en nuestra vida cotidiana, toca definir qué hemos de hacer en el plano económico y social como pueblo que somos. Simplemente, porque hemos de preocuparnos por nuestra existencia material, la de las personas y la sociedad de Euskal Herria, más en estos momentos de profundos cambios.

Resulta evidente que nos toca vivir estas circunstancias en un contexto singular de carencias: de soberanía, y sobre todo, de territorialidad. En el caso del pueblo vasco lo primero que se nos ha cercenado es la capacidad de convivir y actuar juntos, respetando la singularidad de cada uno.

Aquello que durante milenios fue natural (un espacio de relaciones, intercambios y convivencia) ha sido programado para resultar imposible. Tan imposible como para que no aprovechemos nuestras oportunidades o no cooperemos para solucionar nuestros problemas. La división institucional y administrativa de nuestro territorio fue creada para ello. Si no convivimos, ni afrontamos los problemas conjuntamente, no nos reconocemos, y difícilmente podremos decir juntos que formamos un pueblo. Recuperar un espacio libre de relaciones socioeconómicas intervascas debiera ser uno de los primeros puntos de nuestra reivindicación. Hay mucho que recuperar.

Referirse al derecho de decisión implica habitualmente situarse en el plano político y no en el social. Sin embargo, dicha tendencia no deja de ser una aberración del hecho social, pues, decidir es una de las tareas que corresponden a cualquier sociedad. Decidir sobre el modo de vida y organizarse según dicha decisión. Se trata de analizar los objetivos, los problemas y las oportunidades de que disponemos en nuestro caso para adoptar las decisiones que intervengan en ellas de manera positiva para la sociedad y para las personas que la componen.

Dicho esto, pensemos en cuán importante sería para nuestro futuro tejer un espacio libre de relaciones intervascas, conjugando la visión de sus habitantes sobre la actualidad y el futuro de Euskal Herria. Se trata de recuperar un reflejo propio; una actitud, además, necesaria, funcional, vinculada a las decisiones cotidianas, favorable para el conjunto y en ningún caso perjudicial para nadie. Visionar una actividad convergente en cuestiones de economía y sociedad puede ser un primer paso para que la mayoría comience a palpar los beneficios de pertenecer a Euskal Herria, sea cual sea su origen.

Los problemas cotidianos a atender por las instituciones de los distintos territorios y niveles administrativos son serios, y se agravan por su falta de competencias y soberanía. Todas las fuerzas políticas con representación en dichas instituciones se dedican a responder a dichos problemas cada cual con la visión y las prioridades de su ámbito administrativo. Es legítimo y necesario. Pero hemos de reconocer que, aunque necesarias, las políticas locales no son a la fuerza estructurantes a nivel de Euskal Herria.

Otra cuestión sería si dichas instituciones actuarán con una visión más sensible a favorecer el intercambio y la solidaridad interterritorial. Pero no es ese nuestro caso, de momento. Cabe decir que la agenda de cohesión intervasca no se asimila a lo que un territorio proponga para sí mismo; en todo caso, puede ser complementaria. Incluso ámbitos como Aquitania-Euskadi o Baiona-Donostia buscan atar en corto a Eusko Jaurlaritza o Gipuzkoako Foru Aldundia, poniendo a sus interlocutores en Burdeos, Pau o París, y evitando la conexión con los agentes de Lapurdi, Zuberoa o Nafarroa Beherea.

La consecuencia más grave de la división que se nos ha impuesto ha sido hacer desaparecer el espacio de cooperación y convivencia que forma un pueblo, y con ello la conciencia de muchos de nuestros problemas y oportunidades. La división se ha convertido en un freno para encauzar múltiples cuestiones prácticas y estratégicas relacionadas con el bienestar material y el desarrollo social.

Habrá quien crea que las limitaciones vienen impuestas desde instancias administrativas ajenas e inalcanzables, y es cierto, hay toda una arquitectura en este sentido. Sin embargo, desde estas líneas proponemos poner el foco en las praxis que no pueden limitar los estados, en aquellas que pueden realizar las personas, las organizaciones e incluso las administraciones locales desde el acuerdo común y ejerciendo su voluntad. Dicha actitud puede servir para abordar cuestiones candentes y prácticas que permitan un efecto beneficioso para los habitantes de diferentes territorios.

En este sentido, sería conveniente que hubiera un «friendship» en Bruselas que defendiera de manera práctica nuestras iniciativas y la conformación de un área europea de carácter territorialmente vasco. Deberíamos reivindicar junto a ellos algunos aspectos de la iniciativa europea «PEACE» que viene aplicándose en Irlanda, relacionados con el desarrollo económico y la cooperación interterritorial.

A pesar de que nos han hecho vivir bajo el castigo de la división, no son pocos los hechos que nos hacen ver que funcionalmente formamos un pueblo. Se trata de hechos que superan lo cultural e identitario. Euskal Herria, además de ser una realidad con un pasado, para muchos también lo es del futuro, pero sobre todo es un hecho actual. Euskal Herria es una realidad latente que puede aflorar a poco que se apueste por la convergencia para buscar soluciones.

Se trata de que los agentes económicos y sociales recuperemos el espacio vasco de relaciones socio-económicas con acciones y propuestas propias.