Josu Agirrezabalaga: relato de torturas

«Me quedé sorprendido de cómo una persona puede torturar de esa manera, con esa frialdad»

Josu Agirrezabalaga (Ondarroa, 1945) denuncia haber sido torturado en 1976 por el excapitán Muñecas, que ayer compareció en la AN y al que no guarda odio

– Jon Arrizabalaga (Ondarroa, 1943) interpuso una querella contra el excapitán Muñecas por torturar en 1968 a su hermano Andoni (1941), fallecido en 1984. Una causa a la que otros dos hermanos, Mikel (1956) y Josu, que denuncian haber sido torturados en 1976, se suman. El día en el que Muñecas comparece en la Audiencia Nacional, Josu, que reside en Zarautz, recuerda en euskera cómo fueron aquellos años.

¿Cómo se suman a la causa?

-Cuando se puso en marcha el caso de Andoni, no había testigos. Nuestro hermano Jon llevó el caso a Argentina y nos dijeron a ver si mi hermano Mikel y yo, que habíamos sido torturados, presentábamos otra querella. Dijimos que sí. Hicimos todo el papeleo y fuimos al notario para relatar cómo fuimos torturados Mikel y yo.

Dice que no hay testigos de lo ocurrido en 1968 con Andoni, pero usted sí que pudo visitarle.

-Sí, vi a Andoni en el cuartel de Zarautz. Lo vi con mi ata. Lo detuvieron en Ondarroa, pero lo trajeron a Gipuzkoa, donde estaba declarado el estado de excepción y tenían posibilidad de retenerlo más tiempo. La familia no sabíamos ni dónde estaba. Yo era fraile en el convento de los benedictinos de Lazkao. No estoy del todo seguro si fue a través del capitán de Ondarroa o qué, pero nos dijeron que estaba en Zarautz. No sabíamos si viniendo a Zarautz lo íbamos a encontrar.

¿Cuánto tiempo tardaron en hallarlo?

-Ocho días. Primero se lo llevaron al cuartel de Ondarroa. Fuimos a ver si estaba. Que allí no, pero no nos dijeron nada. De ahí a la semana, mi aita y yo -vestido con la sotana-, junto con un amigo de Andoni, fuimos en coche a Zarautz. En la puerta del cuartel había un guardia joven. Nos identificamos y nos dijo que esperáramos. El cuartel estaba en Etxe Zabala, donde están las oficinas municipales en Kale Nagusia. Nos quedamos enfrente, en el parque de Torre Luzea, donde ahora está el busto de Baserri. A los 15 minutos, apareció el capitán Muñecas.

¿Qué les dijo?

-Que entráramos. Subimos las escaleras de la izquierda, luego un pasillo a la derecha y nos metieron en un cuarto que daba a la calle. Allí estaba Andoni, sentado. Le dijeron que se levantara, estaba esposado. ¿Ha visto la cara de Unai Romano? Pues más o menos estaba así. Tenía la ropa llena de sangre. Estaba, según dijo mi aita, con la misma ropa con la que salió de casa. Abatido. Recordarlo es bastante duro… Muñecas nos dijo: «Esto es lo que ocurre cuando no colaboran». Estuvimos un rato con Andoni, Muñecas dijo un par de frases más y fuera. Luego lo llevaron a Martutene, pero lo volvieron a sacar, que no lo solían hacer, y lo torturaron…

¿Qué buscaba Muñecas?

-Estoy convencido que quería ahondar nuestra herida, que por eso nos dejó pasar. No sé si le obligaron a decirnos dónde estaba, pero no reconocíamos a Andoni. Por el cuerpo y la ropa sabíamos que era él, pero estaba irreconocible. Lo tuvieron colgado un par de días, por los pies… Aquella imagen no se me ha ido de la cabeza.

Años después, usted denunció una situación similar.

-En el 76, creo que el 11 de abril, el domingo de Ramos. Entonces vivía ya en Zarautz, en Itsas-Mendi, pero todavía no tenía teléfono en casa. A las 6.00 horas, vino a casa un amigo muy conocido, Anjel Lertxundi (el escritor), diciendo que habían llamado desde nuestra casa de Ondarroa para que me avisara de que se habían llevado a mi hermano Mikel y que me buscaban. No lo tomé demasiado en serio, Andu se fue a su casa… Hacia las 8.30 horas, empezaron a tocar el timbre. Al principio no les abrimos. Ellos, que traían a Mikel, no sabían exactamente dónde vivía. Mikel sabía el barrio, pero no dónde vivía yo. Los guardias no le creían. A la media hora, dando vueltas, Mikel reconoció mi coche. Entraron en varios portales y luego en el nuestro. Abrí y me pusieron la pistola, me esposaron y nos llevaron al cuartel de Ondarreta, en Donostia.

