La historia y sus momentos

La historia no acaba nunca porque está sometida a revisión e interpretaciones constantes. Acaban de salir cuatro libros sobre el 6 de octubre de 1934 que aportan enfoques y valoraciones nuevas sobre lo que ocurrió hace 80 años. Isaiah Berlin citaba a Aristóteles para encontrar una definición antigua de la historia. El filósofo griego decía que es un relato de lo que los seres humanos individuales han hecho y han sufrido. Pero la historia, en definitiva, es lo que escriben los historiadores de cada momento aportando nuevas fuentes para sustentar enfoques distintos.

La historia no la hace un individuo público en vida sino que se la hacen en una espiral que no tiene fin. Una historia de referencia de la Revolución Francesa es la de Jules Michelet, que ha sido superada por los miles de libros que se han escrito sobre lo que ocurrió en Francia a partir de julio de 1789 hasta la proclamación del imperio napoleónico.

Vivimos tiempos en los que la política catalana se ha revestido de historia en presente. Son muchos los días que se nos han presentado como históricos. Parece como si los acontecimientos del proceso de independencia sean de una trascendencia de la que hablarán con admiración las generaciones futuras. Los gestos revisten un aire de ruptura histórica y de cambio de rasante que nos llevará a una nueva tierra que manará leche y miel.

Todavía no sabemos lo que ocurrirá dentro de un mes y ya pensamos en el recorrido histórico de los actos masivos y las declaraciones solemnes sin dar importancia a la historia cotidiana, la de tanta gente anónima que hace que seamos una sociedad civilizada, tolerante y respetuosa. La ruptura sin romper la vajilla o los platos de la cocina es imposible. Quizás el president Mas quiere pasar a la historia por ser el político que protagoniza una secesión voluntariosa con la otra parte contratante decidida a impedirlo con todos los medios que tiene a su alcance. La situación presente no puede compararse con la partición de Checoslovaquia en enero de 1993, una escisión que se realizó de común acuerdo y pacíficamente. El referéndum de Escocia del pasado 18 de septiembre se celebró también como consecuencia de un pacto entre Londres y Edimburgo.

La historia no se prepara sino que se improvisa. Es cierto que todos los grandes acontecimientos que cambiaron el rumbo de la historia fueron improbables antes de que se produjeran. Desde la victoria de Atenas sobre los persas en el siglo V antes de Cristo hasta la caída del imperio soviético en 1989, las nuevas situaciones no fueron dibujadas por historiadores sino que ocurrieron de manera imprevista.

Las historias oficiales de los pueblos constan de aquellos hechos que se quieren recordar. Difícilmente se aceptan los que se quieren enterrar en el olvido. Los errores que los contemporáneos tratamos de borrar del pasado colectivo tendrían que ser aquellos que nunca deberíamos perder de vista.

Es evidente que cada día hacemos historia y que los juicios de los estudiosos del futuro serán cada vez más distantes pero no menos aproximados a la realidad. La línea divisoria entre una era y la siguiente, escribió Hannah Arendt, apenas si es visible mientras la traspasamos y sólo cuando el hombre las ha sobrepasado las líneas se convierten en muros tras los que queda el pasado irrecuperable.

Cada periodo largo de la historia tiene sus vencedores y vencidos. Ha habido personajes que tenían conciencia de fabricar la historia con sus palabras y sus gestos. Con el paso del tiempo todo se sitúa en su lugar y los actos se valoran en función de sus resultados y del servicio que hicieron a sus contemporáneos. No es prudente trabajar para la historia llenando el calendario de efemérides históricas. Lo que cuenta son las corrientes de fondo que cambian el paisaje humano y transforman las naciones. No es cuestión únicamente de gesticulaciones solemnes sino de acciones que consigan los objetivos previstos.

Si el próximo 9 de noviembre se vota y se sientan las bases para la independencia deseada por muchos, se habrá hecho historia. Si no es así, será un episodio más que irá a pie de página y que será probablemente considerado como una frustración innecesaria a la que se han dedicado muchos esfuerzos pero sin obtener los objetivos deseados. Es bueno conservar viva la memoria del pasado. No para pedir una reparación o una revisión por el daño sufrido, sino para estar alerta frente a situaciones nuevas y a la vez análogas que se puedan presentar.

Todo es posible en estos tiempos de profundos cambios. Los que se aferran a las tablas de la Constitución como único baluarte para neutralizar al adversario también se equivocan. Nuestra historia está llena de constituciones aprobadas pensando que perdurarían indefinidamente y que ahora la mayoría no sabe siquiera si existieron. El gran momento histórico será la fotografía que quede después de los convulsos momentos que se avecinan.

La Vanguardia