Mas no es ni será nunca Companys

Hoy hace 80 años de la insurrección catalana de 1934. El famoso 6 de octubre es una fecha controvertida en muchos sentidos. Más allá de la interpretación neofranquista, que tiene en el antiguo miembro del GRAPO Pío Moa el máximo exponente, que utiliza los hechos de octubre para justificar el levantamiento militar de julio de 1936, la historiografía solvente de verdad también discrepa sobre cómo interpretarlos. El Grupo de Investigación en Estados, Naciones y Sobiranías (Gren) que dirige el profesor Enric Ucelay Da Cal, de la UPF, acaba de propiciar la publicación de un libro colectivo, ‘6 de octubre. La derrota de la revolución catalanista de 1934’, que reúne autores de dos tendencias diferentes, las más reputadas hasta ahora.

La historiografía, llamémosla, frentepopulista, cuyo último exponente es la tesis doctoral de Manel López Esteban, presentada en 2012 bajo la dirección de Josep Fontana, asegura que los hechos de octubre reflejaban la «fractura social y la confrontación sociopolítica, y del temor a perder los logros sociales alcanzados y las expectativas que buena parte de las clases subalternas consideraban posible realizar profundizando o yendo más allá de la República del 14 de abril». Fundamentada en una amplísima base documental, esta tesis, publicada en 2013 también en la Editorial Base, presentaba los hechos que tuvieron lugar entre el 4 y el 6 de octubre como la síntesis, por tanto, de muchas insurrecciones en una sola: la de los ‘rabassaires’ (campesinos aparceros), la del movimiento obrero de los grandes centros industriales, la de los jóvenes separatistas y, también, la de los centros republicanos y catalanistas de las comarcas. La revista Sapiens de este mes resume bastante bien esta tesis de la mano de Jordi Finestres.

La historiografía, digamos, catalanista, tanto si es de derecha como de izquierda, ha interpretado los hechos de octubre en clave, sobre todo, institucional, despreciando la dimensión social que animaba a los insurrectos ‘rabassaires’ y obreros que emulaban la revolución minero asturiana. Desde esta visión, pues, el gesto insurreccional de Companys tuvo un carácter gubernamental porque el objetivo era enderezar, mediante la presión armada, la dirección política de la República incorporando la aspiración confederal. El famoso ‘Estat Català’ que proclamó Companys adquiría así una dimensión mítica.

Fuese una cosa o fuera la otra, o fuesen ambas a la vez, que es lo más probable, la actitud de Companys respondía, por encima de todo, a una propuesta republicana y peninsular. Companys no tenía ninguna intención de separarse de España. Su acción se encaminaba a reconducir el rumbo del gobierno de la República, que desde 1933 estaba en manos de la derecha católica y republicana. Tuvo el apoyo de los separatistas de las JEREC pero no capitaneó la insurgencia en su totalidad. La documentación aportada por Manel López reafirma aún más, creo yo, la dimensión española del conflicto, coincidente con los anhelos asturianos, que aquí se acompañaba con el nacionalismo catalán. Ha sido precisamente la mitología nacionalista, con la complicidad de la derecha camboniana (de Cambó) que terminó abrazando el franquismo y que despreciaba a Companys hasta la nausea, la que convirtió el 6 de octubre en un mero hito del secesionismo catalán.

Más vale que nos bajemos del guindo, pues. Sobre todo ahora, cuando la prensa unionista, de derecha y de izquierda, pretende comparar el presidente Artur Mas con el presidente mártir, como lo llamaba siempre Josep Benet, Lluís Companys. Mas no es ni será nunca Companys porque hasta ahora ningún presidente de la Generalitat se había planteado la posibilidad de romper con el Estado. De independizarse de él. Ni siquiera Macià lo hizo el 14 de abril de 1931. Estamos ante un momento histórico único en la historia contemporánea de Cataluña, que en determinados aspectos puede parecerse a circunstancias del pasado, pero que es totalmente nuevo desde el punto de vista de la ruptura que plantea.

Es por eso por lo que resulta difícil acertar el tono y los ritmos que deben guiar la propuesta soberanista que hoy enfrenta a Cataluña con el Estado. Si algo nos enseña el 6 de octubre no es que la insurrección pretendiera romper España y convertir Cataluña en un Estado independiente, lo que como acabo de decir no se planteó nunca así, sino que durante esos tres días todo el mundo quiso resolver sus aspiraciones con una falta total de unidad y de liderazgo. Si algo hay que reprochar al presidente Companys es que no liderara nunca los procesos políticos a los que tuvo que hacer frente cuando era presidente. No lo hizo en 1934 ni tampoco en 1936 e incluso se dejó llevar durante los enfrentamientos del 1937. Companys demostró tener muchos déficits, aunque supo afrontar la detención, la tortura y la muerte con una heroicidad extrema, pero la culpa de lo que pasó el 6 de octubre no fue totalmente suya. La falta de unidad y la multiplicidad de objetivos de los diversos sectores políticos y sociales implicados propiciaron su fracaso. Lo mismo terminó pasando con el proyecto republicano de los años treinta que en Cataluña, como en España, fueron tan esperanzadores como caóticos. En este sentido sí que podríamos aprender algo de la historia: la unidad y la disciplina es la fase anterior a la victoria. Que todo el mundo tome nota.

EL SINGULAR DIGITAL