De políticos y pecados

No sé si ustedes han visto o conocen ese film delicioso y profundamente político que se llama ‘Viva la libertad’, film que, gracias a la actuación memorable del gran Toni Servilio (el de ‘La grande bellezza’, igualmente memorable), supera la apariencia de simple comedia para llegar a los niveles más profundos del sentido de la política. O mejor dicho, de la relación de los políticos con el pueblo, con la gente, y de las implicaciones culturales e ideológicas de esta relación. La historia es simple

El líder del «principal partido de oposición», un partido de izquierda que tiene todo el aire de representar el Partito Democratico, se queda totalmente bloqueado al constatar que cae sin remedio en las encuestas, y al que los dirigentes y los militantes culpan del desastre. El líder, pues, se queda mudo ante el público y la dirección, y simplemente desaparece (se va a Francia, a pedir refugio a un antiguo amor, pero eso es otra historia). Gran desconcierto: ¿qué puede hacer el partido sin su secretario general?, ¿cómo explicará esta inexplicable desaparición?, Y sobre todo, ¿donde se ha escondido el líder, por qué lo ha hecho, cuándo volverá? La solución, totalmente rocambolesca, es un hermano gemelo del político, un filósofo intermitentemente loco, incontrolable, con esos gestos de ironía distante que sólo sabe expresar el gran Toni Servilio. El cual, cuando le van a buscar, acepta la propuesta de hacerse pasar por el hermano desaparecido, ocupar su lugar, salvar la situación, y hacer el papel que le piden. Pero sin guión, y sin compromiso de disciplina o de discurso.

El resultado es espectacular: a partir de las primeras entrevistas o declaraciones públicas, el lenguaje del líder ha perdido toda muestra de precaución, de doble sentido, de disimulo o de maniobra, es sólo sentido común, puras frases de verdades elementales, palabras directas y claras, y el efecto es fulminante. Los mítines van creciendo, la respuesta es entusiasta, y el apoyo público se refleja en unos sondeos que suben y suben inesperadamente. Y qué dice el político (que supuestamente es el mismo, pero es otro) que sea tan atractivo y tan nuevo. En primer lugar, lo que dice, lo dice como si no fuera un político, no en lengua «politiquera» sino en lengua de filósofo socrático, de pensador de calle, de quien tomaría la palabra en un café o en una plaza, pero con frases de amigo, conocido o vecino, o quizás con frases de predicador de pueblo, un predicador de izquierda. Dice la palabra catástrofe, pero sin gritar ni poner mala cara. Dice que el país va mal, que la gente está triste y tiene miedo. Dice que todos somos responsables, y que todos podemos cambiar. Empezar a cambiar, pero empezar de cero: desde la verdad.

Y la verdad, queridos, comienza por aceptar que hemos cometido muchos errores. Que somos culpables. La gente le escucha, grita y aplaude, y el éxito es apoteósico. Esta, pues, es parte esencial de la cuestión: señoras y señores, dice el político-no político, lo hemos hecho muy mal, somos responsables del desastre. Exactamente eso que los políticos españoles, por ejemplo (que no tienen gemelos irónicos para cambiar de discurso), ni han hecho ni hacen ni harán nunca. Mientras se llenan la boca con lugares comunes sobre la transparencia y la lucha contra la corrupción (la de los otros, claro), amparan a sus propios delincuentes, oscurecen el aire y el agua, miran hacia otro lado, silban con las manos en los bolsillos, callan y esperan. No he visto al PP español pedir perdón por sus pecados abundantes y mortales, y menos aún al PP balear o valenciano reconocer los latrocinios y las estafas de tantos de sus representantes más conocidos. No he visto a este nuevo líder del PSOE (que, de paso, ya ha dado la primera muestra de ignorancia, de incompetencia y frivolidad haciendo votar contra Jean Claude Juncker en el Parlamento Europeo) recordar, en toda la campaña de primarias, el estado de extensa podredumbre de su partido en Andalucía: pirámides y redes infinitas de políticos y de sindicalistas dedicadas al expolio metódico del dinero público, sin pena, pesadumbre ni vergüenza. Y el nuevo líder, joven, atractivo, moderno, parece que no tenía nada que decir, o no lo ha dicho. Sobre todo, no lo ha dicho de manera insistente y directa, contundente y clara, con voz bien alta. Ni él ni el otro, ni los otros de aquí o de allá, ni de estos ni de aquellos. Hará falta un Toni Servilio haciendo de gemelo de algunos líderes viejos o nuevos, proclamando verdades, reconociendo pecados y exigiendo penitencias. No es suficiente la predicación de algún joven profeta, con cara de inocente sin mancha, clamando sólo contra los pecados de los demás.

ElTemps 1571 , 21/07/2014
Joan Francesc Mira