Durruti sin Twitter

Es evidente que un acto masivo como el que se celebrará mañana, 11 de septiembre de 2014, hubiera sido de otro modo sin las llamadas ‘redes sociales’. Pongo la expresión en cursiva porque, como ya he probado de argumentar en otras ocasiones, creo que sólo se trata de una interesada hipérbole que han fomentado las mismas empresas privadas que explotan económicamente su uso. Sea como sea, resulta indiscutible que algunos de los grandes acontecimientos colectivos que se han producido en el mundo desde comienzos del siglo XXI no se pueden entender sin la existencia de estas plataformas. La mayoría de personas que mañana formarán una ‘V’ gigantesca en el corazón de Barcelona se han inscrito a través de internet, tal vez han conocido la iniciativa en Facebook, o la han comentado en Twitter, etc. Repito que el solo hecho de negar esta evidencia resultaría ridículo. Otra cosa es que seamos capaces de evaluar su alcance exacto, más allá de las exageraciones estandarizadas sobre el tema.

En noviembre de 1936, con motivo del entierro de Durruti, Barcelona vivió la que proporcionalmente sería la concentración humana más importante de su historia hasta ese momento, incluida la enorme del último homenaje a Macià hecho tres años antes. «Por supuesto -podría añadir alguien-, entonces no existían las redes sociales…» ¿Seguro? Pues no, las redes sociales -esta vez sin cursiva: las de verdad- ya estaban, por lo que aquella concentración fúnebre, o la de Macià, llegó a adquirir dimensiones inauditas. Pensamos que la inmensa mayoría de la gente que asistió a actos ni siquiera tenía teléfono ni, en muchos casos, un miserable aparato de radio. Los ejemplos de Durruti o Macià son básicos para entender que, a pesar de su importancia, sin los sofisticados servicios derivados de la digitalización las movilizaciones exitosas también resultaban posibles. De hecho, no sólo eran posibles sino que, en general, su impacto era sustancial y duradero, no efímero como suele ocurrir ahora.

La segunda precisión se refiere a la eficacia comunicativa de las redes actuales. Muchas personas que mañana formarán la gran ‘V’, y muchas otras que no querrán asistir porque son partidarias de otros planteamientos, han intercambiado ideas o simples impresiones por medio del Facebook, el Twitter, etc. Dicho así, puede parecer que estamos hablando de una herramienta extraordinaria de regeneración política capaz de mejorar la calidad democrática hasta extremos nunca vistos. Todos sabemos que no es así, sin embargo. El anonimato o la inmediatez hacen que las comunicaciones sean, muchas veces, insultantes, banales o ambas cosas a la vez. Por otra parte, el mismo formato de Twitter condiciona, por razones más que obvias, el contenido del mensaje: no permite argumentar de una manera compleja y matizada, sino sólo generar titulares o simples gracias.

En tercer lugar, no podemos olvidar que los legítimos intereses empresariales que hay detrás de estas supuestas ‘redes sociales’ (y vuelvo a poner muy conscientemente la cursiva) y los soportes tecnológicos sin los cuales resultarían inviables (empresas informáticas transnacionales, gigantes de la telefonía , etc.) no son políticamente inocuos. Confundir un simple usuario con un ciudadano que se relaciona de una manera autónoma y autosuficiente con otros ciudadanos es una fantasía descabellada. Aunque suene extraño, las redes sociales son ahora mismo el corazón del sistema, es decir, el sanctasanctórum de la especulación bursátil (recordemos la salida a los mercados de Facebook y otros), de la ingeniería para no pagar impuestos (caso Google, etc.), de la mercantilización de datos privados, etc. Paradójicamente o no, este corazón del sistema es también el corazón… de los movimientos antisistema, en general inimaginables sin la conectividad virtual.

¿Qué quiero decir con todo esto? Algo muy sencillo: el previsible éxito de la ‘V’ de mañana no se deberá a las falsas ‘redes sociales’ (las de la cursiva) sino de las redes sociales reales, es decir, las que configuran los vínculos entre personas en nuestra esfera pública, sea sentados en la mesa mientras comemos en familia, en un aula, en una reunión o asamblea o en una simple tertulia entre amigos en una cafetería. He aquí las verdaderas redes sociales. En las revueltas árabes hubo millones de tuits o de SMS y escasísima deliberación real. El resultado está a la vista: ni siquiera es cero; es negativo. La vieja y consolidada tradición catalana del asociacionismo, en cambio, sí es una red social. Mañana, los resultados también estarán a la vista.

 

Ferran Sáez Mateu
ARA