De los posibles mundos

Vivimos una época ataráxica en la cual, como ya denunciara Bernard Williams del escepticismo pirrónico, se sigue la pauta de conseguir que la sociedad misma y sus representantes nieguen de plano ya no la necesidad de dar respuesta a las preguntas sino la mera posibilidad del poder plantearlas. Y contrariamente a la experiencia de otras civilizaciones, culturas y de épocas pasadas de la nuestra, este estado de liberación de toda perturbación basado en el fenómeno de la consunción, lejos de acercarnos a la eudemonía, o estado de felicidad, consigue cada vez más nos encontremos cercanos a aquél otro de desgracia. En esto el político al uso contribuye de manera más que eficaz, estando plenamente realizado en la característica más destacada de su habilidad, no siendo otra, según Latour, que la de saber como crearse enemigos. Si no se enmienda la plana, es muy posible que pase a ser bien víctima propiciatoria o chivo expiatorio de la frustración colectiva por esa falta de proyecto que dé pie a la esperanza de mejora de las condiciones tanto sociales como individuales. Un debate que se abre a la posibilidad de nuevos órdenes y mundos no necesariamente complacientes con el actual ni sostenible ni, parece ser, tan siquiera sustentable. Esta última es la idea, por lo demás, que viene a justificar -en Williams-, el espíritu de mejora que siempre acompaña toda empresa humana ya que “el descontento tiene sentido, seguramente, sólo si puede haber al menos alguna expectativa de algo mejor; sin eso, somos meramente infelices”.

La infelicidad contada forma parte de nuestro presente-pasado y determina en buena medida el devenir futuro, pues su adverso positivo de la felicidad prometida es terreno más propicio a la utopía, al deseo y al no ha lugar sistémico y jurisdiccional. El lugar del pasado paradójicamente es el presente de lo futuro y no tanto ese antepasado ignoto país descrito en las tesis de Lowenthal (El pasado es un país extraño), al que debemos encararnos con actitud etnográfica desde una antropología ideal, es decir no participada desde la acción e implicación directas, en el sentido que le da nuevamente Williams. Y el presente, como nos recuerda el antropólogo Néstor García Canclini, en artículo titulado El consumo sirve para pensar, se encuentra dictaminado por el imperativo de la consunción que per se es el consumo, definido como “el conjunto de procesos socioculturales en que se realizan la apropiación y los usos de los productos”, aun, y muy por encima, de los ideales nacionales cuyo final pretende dar por sentenciado frente al agotamiento de todo tipo de recursos. Así, el antropólogo, habrá de afirmar: “Una nación, por ejemplo, se define poco a esta altura por los límites territoriales o por su historia política. Más bien sobrevive como una comunidad hermenéutica de consumidores cuyos hábitos tradicionales llevan a relacionarse de un modo peculiar con los objetos y la información circulante en las redes internacionales.”

Por lo mismo el discurso de la cada vez mayor clase subalterna de los excluidos del modelo basado en el consumo comienza a alimentar opciones del irredentismo de todo tipo: desde Podemos a Le Pen. Al fin y al cabo, avanzar inmisericordemente en la brecha social es lo que tiene. Por ahora, no obstante, todo parece indicar que esta no es sino una mera muestra del descontento de los marginados por ese sistema al cual aspiran a retornar, por lo que la labor propedéutica del movimiento alternativo o de la reacción habrá de ser corroborada por hechos fehacientes que demuestren la viabilidad del camino iniciado, radicando en ello su particular talón de Aquiles, e intentando redimir al ser humano de la categoría de homo miserabilis, que es aquél definido por Iván Illich como “el que carece de aquello considerado por la sociedad como lo básico”.

El consenso, y hasta la Constitución, indica que esto es: sanidad, educación, vivienda y trabajo. Mas la forma de interpretarlo en modo alguno es la misma desde el liberalismo, pues como mucho trata de garantizar la igualdad en el acceso, pero en modo alguno en el disfrute, ya que, como ha sido siempre, quien más tiene más puede, que desde opciones más presuntamente igualitarias. Y como prueba de ello, el mismo Williams nos indica como hasta Aristóteles creía justificado, por necesario e imprescindible, el papel desempeñado por la esclavitud: “Pensaba a la vez que la esclavitud era (a grandes rasgos) necesaria para la vida de la polis, y que la polis era naturalmente la mejor organización de la vida humana.” Aunque si bien más adelante manifiesta: “pero lo antiguos griegos muy correctamente pensaron que la condición de la esclavitud eta tal que cualquier ser humano tenía razón de quejarse de ella. De Homero en adelante, ser capturado para la esclavitud era un paradigma de desastre humano, una forma brutal de mala suerte. En el período clásico, a las personas libres se les recordaban constantemente las contingencias de la esclavitud, si no por la captura de esclavos, que al menos sucedía en otra parte, entonces por la manumisión, que sucedía enfrente de ellas.”

De algún modo aún hoy seguimos siendo esclavos de nuestras miserias amparadas en la intangibilidad telemática del nuevo paradigma impostor de un falso sistema igualitario al margen de la realidad misma establecido sobre la consunción. Por paradójico que pueda resultarnos, a estas alturas lo que realmente debe imponerse es un régimen de adelgazamiento. Algunos a esta necesidad le han puesto nombre: decrecimiento. Otros, el de sostenibilidad. La sustentabilidad tiene que ver más con el primero que con el último. Más lo que tengamos que hacer en la consecución de esos otros mundos posibles, es decir, las determinaciones que hayamos de adoptar, sólo serán realizables dentro del mundo de lo posible abriéndose así una ventana al oxímoron de un pragmatismo utópico.

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