La provincia

Hoy paseo por Roma. No había estado nunca. Siendo hoy mi primer día en esta ciudad, al salir de la pensión, he cogido un taxi. El taxista me ha hablado sólo en italiano, pero bueno, nos hemos entendido.

He empezado visitando el Coliseo. Cuando entró, no he podido evitar el imaginar cómo serían aquellos espectáculos macabros entre gladiadores. Cuando he terminado la visita, como tenía sed, he entrado en una tienda regentada por latinoamericanos. Entre ellos se hablaban en castellano, pero a mí se me han dirigido automáticamente en italiano. Empiezo a pensar que en esta ciudad hay algo que no va a la hora. Salgo de la tienda y el pensamiento se desvanece.

Llega el mediodía y estoy en el Vaticano. Tengo hambre y busco un restaurante. Sé que estoy en una zona turística y que los restaurantes son más caros, pero me da igual. Veo uno que me gusta y entro. Lo único extraño, destacable y quizás anecdótico que puedo decir de este restaurante es que el camarero se me dirige todo el tiempo en italiano, aunque nos entendemos bastante bien. La carta, también está escrita en esta lengua, aunque luego descubro que al final de todo hay un resumen en otras lenguas. Me vuelve a preocupar esta actitud extraña de los italianos, ¿debe ser una obsesión? ¿Debe de ser una imposición? ¿Alguna extraña ley? Termino el festín y me voy a visitar más monumentos. El pensamiento se desvanece de nuevo.

Se acaba el día y estoy reventado. Como me siento más cómodo moviéndome por la ciudad, y por la mañana ya he cogido un taxi, cojo un autobús público. Nada más entrar el conductor me saluda en italiano, otra vez este extraño comportamiento, sé que estamos en Roma, pero ¿y qué? Llego a la parada de la pensión y bajo. Mientras voy hacia la pensión, paso por delante de un restaurante chino de comida rápida. Entro. Leo el menú en italiano, y me como un plato de arroz frito con pato. El camarero de origen chino también me habla en italiano.

Es el día siguiente y me levanto trastornado. Me voy hacia el aeropuerto para volver a Barcelona. Sí, ha sido una visita relámpago a Roma, pero ha sido complicado. No he entendido la actitud provinciana y enfermiza de los romanos de hablar siempre en italiano.

Por fin el avión aterriza en Barcelona. Salgo a la calle, cojo un taxi, cuando aún no había abierto la boca, el taxista me pregunta por la dirección en castellano. En Barcelona no hay que decir que la mayoría de taxistas ya se te dirigen en castellano y sólo en castellano. Somos un pueblo de estadísticos, y como la estadística nunca falla, las probabilidades de que el cliente sólo hable castellano en un mundo globalizado son mucho más altas de que éste hable catalán.

El taxi me deja en Plaza Cataluña. Paseo por las Ramblas, donde me paro en un restaurante para echar un bocado. El camarero -en castellano- me pregunta qué quiero. Yo le digo que quiero un ‘entrepà’ (bocadillo), pero el buen hombre tiene cara de no entenderme. Hago gestos y le pido la carta. Pienso que si le señalo con el dedo lo que quiero, ya nos entenderemos. Comienzo a hojear la carta, que está en castellano, inglés, alemán, italiano, francés y japonés (no en el orden descrito). Los catalanes, que somos muy viajados, no necesitamos la carta en catalán. Ya sabemos que ‘cucumber’ en inglés o ‘concombre’ en francés es ‘cogombre’ (‘pepino’), que el catalán siempre ha mirado hacia fuera. Cambio de opinión, y después del ejercicio lingüístico involuntario -y habiendo superado la prueba-, pido una paella para celebrarlo.

Mientras comía la paella, comienzo a pensar en Roma. Es un lugar muy extraño comparado con Barcelona. No sé cómo pueden vivir sólo en italiano, creo que son unos provincianos. En Barcelona somos más cosmopolitas, a los recién llegados les hablamos en castellano, que es más guay. Y como nos gusta innovar, ahora, por el mismo precio de un café y para hacerte entenderte, tienes la opción de poder jugar al ‘Dicciopinta’. Está claro que la mayoría de catalanes nos gusta practicar lenguas y sólo por un ‘ya’ dejamos el catalán en la puerta del establecimiento.

De hecho, pienso que me he hecho un lío, ahora no sé quién es el provinciano. Acabo de comer la última cigala, pago y me voy.

NÚVOL

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