La política y el demonio

El historiador francés Marc Ferro, especialista en historia de Rusia y del cine, en 2007 publicó un pequeño ensayo, instigado por las preguntas de su nieto Gwendal, de diecisiete años, que le interrogaba sobre el significado del siglo XX. El ensayo, titulado originalmente Le XXe siècle expliqué à mon petit-fils (existe una traducción en castellano de Paidós con un título ligeramente modificado), pretende responder a la pérdida de ilusiones, de la pasión política, por decirlo al modo de los herederos de los famoso Mayo del 68, que provocaron el fascismo, el comunismo y los múltiples conflictos que abocaron a todo tipo de dictaduras y matanzas. No hay que remontarse mucho en el tiempo para obtener todo tipo de pruebas. La Europa del siglo XX ha sido testigo de la crueldad de las luchas ideológicas o nacionales, de las opresiones más injustas y de las arbitrariedades más absurdas. Ferro va desgranando con mucha inteligencia las posibles respuestas a los interrogantes planteados por su nieto. Casi al final del libro, Ferro escribe que a diferencia de lo que ocurría a principios de siglo, en el mundo actual, unificado por la economía, los medios de comunicación y también los microbios, la sociedad está más preparada para entender los riesgos del progreso. No estoy tan seguro, sin embargo, a pesar de las convulsas transformaciones de las que nos advirtió por primera vez Ulrich Beck en ‘La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad’ (1986).

 

El libro de Marc Ferro no dedica ni una línea al cáncer de la corrupción que socava la credibilidad de la política en la primera década del siglo XXI. Y no será porque a lo largo del siglo XX la corrupción -incluyendo la extorsión y el soborno- no hubieran contaminado la política, las empresas y muchas sociedades dominadas por dictadores. Hay un montón de películas fabricadas en el mismo Hollywood que hablan de la misma, más allá de las dedicadas a la mafia. Transparencia Internacional (TI), una organización mundial fundada en 1993 y dedicada a combatir la corrupción con la divulgación de información, entre el 3 y el 6 de mayo de 2011 organizó en Vilna, Lituania, el festival de cine Las mejores películas de Hollywood sobre la corrupción. Se pudieron ver varias escenas reinterpretadas de películas tan emblemáticas como Wall Street, Any Given Sunday, The Godfather III, The Firm, Michael Clayton, Enron: The Smartest Guys In The Room, LA Confidential. La corrupción no es un tema banal, pues. Está incrustada en la sociedad del riesgo y acompaña a las diversas inestabilidades que amenazan y hacen más grande la trinchera entre «integrados» y «no integrados». Los políticos que no se den cuenta de que todo tiene un límite a pesar de que los teóricos de la sociedad del riesgo anuncien que el futuro nos lleva a convivir con la crisis (ya sea ecológica, ya sea política o social), errarán. La depauperación de la vida social no resistirá que la política sólo se dedique a servir soluciones esotéricas y folclóricas para combatir la corrupción. Hacen falta medidas contundentes y que los ciudadanos vean las consecuencias, por dolorosas que sean.

 

En abril del año 2011 el Ayuntamiento de Filadelfia promovió una app para iPhone, iPod touch y iPad llamada Philly Watchdog con la intención de que los ciudadanos denunciaran los fraudes y las corruptelas en Philadelphia City Controller, cargo que ocupa Alan Butkovitz desde 2005. Al año siguiente ya estaba disponible para Androids y recibió el premio a la excelencia de manos de The National Association of Government Communicator. No sé cuál es el grado de satisfacción ciudadana con esta iniciativa, pero al menos hay que reconocer que es original. Una herramienta como esta, que incluye el anonimato del denunciante, corre el riesgo (la palabra que define nuestro tiempo) de combatir al demonio con el demonio: el estado de sospecha permanente, que es el terreno abonado para que progresen los temerarios y los demagogos (como los centros escolares las webs de cotilleos favorecen el bullyng). La política a veces es más irracional de lo que parece. Es por eso que tarda tanto en reaccionar para dar respuestas adecuadas a la alarma social. Hoy la corrupción es uno de los males que la sociedad no está dispuesta a tolerar. Más vale que tomen nota aquellos que se cobijan en la literalidad jurídica de la palabra «imputado» para no dimitir. Se ha ido demasiado lejos para recurrir a la semántica como única defensa.

 

http://www.elsingulardigital.cat/cat/notices/2013/02/la_politica_i_el_dimoni_92857.php