¿Qué pasó?

-Había un gran revuelo. Creo que aquel día, ETA mató algún guardia civil (el agente Miguel Gordo García murió electrocutado tras intentar retirar una bandera conectada a un cable de alta tensión). Rápido, me llevaron abajo, al patio. Había unas escaleras, como de piedra. Al frente, estaba la zapatería que tenían. A la derecha, una puerta verde, la de la carpintería.

¿Le llevaron allí?

-Sí. Había un par de jóvenes dentro, uno de ellos el que luego ametrallaron, el ondarrutarra Angel Etxaniz. Arriba no vi a Muñecas, ahí sí. Había otro guardia civil bastante famoso, bajito y moreno. Luego me dijo Etxaniz que aquel era Hidalgo, que había sido capitán en Gernika. Antes de entrar, con un gran cabreo, cogió un martillo y me golpeó en la cabeza. Con más rabia y cuando me iba a volver a dar, alguien le agarró del brazo.

¿Y ya dentro?

-Lo primero que me hicieron, como a otros, fue desnudarme. Te quedas indefenso y sin dignidad. Impotente. A mano derecha había una pequeña bañera, de las de escalón. Con agua negra, podrida. Me envolvieron en la manta, me ataron y me metieron la cabeza. No perdí la consciencia del todo, pero tragué mucho. A punto de ahogarme, me sacaron y me dejaron tirado. Cuando me recuperé, me quitaron la manta y me pusieron colgado de las esposas en una viga.

¿Cuánto tiempo?

-Quizá hora y media. Se pierde la noción del tiempo. Durante meses no sentí las muñecas, que no tenían protección. Todo el peso lo tuve en las muñecas. Mientras tanto, el capitán me hacía muchas preguntas. Al comienzo, me dijo que si no decía nada, acabaría como Andoni. El cuerpo, colgado, estaba muy tenso. Al rato, me bajaron, me vistieron y salí.

¿Habló con Etxaniz?

-Un guardia preguntó si nos conocíamos. Le dijo que me diera un consejo. «Di todo lo que sepas». Ahí dices todo. Luego uno me llevó un café con leche y me llevaron a la zapatería, muy cerca. Lo peor fue cuando empecé a escuchar los gritos de Mikel. Fue muy fuerte. Había oído mil veces lo que era, pero hasta que no lo pasas, no sabes lo que es la tortura en una situación así. No se tiene ni idea. Sé lo que es, quien no lo ha pasado no lo sabe. Muchas veces me acuerdo cuántas veces escucharía Martxelo Otamendi testimonios de tortura. Hasta que no lo sufrió, no supo qué era.

¿Y qué decía el capitán Muñecas?

-Hidalgo, muy caliente, me pegó con el martillo, pero Muñecas, ni cabreado ni nada. Tenía un aplomo… Me quedé sorprendido de cómo una persona puede torturar fríamente, él mismo daba… No es que ordenara a otro, sino activamente. ¿Cómo era posible que hubiera una persona que tratara con semejante frialdad a una persona que estaba atada? No podía ni imaginar que pudiera haber gente así.

¿Qué le sugiere la salida del excapitán Muñecas de la Audiencia Nacional, cubriéndose la cara con un paraguas?

-Cuando torturó a Andoni, tendría unos 26-27 años… He escuchado que él ha dicho que no conocía a Andoni, pero debe recordar muy bien aquellos momentos, porque cuando fuimos a Zarautz a ver a Andoni, entré al cuartel con sotana. Lo nuestro no fue aislado, sino sistemático. No debería demostrar quien ha caído en sus manos que fue torturado, sino al revés.

¿Confía en que la causa avance?

-Estoy dispuesto a cualquier cosa. Ahora, con lo que ha sido, a Muñecas no le deseo ningún mal, ni le odio, ni nada. Lo respetaré como persona, pero, claro, quiero justicia y que reconozcan, tanto él como el Gobierno, que aquí se ha hecho un uso sistemático de la tortura. Nuestros casos son conocidos quizá por la querella o la canción Itziarren semea, pero hay otros miles de casos.

¿Qué le diría al excapitán Muñecas si lo tuviera delante?

-Le preguntaría si se acuerda de Andoni. Si se acuerda de mí. Solo le diría que reconociera lo que ha hecho, que recuerde bien qué ha hecho.

DEIA