La censura del Instituto Cervantes de Utrecht

El Cervantes y la memoria histórica

VILAWEB / Joan Ramon Resina

Que el Instituto Cervantes de Utrecht haya cancelado un acto con el escritor Albert Sánchez Piñol por orden de la embajada no es estrictamente un acto de censura, como bramaba en portada un diario que la practica, sino una grosera intervención en las actividades sociales del Instituto que, al fin y al cabo, depende del Ministerio de Asuntos Exteriores, no del de Cultura. Esta ubicación administrativa ya da una idea de los objetivos que persigue una institución al servicio de la acción exterior del Estado, con la lengua (el castellano) como caballo de batalla para la difusión de unos determinados intereses. Más sorprendente que la cancelación es que se invitara a un escritor catalán. La explicación radica, probablemente, en la lengua original de la novela. Que Victus fuera escrita en castellano debía contar favorablemente desde el punto de vista del Cervantes. La otra explicación es sin duda la diplomática. Si la iniciativa provenía de la editorial holandesa que ha publicado la traducción, el Cervantes difícilmente podía negarse. La embajada, en cambio, sí podía… con un coste de imagen pésimamente calculado.

Que el Cervantes censura, en el sentido fuerte del término, lo sé por experiencia desde marzo de 2003. El domingo 9 en la sede de Munich se celebraba una mesa redonda sobre el tema de la memoria histórica desde la transición a la democracia. Mis compañeros de mesa eran Manuel Vázquez Montalbán y Salvador Cardús. Moderaba el profesor Ulrich Winter de la Universidad de Regensburg (hoy catedrático en la de Marburg). La sala estaba llena a rebosar. El cónsul español se sentaba en primera fila.

Ya no recuerdo la deriva de mi discurso, sólo que en un momento dado reclamé el derecho de los catalanes a la autodeterminación. El cónsul se removió en la silla. Al terminar yo, y tocarle el turno a Vázquez Montalbán, me secundó. Cataluña, dijo antes de iniciar su discurso, tiene derecho a autodeterminarse. En la sala el ambiente se hizo pesado. Había subido la temperatura emocional y podía pasar cualquier cosa. Por ejemplo, romperse la formalidad académica. El moderador lo intuyó y en el punto en que Vázquez Montalbán terminaba su parlamento, decidió saltarse el protocolo y cerrar el acto, decepcionando un público -predominantemente español- que parecía dispuesto a la juerga dialéctica. El cónsul se fue sin despedirse. Algún catalán se acercó a la tribuna para agradecerme lo que acababa de hacer. El resto desfiló hacia la salida visiblemente contrariada. La fecha es importante. Eran los primeros años de la segunda legislatura de Aznar, los de la mayoría absoluta. El independentismo aún no tenía ni mayorías visibles ni proyección internacional. Pedí disculpas al director del Cervantes en caso de haberle causado alguna incomodidad, pero me respondió que no había sido así. Sólo que una semana después, cuando el profesor Winter les pidió una copia de la grabación a fin de publicar las intervenciones, le explicaron que la cinta se había borrado accidentalmente. En ese momento, el Cervantes de Munich lo dirigía un valenciano y el subdirector era un catalán, ambos catalanohablantes. La orden de destruir la memoria del acto debía emanar, como ahora, de más arriba o de más allá. A menos que los responsables de aquel Cervantes se adelantaran a los deseos de sus superiores.

La vulnerabilidad a menudo nos hace cobardes, y la cobardía hipócritas. Pero así como silenciar una proclama académica del derecho de un pueblo a autodeterminarse se ha revelado inútil diez años más tarde, impedir que se discuta una visión novelada de la guerra de Castilla contra el régimen catalán de libertades se demostrará contraproducente. No sólo porque estimulará la lectura del libro (en este sentido, Sánchez Piñol está de suerte), sino porque delata el miedo cerval del Estado a que alguna vez la historia se explique desde la perspectiva de los vencidos.

 

Invictus

EL PUNT – AVUI / Vicent Sanchis Llacer

La embajada española en los Países Bajos ha ordenado al Instituto Cervantes de Utrecht que suspenda la presentación de la novela Victus, de Albert Sánchez Piñol. La editora de la versión en neerlandés se ha quedado aturdida. No entiende como «en suelo holandés, donde hay libertad de expresión, pueden pasar estas cosas». Precisamente, señora editora, porque ni el suelo del Instituto Cervantes ni el de la embajada española es holandés. Lo tienen alquilado a unos señores de extrema autoridad, escasa expresión y magra libertad. Fuentes de la embajada han justificado el gesto de virilidad ibérica aduciendo que la presentación no era recomendable en unos momentos como los que vivimos. Tienen razón. No conviene nada a España que los neerlandeses sepan qué pasó en Cataluña en 1714, después del tratado infame perpetrado en Utrecht. En realidad, a España no le conviene nada que los neerlandeses tengan memoria genérica, porque allí hicieron un arrase como un campo de trigo. El nombre de Felipe II les debería decir algo. De parte de los españoles no les debería sorprender nada. La España invicta no permite que los vencidos tengan ni memoria. En toda esta categoria hay una anécdota que llama la atención y clama al cielo. Cuando salió a la venta Victus Mariano Rajoy lo recomendó como lectura de verano. En realidad, Rajoy no lo leyó, pero alguien le dijo que Sánchez Piñol lo había publicado en castellano. Y con esto le bastaba. Y ahora ya ha tenido suficiente con prohibir su difusión. Lectura obligada, señores neerlandeses.

 

«#censuur España prohíbe»

EL PUNT – AVUI / Salvador Cot

En 1575, la monarquía de Felipe II quebró, por segunda vez, del total de tres que sufrió su reinado. El oro y la plata que llegaban de América no compensaban el gasto de un régimen imperial, con guerras abiertas en medio mundo y en lucha contra cualquiera que pusiera en duda la fe católica. Un año más tarde, los tercios de Flandes, cansados de no cobrar, saquearon Amberes con lo que desde entonces se llama furia española. Mataron unos 5.000 civiles desarmados.

Cansados de los impuestos abusivos, hastiados por las persecuciones religiosas y horrorizados por la matanza, un puñado de representantes locales firmaron la Unión de Utrecht, embrión de la futura república independiente. La guerra no fue ni corta ni fácil, pero a partir de ese momento la historia de los neerlandeses se aleja de España y se integra en la corriente central de Europa. En Utrecht, por ejemplo, se firmó el tratado que, -a diferencia de los mismos neerlandeses- condenaba a los catalanes a caer bajo las balas de los Borbones.

Pues bien, también en Utrecht, este jueves, una orden directa y sin justificar de la embajada española obligó al Instituto Cervantes a cancelar la presentación a la prensa de la versión neerlandesa de Victus, la novela de Albert Sánchez Piñol que explica la desdicha de los catalanes de hace trescientos años. La perplejidad de los holandeses fue total por un abuso de este nivel contra la libertad de expresión. «Esto es serio, es censura», dijo Juliette van Wersch, responsable de la prestigiosa editorial Signatuur. Pero la decisión fue inapelable, implacable. Así que, como en otras épocas, aquellos descendientes de los luteranos rebeldes se indignaron contra una España que continúa alimentando la leyenda negra. «#censuur Spanje verbiedt lezing in Utrecht!» se leía en los campos de batalla del Twitter de Flandes… Hasta que se les vuelva a poner el sol.