El inicio del verdadero viaje

Reflexiones vascas a la luz del referéndum escocés

La noticia de la derrota [de la opción independentista] escocesa, que Benito Lertxundi predijo hace ya un mes, me ha traído a la mente esta frase de Marcel Proust: “El viaje que proporciona la verdadera revelación no comienza con la visión de nuevos paisajes sino con la posesión de una nueva mirada”. Escocia: un lugar en el que la gente ha elegido la dependencia, continuar sujeta a Inglaterra y fiar su futuro al arbitrio y la decisión de otros. Escocia: una decisión por la que la gente ha optado por seguir encerrada en una prisión económica, política y cultural, esclava de las empresas petrolíferas, los bancos, la troika y los tiránicos poderes europeos.

En vista de la debilidad del derecho a decidir como vía hacia la independencia, en este momento en que sus deficiencias se nos han mostrado con más claridad que nunca albergaba yo la remota esperanza de que nuestros políticos y opinadores modificarían algo su habitual punto de vista, pero mi recelo inicial en el sentido contrario no ha hecho sino aumentar.

Creo que nuestro pueblo ha llegado al borde del colapso ideológico, que ha renunciado a pensar en términos políticos y se ha entregado en brazos de los pensadores profesionales, perdido en las brumas de las reflexiones acríticas de aquellos que defienden las ventajas del establishment tanto de derechas como de izquierdas. Lo prueba el hecho de que [entre nosotros] solo se haya difundido un mensaje: la consulta de Escocia ha sido algo positivo, modélico, significa la victoria de la democracia y constituye una lección de la que debemos aprender. ¿Una lección de la que debemos aprender? ¿Precisamente ahora que [los escoceses] han quedado en una situación tan penosa ante el mundo y resuenan las carcajadas de los Estados? ¿Desde cuándo la derrota sirve como lección en política? Solo en un caso: cuando nos sirve para saber qué es lo que no hay que hacer.

Y eso es justamente lo que nos ha mostrado Escocia: que en la desequilibrada situación de la Europa actual no es posible conseguir la independencia mediante el voto. Entre nosotros, por el contrario, la gente se muere por votar, pero sin advertir siquiera que esas leyes que creemos poder utilizar en nuestro provecho nos están hundiendo cada vez más en el lodazal de la legislación española y francesa. Anhelan votar precisamente aquellos que al día siguiente, y sin la más mínima lógica, denunciarán el déficit democrático español y ejecutarán así un perfecto ejercicio público de incongruencia sin que se les mueva un solo músculo de la cara.

Cuando digo que este pueblo se encuentra al borde del shock ideológico lo hago para subrayar el hecho de que se le ha olvidado que la política se hace para ganar. Como dice Josep Perera, hay dos tipos de referéndum: los que se ganan y los que se pierden. Los que se ganan son aquellos que uno convoca después de haber proclamado la independencia —con tus propias reglas y con el censo que tú has decidido— para legitimar tu decisión frente a la comunidad internacional. Las consultas que se pierden son aquellas que se convocan antes de proclamar la independencia y que se realizan sujetas al censo, reglas y control del colonizador. El primer camino es el que tomaron Croacia, Eslovenia, Lituania, Letonia, Noruega y muchos otros países. La segunda vía es la de Quebec y Escocia.

Un referéndum no vale para nada si no se tiene poder para implementar sus resultados. Un referéndum no da el poder que no se tiene de antemano. Los dos principales municipios de Treviño votaron el año pasado a favor de su separación de Castilla-León, pero su situación no se ha modificado. Parece que a su decisión le falta algo.

“¿Qué es el poder”?, me han preguntado a menudo en las charlas que doy. Respuesta: lo que emana de un sistema político propio. ¿Y qué es un sistema político propio? Una institución que uno mismo ha creado (o recuperado) en la cúspide de la jerarquía institucional y que a nadie pide permiso. Solo en esas circunstancias se garantizan los dos atributos principales del poder (de un poder digno de tal nombre, se entiende): por un lado, el poder es la capacidad que tiene uno de lograr e implementar sus propios objetivos; por otro, en palabras de Lluís Vicent Aracil, el poder es un sistema capaz de provocar impotencia al adversario. He ahí el paradigma que nos revela la magnitud de nuestra propia impotencia: no tenemos poder puesto que carecemos de la capacidad para lograr nuestros objetivos y porque nuestro adversario impone todo tipo de impotencias sobre nuestras iniciativas.

Por la vía del derecho a decidir solo se han emancipado ocho países. Consideremos este sencillo símil: si nos dijeran que para fabricar una determinada pieza 190 empresas han utilizado un sistema concreto y ocho empresas otro sistema distinto, el cual, además, ha probado ser defectuoso y produce ocasionalmente piezas imperfectas, ¿acaso no elegiríamos el primer sistema? En eso se ha convertido el universo de los Estados: en un ámbito de soberanía monopolizado por 198 sistemas políticos que imponen a los nuevos candidatos que aspiran a formar parte de él un procedimiento defectuoso diseñado expresamente para que jamás puedan lograrlo. Y, pese a ello, veo estupefacto a gentes que aparentemente anhelan constituirse en Estado proclamar que el sistema defectuoso es la mejor de todas las opciones. Y tampoco hay que fiarse de la solidaridad: en el instante en que una nación accede al club de los países con Estado automáticamente se hace antiindependentista: ahí tenemos el ejemplo de personajes como Obama, el Papa Francisco o Vargas Llosa, oriundos de países que surgieron tras independizarse de España y de Inglaterra y que sin embargo no han dudado en manifestarse públicamente en contra de [la independencia de] Cataluña.

Yo también ansío votar, pero no al amparo de ninguna ley vinculada a España o Francia. Ansío votar, pero al amparo de un sistema político propio que garantice y profundice mi libertad.

Ya es hora de que comencemos a adoptar las recetas de los vencedores y no las de los derrotados. Tras proclamar, instaurar, defender y legitimar mediante votación nuestra independencia, podríamos incluir en la Constitución vasca una cláusula que autorizara a los unionistas —transcurridos diez años y una vez que obtengan el respaldo de la mayoría del Parlamento— a organizar un referéndum para solicitar su ingreso en España. Que sean ellos los que breguen para conseguirlo y deban convencer a la gente peleando contra toda la maquinaria del Estado. Mientras tanto, nosotros gobernaremos nuestro país. Nuestra democracia será modélica, abierta, integradora, comprensiva con respecto a todo tipo de aspiraciones. Ésa es la verdadera hegemonía. La única que existe en el mundo.

El ojo humano solo ve aquello que está preparado para ver. Hasta que eso no cambie nada sustancial cambiará en Euskal Herria.

Berria / Traducido del euskera para Rebelión por LB