La historia, ahora que hablan

Este año estamos de celebración. Y no me refiero sólo al hecho de que la mayoría parlamentaria nos haya convocado a las urnas el 9 de noviembre, sino porque este 2014 se conmemora el centenario de la constitución de la Mancomunidad de Cataluña y el tricentenario de una derrota que estaba cantada, sobre todo después de que en 1711 nos abandonara el rey que defendíamos y que en 1713 lo hicieran los aliados ingleses. La derrota fue heroica, ya lo sabemos, y trágica, porque perdimos las Constituciones y se quiso arrinconar la lengua, aunque, como escribió Pierre Vilar en un libro que quizá deberían releer personajes como César Molinas y Antonio Elorza, antes comunistas y ahora neoliberales españolistas, en la Cataluña en la España moderna del siglo XVIII se construyeron los fundamentos económicos de las estructuras nacionales -catalanas, claro-. Este era, precisamente, el subtítulo de uno de los libros más influyentes en la historiografía catalana contemporánea, publicado, ¡ay!, hace más de cincuenta años.

Sólo el delirio psicopatológico de articulistas y profesionales al servicio del Estado para combatir el soberanismo puede llevar a considerar a Vilar como un nacionalista catalán. No lo fue nunca. Más bien era de la cuerda de los señores Elorza y Molinas. El revisionismo que ahora quieren imponer personajes como estos da miedo. Menos mal que están los grandes especialistas: Joaquim Albareda, Agustí Alcoberro, Josep M. Torres y Ribé, Ernest Lluch o Albert García Espuche, entre otros, que nos facilitan el conocimiento de verdad de la historia contra los opinadores. Ellos en el archivo, los otros, si acaso, son lectores. Los historiadores que hace años que investigan tenazmente sobre la historia de Cataluña son hoy vilipendiados como si fueran responsables de falsificar algo. Está claro que hay una historiografía romántica, en Cataluña y en todas partes, pero no la sé encontrar en el campo universitario. Al contrario. Desde hace tiempo economistas, sociólogos y politólogos -y, ¡eh!, que los hay buenos pero también muy malos- se dedican a plantear teorías de la historia sin haber pisado un archivo. Tocan de oído. Cuando han de citar a Vicens Vives, por ejemplo, citan ‘Noticia de Cataluña’, que es el abecé del catalanismo regeneracionista de posguerra, en vez de sumergirse en ‘Industriales y políticos’, que es un libro bastante más elaborado y útil para entender la Cataluña del siglo XIX. Este recurso a la interpretación política de la historia también sirve, por poner otro caso, para tergiversar el pensamiento del hombre de moda entre los unionistas: Agustí Calvet, Gaziel, aquel emblemático director de La Vanguardia que, al hacer su historia desde su fundación hasta 1936, emitió un juicio severísimo y negativo sobre el diario de la familia Godó.

La historia de Cataluña es la historia del conflicto. ¿Quién ha negado eso alguna vez? La Mancomunidad de Cataluña nació en un contexto de crisis, tanto internacional como interna. ¿Hay alguien que haya negado que los años precedentes a su aprobación fueron conflictivos de verdad? ¿Hace falta que cite el montón de estudios que se han publicado, por ejemplo, sobre la huelga de 1902 en Barcelona, la primera huelga general para reivindicar la jornada de ocho horas? ¿O los dedicados a los hechos de la Semana Trágica de 1909? ¿O al atentado de 1904, en Barcelona, contra el presidente del gobierno español, el mallorquín Antonio Maura, que fue seguido, en 1905, por el atentado contra el cardenal Casañas? El estallido de violencia en Europa era paralelo al que vivió España, a pesar de mantenerse neutral en aquella conflagración mundial. Era una violencia social y, también, de carácter nacional. ¿Es que el asalto militar a la redacción del Cu-Cut y La Voz de Cataluña de 1905 no iba de lo mismo? Si el 1714 nos legó la palabra ‘botifler’ para referirse a los partidarios de Felipe V, la confrontación política de los primeros años del siglo XX nos legó otra: ‘lerrouxista’. ¿Verdad que los republicanos partidarios del emperador del Paralelo -que, como probó Álvarez Junco, cobraba del Estado- sacudían a los catalanistas con excusas ideológicas pero con el españolismo como principal misión? ¿Por qué negarlo, pues?

En fin, nada, dejémoslo así, sólo he querido reflexionar sobre mi profesión, ahora que se habla tanto, aunque esté desterrada en las convocatorias de ayudas de investigación públicas y privadas.

EL PUNT – AVUI